Dos días después de la erupción del Hunga Tonga-Hunga Ha’apai, a 65 kilómetros de Nukualofa, la capital del reino polinesio de Tonga, en el Pacífico Sur, los científicos siguen evaluando sus consecuencias. Las imágenes de satélite tomadas por la NASA confirman que la erupción alcanzó los 30 kilómetros de altitud. Es una de las mayores erupciones registradas por satélite, algo inferior a la provocada por el Pinatubo, en Filipinas, en 1991. Entonces se estimó que la nube de cenizas alcanzó los 40 kilómetros y la emisión de gases a la atmósfera provocó un descenso global de las temperaturas de medio grado.
Andrew Gissing, uno de los responsables del desarrollo del sistema de alerta temprana creado por el Gobierno australiano tras el devastador tsunami de 2004, recuerda en declaraciones recogidas por el Science Media Centre que “un 5% de todos los tsunamis del mundo a lo largo de la historia han sido producidos por volcanes”. Según Gissing, “no está claro si el volcán producirá otra gran erupción o perderá fuerza, pero es probable que la actividad continúe durante los próximos días”. De momento, ya se han producido tres erupciones en los últimos cuatro días.
El volcán se encuentra en el arco volcánico conocido como el Anillo de Fuego del Pacífico. En esa zona, la placa tectónica del Pacífico se hunde bajo la placa indoaustraliana. En ese proceso, la placa descendiente se calienta y derrite el magma sobre ella que fluye hacia la superficie formando un volcán. Esta zona, que se extiende a lo largo de 25.000 kilómetros y alcanza desde el sur de Sudamérica a Alaska y Polinesia, concentra el 90% de los terremotos y el 70% de los volcanes activos. Las erupciones más potentes que se conocen, como la del Pinatubo, en Filipinas, o el Krakatoa, en Indonesia, se han producido en la región.
Allí, una erupción que tuvo lugar en 1883 provocó más de 35.000 muertos y produjo un descenso global de las temperaturas en todo el planeta que no recuperó la normalidad climática hasta cinco años después. También en la actual Indonesia, pero 75.000 años antes, se produjo la explosión del volcán Toba. La erupción, mil veces más potente que la del Krakatoa, se ha asociado a un prolongado cambio climático que se ha asociado a un cuello de botella genético en la especie humana. Según esta controvertida teoría, solo sobrevivieron entre 1.000 y 10.000 parejas reproductoras de Homo sapiens en todo el mundo.
Hannah Power, de la Universidad de Newcastle (Australia), ha explicado que en Nukualofa se ha registrado una ola de 1,19 metros antes de que se interrumpiese el flujo de datos. Olas de más de un metro se han observado en las islas de la región, pero también en lugares tan alejados como las costas de todo el continente americano o el archipiélago japonés.
Este gran volcán submarino tiene una caldera de seis kilómetros de diámetro y una profundidad de 150 metros. Durante su última erupción, entre 2014 y 2015, se produjo un cono volcánico que se unió a otras pequeñas islas volcánicas producto de erupciones anteriores. Las imágenes de satélite tomadas horas antes de la erupción del sábado mostraron que la actividad volcánica previa había destruido casi por completo el islote.
La evaluación de los daños en Tonga aún no ha podido ser completa debido a que la erupción interrumpió las comunicaciones con la isla, que son posibles gracias a un cable submarino que une este archipiélago con el de Fiyi. En los próximos días se planea hacer llegar la ayuda que necesiten los afectados, aunque esos viajes despiertan otros miedos en los isleños. Curtis Tu’ihalangingie, representante de Tonga en Australia, mostró su preocupación por el riesgo de que el coronavirus llegue a la isla, que hasta ahora está libre de covid, junto con los envíos de ayuda. “No queremos traer otra ola, un tsunami de covid 19″, ha dicho Tu’ihalangingie a Reuters.
Algunos expertos han aprovechado la ocasión para enfatizar la importancia de la cooperación internacional ante este tipo de fenómenos. Andrew Tuper, consultor de la compañía de prevención de riesgos naturales Natural Hazards Consulting y antiguo codirector del Centro Australiano de Alerta frente a Tsunamis, considera que “erupciones como esta ayudan a reforzar la necesidad de cooperación global en peligros de todo tipo”. En esta ocasión, la altura de las olas se midieron en parte gracias a mareógrafos instalados por Australia en el Pacífico y las nubes eyectadas a la atmósfera con información de satélites de Europa, Japón o EE UU. “Nuestra cooperación como comunidad global nos ayuda a gestionar estos eventos, incluida la ayuda a los países afectados. Pero hay mucho más que hacer para manejar mejor estos peligros naturales de forma global”, ha añadido. Hasta el momento, no se han identificado víctimas en las regiones más cercanas a la erupción.
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