Que no pasen de agache

La torpe actuación debe Marco Arbelaez Vargas debe ser recordada por cada comerciante afectado, tulueño que se quedó sin empleo y ciudadano que perdió un familiar o amigo a causa del covid y su oportunismo político.
Por: Robert Posada Rosero

El país pensante, al que le duele la muerte de las empresas y el entierro de los empleos de miles de ciudadanos, así como las vidas que ha cobrado el Covid-19 como consecuencia de las aglomeraciones sin control, tiene muy claro quiénes son los promotores de esta barbarie revestida de protesta social, una sinrazón a la que debemos ponerle responsables para depurar los liderazgos putrefactos de los constructivos.

A nivel nacional, aunque han intentado desmarcarse del accionar de los terroristas urbanos, quedó muy claro quienes llevaron y sacaron a las calles a los jóvenes para que entre ellos se pudieran camuflar los milicianos y demás actores criminales que están actuando pagados para desestabilizar al país con el único objetivo de llegar al poder, utilizando “todas las formas de lucha”.

Entramado que contó y cuenta con actores regionales y locales determinantes para exacerbar la turba cuando el monstruo del descontento asomó la cabeza, políticos y líderes populistas que más por oportunismo que por convicción salieron a querer capitalizar electoralmente la movilización social, sin hacer una lectura sosegada de los riesgos que implicaba para la economía del país y la vida, avivar la llama que hoy arrasa a la nación.

Tres días antes de iniciar las marchas se mostró preocupado por el avance desenfrenado de la pandemia.

En su afán de protagonismo también son responsables de los más de 60.000 desempleados y los billones en pérdidas que ha dejado el paro en las empresas del Valle, en dónde los pequeños y medianos empresarios acumulan un daño superior a los 3,5 billones de pesos en estos dos meses, sin que hayan sido capaces de retomar el rumbo, según manifestó Yitcy Becerra, directora de Acopi Valle.

Este frenazo lo sintieron por igual las grandes empresas, quienes en muchos casos tuvieron que suspender y despedir personal al no tener flujo de caja, generando una crisis sin precedentes que se ve reflejada en unos 40.000 empleos perdidos y el cierre de 15.000 empresas, como indicó Edwin Maldonado, presidente del Comité Intergremial del Valle.

Solo en Tuluá, una ciudad intermedia de 220 mil habitantes, sin sumar la afectación al comercio informal, se registraron pérdidas por más de dos mil millones en daños físicos y saqueos al comercio, 238 empleos arruinados o en riesgo, el Palacio de Justicia destruido, siete edificios públicos más vandalizados y la muerte de un estudiante universitario de 18 años, un desastre que se refleja en sus calles y se siente el desánimo de sus gentes.

A este doloroso panorama se suma el desolador espectáculo mortuorio que se vive en la ciudad como resultado del avance desenfrenado del Covid-19, pandemia que está dejando una estela de muerte ante la mirada impotente y aterrada de una sociedad que se acuesta pensando en cuál será el amigo o familiar que sigue en la lista de la parca.

Un día antes de las marchas que dispararon los contagios y muertes, de manera oportunista y por cálculos políticos, cuestionó a quienes consideraban imprudente hacer un paro en plena pandemia.

Las cifras no mienten y son incontrovertibles, mientras el 29 de mayo se registraban en promedio 86 contagios y 2 muertes diarias, para un acumulado de 9.500 contagios y 390 muertes con covid, un mes después, el 29 de junio, la cifra se elevó a 92 casos positivos y cuatro muertes diarias, acumulando 12.136 contagios y 509 muertos con covid, 119 muertos en solo un mes, lo que representa un aumento del 30,5%.

Es innegable que la debacle del Valle del Cauca pasa por el pobre liderazgo de la gobernadora Clara Luz Roldan, el protagonismo calculado en favor de la destrucción de Cali, de Jorge Iván Ospina y la incompetencia y falta de autoridad de John Jairo Gómez Aguirre, frente a lo que sucede en Tuluá, pero hay otros actores que no pueden pasar de agache como el excandidato a la alcaldía y también peón de la exgobernadora Dilian Francisca Toro, Marco Alejandro Arbeláez Vargas.

El 27 de abril, Arbeláez Vargas invitaba emotivo a marchar, advirtiendo, como en efecto está pasando, “que nuestros justos reclamos no nos cuesten ni una sola vida”, cuestionando a quienes consideraban que era imprudente hacer un paro en plena pandemia. Su torpe actuación debe ser recordada por cada comerciante afectado, tulueño que se quedó sin empleo y ciudadano que perdió un familiar o amigo a causa del covid y el oportunismo político, de quien, apelando a la falta de memoria de la gente, saldrá nuevamente a posar de salvador.

Al final de este desastroso periodo de gobierno Tuluá necesitará la persona más calificada para salir de la ruina física, económica y social en que va a quedar, amén de recuperar la seguridad, y es evidente, a juzgar por su actuar que Arbeláez Vargas no es el hombre, pues no basta con inclinarse a pedir perdón ante el féretro de quienes ofende y agrede por afanes politiqueros; los verdaderos líderes actúan siempre con decencia, seriedad, sensatez, coherencia y juicio.

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