Los identificaban lo mejor que podían si había tiempo, pero la mayoría de las veces se limitaban a cavar fosas comunes y a enterrarlos. Los cuerpos se descomponían rápidamente en el Pacífico Sur. Los aviones que sobrevolaban Tarawa podían oler los muertos a mil pies de altura. Había que meter a los propios en bolsas y a los enemigos bajo tierra lo antes posible.
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