La familia Walczak es feliz bajo el sol. Los padres beben Coca-Cola panza arriba en la tumbona y el niño juega con la arena sin perder de vista el mar. En la orilla, una chica se acaba de quitar el bikini para tomarse una selfie de espaldas al regimiento de turistas que abarrotan la playa. Los Walczak llegaron de la fría Varsovia hace casi dos semanas y el Caribe mexicano les está bronceando por fuera y por dentro. “Nuestros amigos polacos decían que mejor nos fuéramos a las Canarias. Estaban preocupados por lo del narco, pero aquí todo han sido margaritas y mojitos”, dice la madre en un inglés un poco ortopédico.
No leen periódicos en español y tampoco han visto las noticias últimamente. Durante la entrevista en la playa con el reportero se enteran por primera vez de lo que pasó hace una semana detrás de sus tumbonas. A menos de 20 pasos subiendo unas escaleras, pasando el busto de Buda pero antes de llegar a la sala de masajes, el gerente del Mamita’s Beach Club fue asesinado en el baño. La madre lo acaba de traducir al polaco para el resto de la familia. El padre abraza a su hijo y ya no quieren hablar más.
Fueron tres balazos. Uno en la pierna y dos en la cabeza. Lo cuenta desde la tumbona de al lado Claudia Suárez, una empresaria mexicana de la capital con casa de veraneo aquí, en Playa del Carmen. “El de la pierna era un aviso: ‘O pagas o te matamos”, explica como si conociera ya de memoria el manual de instrucciones del crimen. El Mamita’s es el local de moda en la zona y salvo un discreto crespón negro en la verja de la entrada nada indica que hace unos días asesinaron al gerente en el baño. “La gente viene aquí a disfrutar de sus vacaciones. Además, lo que pasó ya pasó”, continúa Suárez mientras su marido se extiende crema por la frente. “En México es así: haz de cuenta que aquí no ha pasado nada”.
México se ha acostumbrado a las violencias cotidianas que le golpean en casi cada rincón. Las cifras oficiales llevan los últimos años instaladas por encima de los 90 asesinatos al día, superando incluso la peor época de la llamada guerra contra el narco. Pero aquí, en plena Riviera Maya, el corazón turístico del país, la violencia parece más amortizada que en ninguno otro lugar, un incómodo problema que se da por descontado si quieres mojitos y mariachis.
El turismo resiste
El goteo de sucesos en primera línea de playa —asesinatos a quemarropa, tiroteos, balas perdidas— desde el año pasado no parece haber afectado a la llegada del turismo, que tras un 2020 aciago por la pandemia se ha recuperado mejor que el resto de grandes destinos del turismo global. Cancún cerró el año pasado como el segundo aeropuerto con más llegadas internacionales, solo detrás de Dubai. Fueron más de 12 millones de visitantes, algo así como si toda la población de Bélgica viajara de vacaciones al Estado de Quintana Roo, que apenas tiene dos millones de residentes registrados.
Las autoridades estatales defienden que los últimos sucesos son la excepción, casos aislados —de los que ya tienen a unos primeros detenidos— dentro de la complejidad de manejar esos gigantescos movimientos de personas en busca, muchas veces, del ocio de playa de día y fiesta de noche. Es decir: jugosos negocios —legales e ilegales— también para las mafias del narcotráfico. Los políticos ponen los datos oficiales de seguridad sobre la mesa para ahuyentar la alarma. El Estado está muy lejos del ratio nacional de asesinatos. La media diaria —90— para ellos es la cifra de muertes mensuales. Este enero incluso bajó a 34.
Las cifras de hecho se han ido reduciendo levemente los últimos dos años mientras que los mediáticos golpes del crimen organizado se han repetido más que en otras épocas. Esta vez, el foco se ha desplazado de Cancún, la matriz del desarrollo turístico de la zona, al corredor que termina al sur en Tulum, la última perla de la Riviera Maya. Unos 200 kilómetros de carretera clavada en medio de la selva por la que desfilan las puertas gigantes de los aún más desproporcionados resorts, spas y clubs privados.
Militares en las playas
Los mayores problemas ahora se han concentrado a medio camino, en Playa del Carmen, un antiguo puerto pescadores transformado desde los años 90 en ciudad de vacaciones y fiesta. Cinco días antes del crimen del baño del Mamita’s, dos turistas canadienses fueron asesinados en un tiroteo en el hotel Xcaret, el famoso parque temático que queda a 15 minutos en coche. Y a principios de noviembre, un comando armado irrumpió en otro exclusivo hotel cercano y asesinó a dos personas en la recepción.
