Tal vez en eso consista oír a la calle. En ser capaces de encontrar una fórmula dentro del Estado social de derecho que tenemos para que cada voto cuente y cada voz sea efectivamente escuchada.
Por: José Manuel Acevedo
Tomado de El Tiempo. 31 de mayo 2021.
Si lo que claman las personas que han salido a marchar durante un mes continuo son cambios estructurales, ¿qué tal si resolvemos alguna parte de estos problemas por la vía de la democracia directa? ¿Qué tal si es la misma gente la que se encarga de transformar con sus votos lo que le parece que anda mal? ¿Qué tal si, en vez de que unos señores regordetes siguen hablando de su “pliego de emergencia”, somos nosotros, los colombianos, los que libre y serenamente votamos por un conjunto de preguntas puntuales un domingo durante el segundo semestre de este año? ¿Qué tal si, en lugar de seguir bloqueando y perdiendo tanta plata y sobre todo tantas vidas, nos dedicamos de aquí a allá a concertar el cuestionario sobre el que queremos opinar sin que nadie más se arrogue nuestra vocería?
Tal vez en eso consista oír a la calle. En ser capaces de encontrar una fórmula dentro del Estado social de derecho que tenemos para que cada voto cuente y cada voz sea efectivamente escuchada. Ese camino puede llamarse ‘referendo’. No es tan transgresivo como una constituyente, que se sabe cómo comienza pero no cómo termina, y en todo caso tampoco es tan inocuo como una consulta o un plebiscito. Puede lograr cambios reales, aprobar o derogar normas de rango legal o constitucional sin que lleguemos, insisto, al extremo de echar por la borda nuestras conquistas democráticas. Por supuesto que exige que un número alto de colombianos salgan a votar para que sus resultados se tomen en cuenta, ¿pero luego esta “fuerza imparable” que estamos viendo en las ciudades no sería capaz de llenar las urnas y reemplazar las arengas por transformaciones efectivas?
Un referendo, además, es altamente participativo. Si el Presidente asume el liderazgo de este y se sienta a debatir sobre las preguntas exactas que debería contener, regionaliza la conversación por algunas semanas y de ese ejercicio saca cinco o diez cuestiones para que los ciudadanos se pronuncien, el texto iría a control del Congreso de la República, con lo cual todas las fuerzas políticas pueden contribuir a la elaboración de ese cuestionario y, como si fuera poco, la Rama Judicial también intervendría, pues antes de llegar a los ciudadanos, la Corte Constitucional debe conceptuar sobre este.
Mediante un referendo podríamos, por ejemplo, debatir cosas como las que están trancando la discusión entre el Gobierno y el comité del paro, y que los colombianos en su leal saber y entender podrían dirimir de una forma más expedita. ¿Está de acuerdo con la reasignación de una parte del presupuesto para garantizar durante los próximos cuatro años la sostenibilidad de la matricula cero? ¿Cree que los partidos políticos deberían estar obligados a que un 15 por ciento de sus listas a corporaciones públicas esté conformado por jóvenes de entre 18 y 26 años para alentar su participación real en los órganos de decisión? ¿Está de acuerdo con que en los próximos dos años el Estado garantice una renta básica (por el valor que con realismo decida incluirse en el cuestionario)? Inclusive: ¿cree que el Gobierno debe reanudar los diálogos con el Eln y por mandato legal sentarse a negociar antes de los próximos dos meses?
Lo que está claro es que este país no aguanta más que nos estanquemos en una situación en la que todos estamos perdiendo. Una opción plural y amplia como la que representa un referendo deja aislados a los violentos, pues solo los que están interesados en destruir continuarían en las calles, tirando piedra e incendiando, y para ellos únicamente quedaría el lenguaje de la contención con el uso legítimo y proporcional de la fuerza.
Por eso pregunto: ¿y si hacemos un referendo?
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