El 17 de agosto de 1992, la revista estadounidense TIME publicó en portada una de esas fotografías que pronto se convierten en icono del horror. La imagen de una persona cadavérica y rodeada de gente tras una alambrada durante la guerra de Bosnia simbolizaba el regreso a suelo europeo de los campos de concentración medio siglo después del Holocausto. La fotografía ―en la que todo salvo la sonrisa de Fikret Alic remite visualmente al genocidio nazi― fue tomada por un grupo de periodistas británicos en Trnopolje, uno de los tres campos que levantaron las fuerzas serbobosnias cerca de la ciudad bosnia de Prijedor, considerada hoy uno de los principales símbolos de la barbarie en aquel conflicto.
Casi treinta años después, el pasado febrero, el presentador de un programa matutino de la televisión serbia Happy TV, Milomir Maric, y uno de sus invitados, Predrag Antonijevic ―director de la polémica película Dara de Jasenovac, candidata del país en los últimos Oscar―, mantuvieron en el programa una conversación en la que Alic fue descrito sin nombrarlo como “el flaco” que tenía “tuberculosis” y el campamento, como un lugar del que se podía salir libremente y que los serbobosnios habían instalado “para evitar que alguien matara” a los internos. “Luego lo alimentaron [a Alic], se llevaron al flaco y lo mostraron en un circo por Europa. Esa es su propaganda”, dijo Maric.
El diálogo no es un episodio excepcional en un país que, como la República Srpska (la entidad serbia de Bosnia, creada al acabar la guerra en 1995), tiene dificultades para asumir su papel en las guerras de la antigua Yugoslavia, con la permanente sensación de que los serbios son demonizados, que no se contextualizan las matanzas que cometieron en las guerras de los noventa y que se ignoran las atrocidades del enemigo. El principal líder serbobosnio, Milorad Dodik, uno de los tres presidentes rotatorios de Bosnia, considera de hecho que el genocidio de Srebrenica es “el mayor mito del siglo XX”.
Pese a no ser un episodio aislado, a Satko Mujagic, superviviente del campo de Omarska, el diálogo televisivo le pareció un escupitajo sobre su dolor que, esta vez, no quería dejar pasar. “Pensé: ‘qué más hace falta?’. Primero nos hicieron todo ese mal […]. Y, 25 años después, tengo que escuchar en la televisión pública que el lugar en el que estuve detenido no era un campo. No era gente anónima negando lo que pasó en comentarios en Internet, era la televisión estatal, seguida por cientos de miles de personas. Sentí: ‘Basta ya”, asegura desde Países Bajos Mujagic, donde rehizo su vida tras recalar como refugiado.
Mujagic, de 49 años y licenciado en Derecho por la Universidad de Ámsterdam, contactó entonces a un abogado de Belgrado conocido en el ámbito de los derechos humanos y telefoneó a Fikret Alic. Ambos acordaron presentar, junto con la Asociación de Detenidos del Campo de Kozarac (que tiene 3.200 miembros), una protesta al organismo regulador de los medios electrónicos en Serbia, REM. En su respuesta, el pasado mayo, REM reconoció la ofensa personal a Alic, pero desestimó la reclamación.
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Ante el rechazo, decidieron ir un paso más allá y acudir a los tribunales. El pasado julio, presentaron en la corte administrativa de Belgrado una demanda contra el organismo regulador para que sea obligado a reconsiderarla. Aún no ha sido resuelta, motivo por el que REM rechaza pronunciarse sobre el asunto, al considerar que “todo comentario” que hiciera “podría ser interpretado como presión sobre el tribunal y otros participantes en el procedimiento”, señala en una respuesta remitida por escrito a este periódico.
Alic, quien hoy vive en Bosnia tras una larga temporada en Copenhague, forma parte de la demanda, pero la vive con más distancia emocional. “Es lamentable ver que hoy algunos se burlan de nuestro sufrimiento y lo niegan, aunque personalmente no le presto demasiada atención, porque sé lo que vivimos. Y no es una cuestión de opinión, tal como confirmaron nuestros testimonios y los juicios en los tribunales tanto de Gran Bretaña como de Bosnia-Herzegovina. Por eso, creo que sería bueno castigar a los negadores del genocidio de cara a mirar hacia el futuro. Y para eso hace falta tener una idea clara de lo ocurrido y afrontar la verdad”, señala en una serie de mensajes en respuesta a un cuestionario.
Durante la guerra de Bosnia (1992-1995), las fuerzas serbobosnias establecieron decenas de campos, a las que trasladaron tanto a civiles como a combatientes bosniacos y bosniocroatas y en los que cometieron asesinatos y violaciones, además de dar palizas e infra alimentar a los cautivos, según dictaminó la justicia internacional. De sus meses en el de Trnopolje, Alic recuerda “la dureza de las condiciones”, pero también “el miedo constante”. “Temíamos lo que cada nuevo día podía traer y no sabíamos si sobreviviríamos. Junto al miedo, reinaban el hambre y diversas enfermedades, y vivíamos en condiciones extremadamente inhumanas”, señala.
Morir por las condiciones
Cuando Alic estaba en Trnopolje, Mujagic se encontraba en un campo cercano, Omarska, en el que murieron unas 700 de las alrededor de 6.000 personas que albergó. “Algunos, y yo vi uno con mis propios ojos, simplemente exhaustos”, recuerda Mujagic, que entonces tenía 20 años. “No teníamos suficiente comida, dormíamos en el suelo, a muchos nos pegaban, no había medicamentos ni duchas. Hasta ir al baño era peligroso. En esas condiciones, mucha gente enfermó, había disentería… En un determinado momento, las condiciones ya eran tan insoportables que la gente empezó a morir por ellas, en vez de asesinados”.
El 5 de agosto de 1992, considera Mujagic, salvó sus vidas. Fue el día en el que un grupo de periodistas británicos ―entre ellos Ed Vulliamy, quien años más tarde se convertiría en el primero desde el proceso de Núremberg en testificar en un juicio por crímenes de guerra― visitó los campos, sorprendentemente a invitación del líder político serbobosnio Radovan Karadzic. “En los días previos, los asesinatos se volvieron más sistemáticos. Llamaban cada vez a más gente para salir y se los llevaban. Luego supimos que estaban todos enterrados. No lo sabía en ese momento, pero yo estaba en el siguiente grupo”, afirma. Durante la visita periodística a Omarska, al ser preguntado por las condiciones, uno de los prisioneros respondió: “No quiero decir mentiras, pero no puedo decir la verdad”. Luego, un cámara grabó a Alic al pasar junto a Trnopolje. Días después de la publicación de la imagen, los serbobosnios retiraron el alambre de espino alrededor de los campos y mejoraron las condiciones de los internos.
Mujagic tiene hoy 49 años y trabaja para la Comisión Europea en la evaluación del cumplimiento de las reglas de la zona Schengen. Pese a esta denuncia y a otra que ha presentado contra el presidente Dodik por discriminación y delito de odio, asegura que ha levantado el pie del acelerador del activismo, al que se aferró para lidiar con el dolor. “En Omarska vimos y experimentamos cosas que no se supone que deba ver un ser humano. La vida como la conocíamos acabó allí. No recuerdo haberme reído una sola vez en cuatro años. En 1993 traté de suicidarme. Encontré trabajo rápido, lo que me ayudó mucho a estar ocupado; y formé una familia…, pero Omarska siempre estaba allí. Nunca lo superaré. Es parte de mi vida, pero ya no la domina”.
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