“Mientras unos lloran otros hacen los pañuelos”, dice uno de los románticos de la ‘revolución’, lo que se podría traducir en mientras unos hacen los bloqueos los otros los sufren o mientras unos alientan desde las redes los otros ponen los muertos.
Tuluá, una ciudad situada en el sur occidente de Colombia, a una hora de Cali, la capital del Valle del Cauca se convirtió en un municipio sitiado desde hace 23 días, donde escasean los alimentos y medicinas, y las filas para conseguir un galón de combustible se extienden por cinco y seis horas, cuando se consigue, situación que tiene a sus 220 mil habitantes sumidos en la impotencia, un sentimiento que se empieza a transformar en frustración y rabia.
En las redes abundan los mensajes de jóvenes y adultos que reclaman por sus derechos, quienes alientan el paro nacional, y se hacen llamar así mismos ’La Resistencia’, esa que ha generado la escasez que se empieza a sentir en todos los sectores, pero que golpea más duro, como siempre, a los más vulnerables, y que tiene a una gran franja de la población desesperada.
Salir o entrar al municipio se convirtió en una aventura peligrosa, como si vivieras una película futurista del fin del mundo, obligando a quienes deben movilizarse a intentar sortear los bloqueos montados por unos grupúsculos de muchachos que se autoproclamaron la nueva “autoridad”, ellos deciden quién y qué entra y sale; los otros, ciudadanos agobiados por sus compromisos laborales, médicos o profesionales tienen que ingeniárselas para buscar caminos alternos por vías destapadas entre cañaduzales que circundan los centros poblados, exponiendo su seguridad y vida.
Como parte del segundo grupo, ese que debe trabajar todos los días para subsistir, tuve que intentar conseguir un transporte al aeropuerto de Cali, un viaje por el que normalmente se paga en 180 mil pesos, encontrándome con que ahora lo hacían por 350 mil pesos, sin la seguridad de llegar al destino; decidí entonces buscar una opción menos costosa. Esta vez llamé a un número que publicaron en Facebook y en el cual ofrecían viajes en motocicleta; el precio 140 mil, pero el acento de extranjero de mi interlocutor me hizo desistir de esa idea. Opté entonces, sacrificando mi golpeada economía por una vía más segura, los vuelos chárteres que están realizando desde el aeropuerto local.
Al llegar al pequeño terminal aéreo, me encontré una larga fila, personas angustiadas y desesperadas, quienes bajo el inclemente rayo de sol esperaban ansiosos superar la malla que da ingreso a la pista y el pasaporte a la libertad. Me impresionó la cantidad de personas que esperaban por los dos vuelos a Cali y uno a la ciudad de Bogotá. Todos angustiados, con la cara larga, como si fueran para un velorio. Y mientras esperábamos llegó la primera noticia de los bloqueos: desconocidos irrumpieron en un cañal cercano a las barricadas montadas en la entrada o salida norte de Tuluá y dispararon contra unos jóvenes que permanecían obstaculizando la libre circulación por esa vía nacional. El resultado dos muertos y tres heridos. Los viajeros escasamente comentaron el tema, al parecer ellos ya vivían su propia tragedia.
Sin mucho por hacer, además de esperar y rogar para que los vuelos que tenían más de una hora de retraso no fueran cancelados, terminé escuchando la conversación telefónica de una señora que debía viajar al día siguiente hacia Alemania, pero ante el temor de perder su viaje y después de 20 días de “secuestro”, que la obligaron a aplazarlo en dos ocasiones, decidió irse con un día de antelación al terminal aéreo de Cali. Muchos no sentirán empatía por ella, seguramente se trata de una vieja elitista y burguesa que decidió irse de viaje en lugar de quedarse apoyando la “revolución”.
Vestida de sudadera y cómodos tenis le decía a su interlocutor que llevaba un termito con café en leche para comer algo en la noche y que al llegar al aeropuerto intentaría buscar un hostal cercano, porque un señor (yo) le había explicado que en el aeropuerto no había hotel, advirtiéndole que estaban cobrando hasta 250 mil la noche, aprovechándose de los bloqueos que hacen parte del paro nacional. También escuché que tuvo que pagar, además de los 390 mil del pasaje del vuelo Tuluá-Cali, otros 260 mil por exceso de equipaje. “Son unos ladrones”, se quejó. Terminó su conversación agregando que al día siguiente se tomaba un cafecito en Juan Valdez, “pero usted sabe como es eso de caro allá, mija”.
Colgó, me miró y sonrió con un dejo de tristeza. No quise preguntar nada, no me sentía con ánimos de inquirir por su vida, las razones por las que vivía en el exterior ni ningún otro detalle de su existir, solo miraba el reloj preocupado por mi propio vuelo, pero ella no se rendía, me dijo que se iba muy angustiada con la situación, que como se estaba poniendo todo de caro por el paro ahora no alcanzaría la platica que enviaba para sus familiares. “Esto se puede poner muy feo y uno sin la posibilidad de podérselos llevar”.
Sobre las 5:35 de la tarde llegó el primer avioncito, en una carrera contra el reloj porque debían descender los pasajeros, bajar maletas y carga y abordar nuevamente, todo antes de las 6:00 de la tarde, debido a que la pista no tiene luces, solo autorizan vuelos hasta esa hora. Los vuelos salieron con cupo completo, pero nadie se veía feliz, como si cargaran la procesión por dentro. Instalado en Bogotá recibí nueva información de los bloqueos en Tuluá. Otra incursión armada, en otro punto donde los manifestantes obstruyen la libre circulación de todos. El balance otros dos muertos y otro herido.
También recibí un audio de un conocido que pudo cruzar de San Pedro a Tuluá, lo logró tras demostrar que pertenecía al sector salud y que tenía cita para aplicarse la segunda dosis de la vacuna contra el covid. “Da tristeza ver a lo largo de la vía desde Confandi hasta Tuluá. Todo destruido, desolado, acabado, como en esas películas. Que pesar, como lo volvieron todo”.
Agobiado por nuestra nueva realidad nacional, y sin animarme a revisar los varios grupos de periodistas en los que estoy en la plataforma de WhatsApp, solo revise unos cuantos contactos. “Hola Robert, sigues en Tuluá, yo voy a tratar de ir el domingo o lunes, está muy caliente aquí en Cali”, me dijo un amigo. Aunque no quería desanimarlo le conté de los dos hechos violentos de nuestra ciudad. En donde al parecer ante la falta de autoridad siempre termina imponiéndose el diálogo de los fusiles. Ese traqueteo que siega vidas ante la incapacidad de escuchar al otro y sus justos reclamos.
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