Los próximos meses se presentan para Afganistán bajo el signo de la tragedia. Al colapso de la economía propiciado por la victoria talibán, se suma la hambruna causada por una excepcional sequía y todo ello envuelto en el desentendimiento internacional. El ministro del Interior, todavía reclamado por el FBI, promete acabar con el terrorismo si el Emirato talibán es reconocido. Y en espera de ello, el ‘número dos’ del régimen, el mulá Baradar, lanza una llamada a las “obligaciones humanitarias” del mundo, exentas de “prejuicios políticos”. Lástima que ese humanismo no incluya a las mujeres. La restricción de sus libertades aumenta semana tras semana, con medidas que van del cierre de las escuelas secundarias para niñas a una obligación en ascenso de cubrirse en la senda del burka. En esta deriva lo anecdótico deviene símbolo y las tiendas prohíben las figuras integrales de maniquíes cuyas cabezas son cortadas. Para las que se atrevan a protestar: redadas, palizas y desapariciones. Proliferan los casos de activistas identificadas, buscadas y sacadas de sus casas. Un círculo vicioso de penuria y persecución.
Por su parte, el vecino Pakistán comienza a acusar los efectos indeseados del prolongado apoyo a los talibanes y de una estrategia visiblemente fallida que distingue entre “buenos y malos” talibanes, entre grupos yihadistas útiles en las guerras externas por delegación (Afganistán, Cachemira) y abominables por atentar en territorio nacional. En las actuales circunstancias, los “buenos” y los “malos” se apoyan y operan desde Afganistán. Ni siquiera ha servido la valla fronteriza levantada por las autoridades paquistaníes, provocando de un lado un desvío migratorio hacia Turquía, con Europa como destino, y por otro la ira de los pastunes afganos que no reconocen la legalidad de la frontera y siguen anhelando una nación que acoja a los 50 millones de pastunes que viven entre ambos países. La reacción no se ha hecho esperar y por las redes circulan videos en los que se puede ver a oficiales talibanes retirando tramos de la verja e imprecando a los militares paquistaníes.
El episodio ilustra una mutua desconfianza que trasciende al pragmatismo de la antigua alianza, y se suma a la preocupante talibanización de Pakistán, cuyo primer ministro, Imran Khan, se ha plegado ante las movilizaciones callejeras. Las protagoniza Tehreek-e-Labbaik Pakistan (TLP), un grupo que tiene en la lucha a muerte contra la blasfemia su leitmotiv y que a pesar de su reciente creación en las elecciones del 2018 pasó a ser la quinta fuerza política. Pekín mientras tanto reconoce la necesidad de colaborar con la comunidad internacional, mantiene prudentemente un perfil bajo, y confía en la amistad con Irán, Rusia y Pakistán. Por el momento las únicas certezas son la inminente crisis humanitaria y el olvido de Afganistán. @evabor3
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