El corazón del Valle tiene un presente gris, es evidente la orfandad de autoridad y de un liderazgo propositivo e incluyente que invite a la recuperación de la ciudad.
Por: Robert Posada Rosero
Caminar por las calles de Tuluá se convirtió en una triste experiencia, la ciudad luce destruida, abandona, fría, como si la desesperanza se hubiera apoderado de todos sus habitantes, solo 18 meses le tomó a la actual administración matar el optimismo que empezaba a irradiar el corazón del Valle.
Pasar por en frente del destruido Palacio de Justicia es aún más aplastante, una de las pocas joyas arquitectónicas e históricas de la ciudad quedó literalmente en ruinas, arruga el alma ver la ciudad caerse a pedazos, sin semáforos funcionando, basuras en todas la esquinas y lotes baldíos enmontados en plena zona céntrica de la ciudad.
Y aunque el escenario físico se torna más lamentable cada día, ese no es el peor de los males que afrontamos, sin lugar a equívocos el más grave deterioro que sufre la Villa de Céspedes es de liderazgo, tanto gremial como administrativo; quienes hoy ocupan esos cargos se volvieron invisibles, no convocan a nadie, y al parecer, tampoco representan a nadie.
El tulueñísmo, esa expresión de civismo y sentido de pertenencia que irradiaban los Ramiro Escobar Cruz, Gonzalo López Arango, Jorge Vásquez y tantos otros que representan esa vieja Tuluá no se ve por ningún lado, otros insignes de la ciudad se acomodan más que un desvelado, siguiendo sus propios intereses o sus odios viscerales, motivados por su arrogancia, egocentrismo y necesidad de estar vigentes, incapaces de superar el complejo de Adán.
Esta nueva Tuluá es el reflejo de sus actuales “líderes” y gobernantes, una ciudad divida por un discurso populista y chabacán que hizo del odio de clases y el desprecio por la “gente de bien” su caballito de batalla, alineados con todo tipo de actores que dejan mucho que pensar. Un día se les ve en fotos con personajes cercanos a los carteles del cilantro y otros disfrutando de un sancocho con desmovilizados y auxiliadores de las mal llamadas exFarc.
Su discurso está construido sobre frases de cajón y politiqueras: que son de la gente para la gente, como si esa condición por sí sola fuera un gran mérito, o que hacen obras donde realmente se necesitan, excluyendo a una franja de la sociedad por la que no ocultan su desprecio dejando aflorar su propio resentimiento. El resultado no podía ser otro, no han hecho nada, el desgobierno es total y las obras brillan por su ausencia.
La peor noche de Tuluá no se vivió el pasado 25 de mayo, o los ciudadanos de esta pequeña urbe del centro del Valle se sacuden o lo más oscuro de nuestra historia está por vivirse, hoy no hay una visión de ciudad ni un timonel capaz de sacar a flote un municipio que se hunde ante la actitud permisiva de todos. Duele Tuluá, porque carece de un liderazgo que irradié amor propio, que trasmita esperanza y positivismo, duele porque siguen empeñados en la mentira como estrategia para intentar disimular que estamos ante el peor gobierno que recuerden sus gentes. Duele porque estamos a merced de odiadores irredentos, pusilánimes e incompetentes.
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