Entrar en esta ágora es como atravesar la puerta a una utopía. A la derecha, una docena de personas se encuentran inmersas en partidas de ajedrez. A la izquierda, una mujer entrega un libro en una máquina que recuerda a un cajero de supermercado. Predomina el blanco. Al subir a la primera planta, varios grupos de amigos pasan el tiempo con videojuegos de realidad virtual. En la segunda, que recibe el nombre de Book Heaven (Cielo de los Libros), estanterías y más estanterías de literatura y ensayo. Al fondo, en uno de los extremos, una decena de bebés gatea sobre una alfombra con bloques de gomaespuma. Lo que podría ser una escena de una película de ciencia ficción en otras ciudades europeas es una tarde cualquiera en la biblioteca central de Helsinki, Oodi, inaugurada en 2018 con motivo del centenario de la independencia finlandesa de Rusia.
El buque insignia de la red de bibliotecas de la capital finlandesa se ha erigido durante los tres años que lleva en funcionamiento en un espacio de intercambio de ideas, socialización y sosiego para sus usuarios. Un ágora del siglo XXI que supera con creces el simple préstamo de libros. Fue presupuestada y diseñada a partir de procesos de participación ciudadana, y en ella se celebran periódicamente debates políticos y sociales, en los que se discuten asuntos como medioambiente, sostenibilidad, igualdad, etc. Parte de su financiación provino del OmaStadi, el presupuesto participativo puesto en marcha por la ciudad de Helsinki en 2018 y que cada año dispone de 4,4 millones de euros para desarrollar las ideas de sus residentes. El resto corrió a cargo de fondos estatales.
Durante los aproximadamente tres años previos al inicio de la construcción del edificio, diseñado por el estudio finlandés ALA Architects, se recabaron por Internet, y en ferias y diferentes eventos más de 2.000 sugerencias e ideas de ciudadanos. “Muchas se incorporaron a las condiciones del concurso de arquitectura y continuaron utilizándose después de que se anunciara el ganador”, explica Harri Annala, supervisor de servicios de la biblioteca. Sobre los debates que se organizan, Annala asegura que intentan que se hable sobre temáticas que afectan al ciudadano, desde el calentamiento global hasta la pandemia del coronavirus.
En un país que en invierno disfruta de media de poco más de seis horas de luz solar al día y en el que la soledad arrecia con demasiada recurrencia, Oodi ―que en finlandés significa oda o canto de alabanza― también ofrece calidez frente a las inclemencias climáticas y anímicas. En el Cielo de los Libros, los ciudadanos pueden instalarse cómodamente a leer o usar sus ordenadores en sillones bajo árboles o pufs repartidos por el suelo de madera. Y en lugar de invitar a guardar silencio, la biblioteca está abierta a la conversación, algo que puede ofrecer sosiego y compañía en un país donde la elevada tasa de suicidio rondó los 14 casos por cada 100.000 habitantes en 2019, frente a los algo más de cinco en España. “Tratamos de no ser tanto guardianes de una colección, sino de abrir las puertas al espacio y asegurarnos de que todos puedan acceder libremente”, afirma Annala.
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Uno de los aspectos más vanguardistas es la variedad de recursos tecnológicos que se encuentran a disposición de los usuarios. Aino Falck y Étienne Nahra, en la treintena, diseñan un logo para un nuevo proyecto. Y tres jóvenes ensayan en uno de los estudios de grabación. Cualquier usuario de la biblioteca puede reservar y utilizar desde impresoras en tres dimensiones para carteles y serigrafiadoras, hasta máquinas de coser, ordenadores con aplicaciones de diseño, estudios de grabación y salas de videojuegos de realidad virtual. “Esta biblioteca es lo mejor que tiene Helsinki, porque permite a todo el mundo tener acceso a herramientas digitales, a las que de otra forma no tendría acceso”, dice Falck, delante de una pantalla en la que diseña un logo para un nuevo proyecto que tiene entre manos y sobre el que prefiere no dar todavía detalles.
Los aparatos de tecnología puntera sirven a pequeños emprendedores. Sandra Dajic serigrafía en camisetas el nombre de su start-up ―una plataforma de trabajo virtual― porque en tres días tendrán un evento para darla a conocer. Los 80 euros de coste por camiseta en un establecimiento privado bajan a 1,2 euros en este centro de titularidad pública. Algo similar le ocurre al fotógrafo Tuukka Ylönen, que ha venido a probar las impresoras 3D. Imprime una caja de plástico para una memoria externa y en vez de pagar 40 euros por ella, solo tendrá que abonar el precio del material: 17 céntimos.
Vijje, que prefiere no dar su apellido y a duras penas logra escribir su nombre sobre un papel, no se muestra tan alegre, sino más bien esquivo. Cuenta, sentado junto a una bolsa de Ikea con sus pertenencias, que se encuentra en la biblioteca para cargar el teléfono móvil. Afirma que la arquitectura del edificio ha sido muy reconocida, al mismo tiempo que critica en voz baja que no puede utilizar las herramientas tecnológicas porque nos dispone del carné de usuario. No es el caso de Vilma Berggren, de 33 años, que se encuentra con su hija recién nacida, Marlene, en el espacio diseñado para los más pequeños. Ya conocía el lugar, al que venía a menudo cuando trabajaba como cuidadora y educadora. Le encanta la arquitectura, la luz y el espacio, y que sea “family friendly” (adaptado para familias). Ahora que está de baja por maternidad, aprovecha para pasar el día en la biblioteca con su bebé, donde se reúne con otras madres.
“Todo el mundo puede venir a la biblioteca y usar las instalaciones que tenemos. Lo más importante es que Finlandia es una sociedad abierta y todos tienen los mismos derechos para mejorar y aprender cosas nuevas”, resume la bibliotecaria Nadia Lund-Iivonen sobre la filosofía de Oodi, un faro para las bibliotecas europeas y mundiales.
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