Ante la sucesión de golpes, el presidente envió a finales del año pasado como refuerzo para toda la costa del Caribe mexicano un retén de 1.500 soldados de la Guardia Nacional. Botas, uniforme y casco militar, en Playa del Carmen se les ve patrullando por la arena de la playa por la que la semana pasada escaparon, subidos a una moto acuática, los dos asesinos del Mamita’s. Eran las cinco de la tarde. Cuatro días después, la Fiscalía presentó a tres detenidos, según las autoridades, gracias a las cámaras públicas de seguridad. Ambos, supuestos integrantes de una célula del cartel de Sinaloa.
La policía estatal de Quintana Roo acaba de inaugurar hace pocos meses un nuevo centro de vigilancia en Cancún. Un imponente recinto del tamaño de medio campo de futbol donde se centralizan las labores de inteligencia y control de las más de 2.000 cámaras distribuidas por el Estado. La sala central es una espacio circular con una pantalla gigante, una especie de Matrix de más de 20 metros funcionando las 24 horas.
Miedo a denunciar
Desde su cuartel general, el secretario de Seguridad Pública de Quintana Roo, Lucio Hernández, explica los detalles del asesinato en el club privado de Playa del Carmen. “Los propietarios nos dijeron que no necesitaban a la autoridad, que tenían buena relación con ellos y que preferían no denunciar porque habían tenido malas experiencias. El crimen derivó de un exceso de confianza. Ellos no tienen palabra y sucede lo que sucede”. “Ellos” son las mafias del crimen organizado que, según los testimonios recogidos para este reportaje bajo condición de anonimato, tienen atenazados a los empresarios de Solidaridad, el municipio al que pertenece Playa del Carmen.
La extorsión es el delito silencioso en la zona. Las estadísticas oficiales, que van a la baja los últimos tres años, no reflejan la magnitud del problema. “Por cada 100 casos nos llegan solo tres o cuatro denuncias”, reconoce Hernández. Por eso están incentivando un sistema de denuncias anónimas y nuevos dispositivos como la infiltración de policías de paisano en los negocios. En diciembre, las autoridades retiraron de la avenida principal, la Quinta, a los comerciantes ambulantes. “Son el disfraz del narcomenudeo”, afirma el jefe de Seguridad.
Uno de los empresarios de la Quinta, que no da su nombre por miedo, confirma la tesis. “Lo controlan todo. Droga, alcohol, prostitución, los camastros, los masajes… y tienen amenazado a todo el mundo”. Pero a la vez explica el efecto secundario que ha provocado para ellos que la policía les haya echado de la calle. “Ahora están perdiendo dinero y eso significa que nos están presionando más a nosotros”. El empresario afirma que tras varios meses resistiéndose, no pudo más y aceptó pagar 25.000 pesos −unos 1.200 dólares− mensuales por cada negocio. “Nuestras familias —añade— ya no van a la Quinta por miedo a que les reconozcan y les secuestren. Y las autoridades no hacen nada. Necesitamos vigilancia y castigo”.
Sicarios mexicanos y mafiosos canadienses
El guardia de seguridad ya no deja pasar a ningún turista que quiera preguntar si hay habitaciones libres en el hotel Xcaret, a 15 minutos en coche de Playa del Carmen. Así logró entrar la pareja de sicarios armados que asesinó hace dos semanas a dos turistas canadienses en uno de los bares del recinto hotelero. Xcaret es un mega desarrollo turístico del tamaño de 150 estadios de futbol que incluye un parque temático y arqueológico sobre una antigua ciudad maya, una reserva natural con jaguares, tiburones y delfines y un recinto con tres hoteles. Más de un un millón de personas pasan por aquí cada año.
¿Cómo pudo entrar un arma al recinto? Las autoridades se justifican con el argumento de la dificultad de identificar la aguja en el pajar. Y defienden de nuevo la efectividad de las cámaras, este vez las privadas del hotel. Gracias al rastreo de las imágenes lograron seguir la pista del coche en el que huyeron los asesinos hasta llegar al departamento donde se escondían. Cuatro días después del suceso, la Fiscalía estatal anunció que tenía a dos detenidos.
La información que han ido anunciado desde entonces las autoridades parece sacada de un thriller de Hollywood. Las víctimas, con antecedentes penales en su país, pertenecían una mafia de criminales canadienses con cuentas pendientes dentro del grupo. El Caribe mexicano fue el lugar elegido para ejecutar la vendetta. Sicarios mexicanos contratados por las mafias canadienses volaron desde Ciudad de México para asesinar a los traidores. Les siguieron durante días hasta encontrar el momento idóneo, dentro del exclusivo hotel, para balearlos a quemarropa.
