Resulta incomprensible observar a “El perfecto idiota Latinoamericano” alardear en redes sociales un comportamiento que el escritor estadounidense Mark Twain sintetizó en la frase, “Ninguna cantidad de evidencia logrará convencer a un idiota”.
Por Robert Posada Rosero
La inversión de los valores producto de la falta de una formación integral y rigurosa que se aparte de los odios dogmáticos e ideológicos generó una nueva generación de ciudadanos que no solo actúan como sordos, sino que son extremadamente brutos, pues una cosa es la ignorancia en temas puntuales y otra muy distinta es negarse a entender hechos fáticos, imponiendo el criterio propio a través del uso de la fuerza (matoneo y descalificación del otro).
Es inocuo y estéril hablar o escribir sobre el pasado subversivo y criminal de un candidato indultado o de los apoyos que este y su fórmula reciben de estructuras criminales como las Farc o ELN, ya que la inversión de valores que sufre el pueblo colombiano, producto de años de una narrativa afín a estos grupos hace que los vean como angelitos justicieros, sin importar los horripilantes crímenes de lesa humanidad que cargan a cuestas.
Sus seguidores continuarán haciendo oídos sordos a estos cuestionamientos, como también lo harán frente a las muy evidentes y controversiales actuaciones de políticos aliados como Roy Barreras, Armando Benedetti, Iván Cepeda o Piedad Córdoba, entre otros, cuya historia pública está llena de baches grises y oscuros que bordean el delgado hilo de la legalidad.
Seguir en un diálogo de sordos en el que los cuestionamientos de un lado se justifican con los de su contraparte es entrar en un debate bizantino, tan improductivo como la controversia de odio de clases o racial que han exacerbado como hábil estrategia para dividir al pueblo colombiano con el único propósito de alentar la violencia, verbal y física, como medio para llegar al poder.
Lo que corresponde entonces es centrar la discusión en lo verdaderamente importante para el futuro de la nación: modelo económico, democracia, libertad, incluida la libertad de expresión, pensiones, propiedad privada, respeto por la constitución, la institucionalidad y la Fuerza Pública, entre otros temas esenciales del Estado.
Debate que, por supuesto, no se va a dar, porque lo que menos interesa es entablar un diálogo abierto y transparente sobre estos temas, película que ya vimos en el “enfrentamiento” mediático y falaz que vivió el país durante la campaña del plebiscito por la paz, que al final ganó el NO, pero que el expresidente Juan Manuel Santos y sus escuderos de entonces Roy Barreras, Armando Benedetti e Iván Cepeda, entre otros, aprobaron por vía rápida (fast track).
No me detendré a opinar sobre quienes mintieron o tenían la razón en dicha controversia, ya que los hechos suelen ser más contundentes que cualquier tipo de opinión: lo que hoy conocen los colombianos es que hay diez cabecillas de las Farc con total impunidad como congresistas sin pagar por sus crímenes, cuentan con la Justicia Especial para la Paz, JEP, tribunal que desde el 2016 no ha producido un solo fallo, aproximadamente el 70% de los escoltas de la Unidad Nacional de Protección, UNP, está conformada por exguerrilleros que ganan más que muchos profesionales jóvenes y muchos otros beneficios que aunque valdría la pena mencionar, no haré porque nos ocuparía todo el espacio.
Unos y otros se señalan de haber incumplido los acuerdos, por ello es menester devolvernos a los hechos: las llamadas disidencias de las Farc tienen hoy más de 7.500 hombres en armas, el ELN que no pasaba de 1.500 hombres al momento de la firma del acuerdo de paz hoy tiene la misma cantidad de hombres en armas que las Farc, no entregaron todas las armas, ni rutas del narcotráfico, no han reparado a las víctimas, no han aportado a la verdad y el país está inundado de coca; sufriendo además ahora el embate del terrorismo urbano que se hizo sentir con fuerza durante el pasado paro nacional, una promesa que sí cumplió Santos.
Como es evidente, entonces también hubo una Colombia que no escuchó esa realidad que la otra Colombia les señaló una y otra vez, hoy, incluso aunque los hechos están ahí y no admiten discusión, continúan insistiendo en que los impulsores del NO mintieron, tozudez que repiten al negar las durísimas condiciones económicas, de restricción a los derechos y libertades que viven ciudadanos de países como Cuba, Nicaragua, Venezuela, Argentina, Perú y ahora Chile.
Esa Colombia se niega a escuchar, no quieren hacerlo, años de frustraciones alimentaron un resentimiento que han sabido explotar los que buscan el favor electoral de los “desvalidos”, rebautizados hábilmente como “los nadies”, a quienes con un discurso populista sustentado sobre los justos reclamos de mayor equidad e igualdad sedujeron, trasformando esa rabia y odio en sentimientos que hacen ver como “normal” arrebatarle al vecino por la fuerza lo que aquel ha conseguido con años de sacrificio y trabajo.
En este contexto se nos propone un cambio de modelo, el cual de concretarse muy seguramente nos llevaría a recorrer los caminos que otras naciones ya han tomado con las consecuencias también conocidas, repetirlo sin embargo es inocuo y estéril, pero necesario pues, aunque el propósito no es hacer cambiar de opinión al que no quiere ver ni oír, por lo menos queda como constancia de que no se actuó por ignorancia sino por simple tozudez.
Las contradicciones no termina ahí, esta Colombia que odia y se enfrenta con los puños y los dientes apretados, exige de manera selectiva “corrección política” en sus adversarios, aunque un día tratan de neo nazis, fachos, paramilitares o uribistas a todo aquel que no piense como ellos, y hasta de cerdo al presidente, no soportan que se acuñen refranes cotidianos como “Que ignorancia la de Francia” o ‘Más bruto que burro chiquito”, pues sin importar el contexto ni las evidencias, “No hay peor ciego que el que no quiere ver”.
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