Hacia el exterior hace apenas tres meses Portugal dejó de ser el país de las maravillas y se convirtió en el país de las sorpresas. Lo que ocurra este domingo en las urnas, a las que están convocados 10,8 millones de electores, resulta impredecible a la vista de la paridad entre el Partido Socialista (PS) y el Partido Social Demócrata (PSD, conservador) que reflejan los últimos sondeos. Una de las pocas certidumbres es la renuncia del candidato socialista y actual primer ministro, António Costa, si pierde las elecciones.
“El país no puede estar de elección en elección”, avisó el viernes en Oporto. Sin embargo, la polarización entre bloques y la fragmentación ―hasta nueve formaciones pueden sentarse en el Parlamento― dificultarán encontrar una fórmula de gobierno estable para dejar atrás la triple crisis sanitaria, económica y política de Portugal. Todo ello ha disparado el interés de la población, como demuestran los 20 millones de espectadores que siguieron los 31 debates en televisión, que, sin embargo, no resolvieron todas las dudas: la cifra de indecisos supera el 10%.
Hace tres meses el socialista António Costa (Lisboa, 60 años) era un primer ministro reconocido dentro y fuera del país por la estabilidad que había logrado desde 2015, apoyándose en fuerzas que él define como “de protesta”: Bloco de Esquerda, Partido Comunista Portugués y Los Verdes. Su principal adversario, el presidente del PSD, Rui Rio (Oporto, 64 años), atravesaba horas bajas por una oposición poco contundente ante al Gobierno, al que arropó durante la pandemia, y su debilitado liderazgo interno.
Costa y Rio se entendían, y eso parecía beneficiar más al primero que al segundo. Era otro signo más de que la segunda legislatura, a partir de 2019, se alejaba tanto de la letra como del espíritu de la geringonça (la alianza parlamentaria de la izquierda). No se firmó por escrito un acuerdo y el PS pasó a alinearse más con el bloque de centroderecha en las votaciones en la Asamblea de la República, como constató en un estudio la investigadora Joana Gonçalves Sá, recogido en la revista Visão.
Si la primera sorpresa de Portugal fue la abrupta conclusión de la legislatura a la mitad, tras el desacuerdo de la izquierda sobre los Presupuestos en noviembre, la siguiente fue el triunfo de Rui Rio sobre el eurodiputado Paulo Rangel, su adversario en las primarias para elegir al presidente y candidato electoral. Hace dos meses el PSD estaba concentrado en ajustar cuentas internas y dirimir cuál sería la sensibilidad ideológica de los próximos años. Rio era el líder de un partido que no lideraba. El aparato y pesos pesados como Aníbal Cavaco Silva, en el ala más derechista, arroparon a Paulo Rangel. Como en todas las peleas por el poder, el espectáculo no fue tierno. Una victoria por 1.725 votos dio a Rio el carisma del resiliente. Con ese halo positivo, y después de laminar a casi todos los seguidores de Rangel de las listas electorales, Rio se metió en campaña. Evitó los mítines, repartió más sonrisas que nunca y aireó fotos en redes sociales de su gato Zé Albino. “Ha construido una imagen de ‘paz y amor’ y ha ocultado su naturaleza intransigente, intolerante y conflictiva”, escribió esta semana en un artículo el director de Público, Manuel Carvalho, donde repasaba episodios oscuros de sus días de alcalde de Oporto.
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Costa entró en campaña con el fracaso de la tramitación de los presupuestos, que él mismo calificó como una “derrota personal”, y la convicción de que era el primer ministro que los portugueses querían. El PS planificó una estrategia de ganador absoluto sin captar señales de advertencia, como la pérdida de Lisboa en las elecciones municipales. “La campaña parece salida de un manual de autoayuda, al estilo de ‘Cómo perder las elecciones en diez pasos”, escribió la economista y analista Maria João Marques. Esa combinación de victimismo por el abandono de sus antiguos socios y suficiencia tras siete años en São Bento han ido segando el apoyo a Costa hasta obligarle a dar un giro radical a mitad de campaña. Dejó de pedir la mayoría absoluta, que tanto disgusta a los portugueses. Desde 1974 el PS solo logró una, con José Sócrates, hoy inmerso en un macroproceso judicial por corrupción, mientras que los conservadores han gestionado cuatro.
El líder socialista volvió a tender la mano a todos, excepto a la extrema derecha del Chega, para buscar una gobernabilidad sin sobresaltos en un momento en que el país va a gestionar 16.600 millones de euros del Plan de Recuperación y Resiliencia en los que se confía para el despegue definitivo. La economía portuguesa parece recuperarse del golpe pandémico, con la tasa de paro en mínimos (6,1%) y una previsión de crecimiento para 2022 del 5,8%, por encima de la zona euro, según el Banco de Portugal.
En su discurso del sábado, el presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, alentó a los portugueses a votar: “Sé que la pandemia, el cansancio, el conformismo y otras razones íntimas son para muchos argumentos para escoger no escoger. Pero en estas elecciones, tan diferentes, en un tiempo tan diferente y exigente, votar es también una manera de decir que estamos vivos y que nadie calla nuestra voz”. Tras el abstencionismo de votaciones recientes preocupa que el impacto de ómicron refuerce aún más esa inclinación: hay 1,2 millones de personas en aislamiento, a quienes se ha dado autorización para salir a votar.
La incógnita sobre la aritmética parlamentaria se resolverá esta noche, pero no está claro que vaya a despejarse la incertidumbre sobre la fórmula de gobierno, ni por la izquierda ni por la derecha. Si gana, Rio necesitaría apoyarse casi con seguridad en el Chega, que le exigiría asientos en el Consejo de Ministros. Hasta el final de la campaña el conservador ha cerrado esa puerta, pero en Azores su partido gobierna gracias a los votos de los ultras de André Ventura.
La pelea por la tercera posición es tan estrecha como por la primera. Las encuestas prevén el desplome del Bloco de Esquerda, que podría ser superado por partidos con apenas dos años de vida parlamentaria como Iniciativa Liberal y Chega, o por la coalición liderada por los comunistas, cuyo candidato, Jerónimo de Sousa, tuvo que retirarse temporalmente de la campaña para una intervención quirúrgica. Nadie parece desear otra elección a la vuelta de la esquina, pero no es un escenario descabellado.
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