“Tenemos constancia de la entrada a nuestro territorio de miembros de bandas del crimen internacional. No puedo desvelar de qué países por respeto a las embajadas pero se hacen pasar por turistas y muchas veces vienen para entrar después a EE UU”, cuenta el secretario de Seguridad. El año pasado, la Fiscalía detuvo al supuesto líder de una organización criminal rumana que operaba en los principales focos turísticos del Estado duplicando las tarjetas de crédito de los turistas.
Solo mexicanas, las autoridades tienen identificadas al menos a tres mafias: Sinaloa, Cartel Jalisco Nueva Generación —las dos más grandes en el país— y los restos del Golfo, el histórico cartel que dominó en los noventa la costa este de México. En aquella época, el sur de Quintana Roo era uno de los nodos de la llamada ruta del Caribe por la que entraba la cocaína colombiana a EE UU. Una ruta que, de hecho, aún sigue funcionando. En los noventa, una investigación de la DEA destapó una red de lavado de dinero a través de inversiones inmobiliarias en un Cancún que acabó con el exgobernador priista, Mario Villanueva, encarcelado en EE UU por lavado y narcotráfico.
Bala perdida o ajuste de cuentas
Tulum es la última joya de la Riviera Maya, al final de los 200 kilómetros de carretera plagada de resorts. Levantada sobre otro parque natural y otra antigua ciudad maya, el reclamo es diferente al turismo a granel de las ciudades del norte. Si en Playa del Carmen la oferta es alcohol barato, mariachis en directo y bailarinas en tanga, aquí la cosa es más eco-chic: comida ecológica, música new age y retiros de ayahuasca.
El auge de Tulum, que tiene planeado contar con un nuevo aeropuerto internacional para los próximos años, se ha visto favorecido por la ola de violencia en Playa del Carmen. En 2017, un tiroteo en pleno festival de música electrónica causó cinco muertos y 15 heridos. Fue un punto de inflexión. Los promotores de eventos decidieron mudarse al nuevo santuario hipster de Tulum.
La violencia pese a todo ha golpeado también a la última perla. En octubre del año pasado, una bala perdida en un restaurante asesinó a una turista india y otra alemana, además de herir a otros tres comensales. Tres meses después, una patrulla de la policía permanece fija a las puertas de La Mezcalería, cerrada desde aquel suceso. Un camarero del bar de enfrente recuerda que estaba sirviendo unas cervezas cuando se escucharon los disparos. Metieron a todos los clientes dentro del local y bajaron la reja.
“Al salir la gente estaba gritando desesperada”, cuenta el camarero, que es de los pocos que no decidió dejar su trabajo por miedo: “Si te lo piensas, pero necesitamos la chamba”. En septiembre, un taxista y un guardia de seguridad fueron acribillados en otro tiroteo en la localidad. Y en agosto, un hombre murió tras recibir un disparo en la nuca, también en Tulum.
El nuevo jefe de la policía municipal, Oscar Alberto Aparicio, lleva menos de una semana en el cargo. Viene de trabajar en departamento de inteligencia de la Guardia Nacional y entre sus primeras medidas ha decidido colocar más cámaras, contratar más policías y subirles el sueldo un 20%. Sobre el suceso en La Mezcalería, desliza otra línea de investigación. “Los turistas están empezando a comprar droga para revender. A lo que las mafias locales responden con violencia. En aquella ocasión, parece ser que les avisaron que dos chicas extranjeras estaban vendiendo. Al llegar, las confundieron con las dos víctimas”. Este diario preguntó al respecto de esta nueva tesis a la Fiscalía, que insistió en que, según las imágenes de las cámaras, se trató de una pugna entre dos bandas rivales y el fuego cruzado acabó con la vida de las turistas.
La explosión turística en el Caribe mexicano fue un invento de los gobiernos del PRI de mediados de los años setenta. Cancún, la primera semilla, fue literalmente una ciudad “integralmente planeada” por la secretaría de Turismo en medio de la selva y las ruinas arqueológicas. La marca Riviera Maya nació en 1998 por el impulso de la patronal de hoteleros. El auge del caribe como nuevo destino para el turismo internacional coincidió con la decadencia de Acapulco, el lugar de recreo de la jet set de Hollywood hasta los setenta. Por sus playas era habitual ver a Bette Davis, Rita Hayworth o Cary Grant. Acapulco se apagó precisamente por la descomposición social derivada de la violencia política y del crimen organizado. Los empresarios de la Riviera Maya ya comienzan a ver también los fantasmas: “Ojalá no nos convirtamos en la nueva Acapulco”.
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