Cali, Jorge Iván Ospina y la destrucción de la ciudad

Los hechos violentos de los últimos días dejaron ver una ciudad sumida en la anarquía, tomada por el vandalismo, el caos y la violencia, con una mayoría de ciudadanos impotentes refugiados en sus casas
Por: Robert Posada Rosero

El problema de Cali no es que tenga un alcalde ‘mañé’, término acuñado por la cultura popular para referirse a algo o alguien ordinario, estrafalario o falto de clase, La verdadera catástrofe de la otrora ‘Sucursal del Cielo’, es la impronta que este político populista y corrupto le ha imprimido a la ciudad.

Jorge Iván Ospina no solo es hijo de un guerrillero del M-19 y se formó en la Cuba comunista de los Castro, sino que cree a pie juntillas que ese modelo fallido puede ser importado a Colombia e instaurado por esa camarilla de socialistas del siglo XXI que encontraron un nuevo aire con la ascendencia al poder de Hugo Chávez Frías en Venezuela

Su segundo mandato al frente de la capital del Valle es irremediablemente repugnante, miles de millones de pesos dilapidados en un alumbrado itinerante de lo más ‘mañé’ y en una feria virtual que se convirtió en símbolo del despilfarro y la corrupción nacional. En un país decente, dónde la justicia opere de verdad ya estaría destituido y preso, pero estamos en Colombia.

Lo peor es que los caleños se han resignado a su figura, tanto que lo reeligieron, y al parecer también se están acostumbrando a verlo enfrentado a grito herido con el populacho en las calles de la antiguamente conocida como la ‘Capital cívica de Colombia’; su voz chillona, su ordinariez y sus actos non sanctos se han convertido en la imagen de Cali, y sí, es muy “boleta”, pero es una realidad que no se puede ocultar.

Los hechos violentos de los últimos días dejaron ver una ciudad sumida en la anarquía, tomada por el vandalismo, el caos y la violencia, con una mayoría de ciudadanos impotentes refugiados en sus casas rogando para que las hordas de desadaptados no lo quemarán todo, ante la actitud permisiva de un Ospina que entre líneas justificaba el accionar de indígenas y revoltosos culpando de todo al gobierno nacional.

Violentos controlan la capital del Valle del Cauca con bloqueos y peajes entre barrios, ante la permisividad de Jorge Iván Ospina.

Y he ahí el verdadero problema, la caleñidad puede sobrevivir y resistir su ordinariez y mal gusto, pero difícilmente se repondrá de la desinstitucionalización causada por Ospina en sintonía con Claudia López y Daniel Quintero Calle, quienes soterradamente le hacen el juego a Gustavo Petro y toda esa fauna política que comulga con ese modelo político-económico que ha venido ganando terreno entre una sociedad iletrada, frustrada y llena de resentimiento.

En este escenario ha sido muy fácil vender el relato comunista, aquel que cuenta que la historia de la sociedad hasta nuestros días no ha sido sino la historia de la lucha de clases. En dos palabras: opresores y oprimidos, burguesía y proletariado. Y que esta lucha solo terminará con la victoria del proletariado y el establecimiento del paraíso comunista, dónde nadie poseerá nada y todos serán completamente libres y felices.

Este relato por supuesto necesita un villano, para cuyos fines no puede ser otro que Álvaro Uribe Vélez, “responsable de todos los males del proletariado y hacia quien debe dirigirse el odio”. Y por supuesto, mártires, “si creemos que la gente crea de verdad en una ficción persuadámosla para que haga un sacrificio en su nombre. El sacrificio personal es muy persuasivo, sobre todo para los espectadores. Pocos dioses, naciones o revoluciones pueden sostenerse sin mártires”.

De ahí que se requiera sacar jóvenes a las protestas a ofrecer su vida por la causa; ayer fue Dilan Cruz, hoy Marcelo Agredo, el joven de 17 años que resultó muerto durante los desmanes en el barrio Mariano Ramos de Cali, y mañana será cualquiera; solo son fichas dentro de este juego de poder e intereses. Además, en esta construcción del relato nadie podrá poner en tela de juicio la acción virtuosa del mártir, quien se atreva no es más que un canalla.

Porque para el fascista solo existe una vara para medir la realidad. Si las ideas sirven a sus intereses son buenas, sino son malas. Y enseña a sus seguidores aquello que sirve a su discurso; la verdad no importa. Los fascistas creen favorecer los intereses del colectivo por encima de los de cualquier individuo, y exigen que ni una sola persona se atreva jamás a romper la unidad del grupo. Todo aquel que no piense como ese líder mesiánico debe ser descalificado, despreciado, linchado.

Esa es la nueva narrativa que se apoderó de Cali: los de abajo saquean, roban, vandalizan y destruyen en nombre de esa lucha de clases, y los de arriba, cada vez en mayor número se suman al coro que justifica esos hechos con argumentos tan baladís como la corrupción pública o la necesidad de acabar con el villano que les han vendido, al final unos y otros solo intentan catalizar sus propias frustraciones y resentimientos. En este escenario no hay espacio para la racionalidad.

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