Sobre la guerra en Ucrania abundan las comparaciones y los lamentos de las lecciones no aprendidas. Es cierto que los errores en Irak y Afganistán han servido de advertencia a los servicios de inteligencia de EE UU, que han puesto más celo en esta coyuntura, pero la experiencia de la guerra siria —aún en curso— cuenta mucho en el siniestro haber de Putin.
Pero la mala conciencia, casi más que los intereses geopolíticos, formatea el silencio del establishment europeo y norteamericano sobre la guerra en Siria. En 2013 se dejó hacer a Al Asad, que gaseando los suburbios de Damasco traspasó la línea roja trazada por Obama. Con ello Putin vio expedito el camino para sus propios planes, y en 2015 desplegó las tropas rusas en Siria, tras haberse anexionado Crimea el año anterior.
En cuanto a esa izquierda que aún se alimenta de indigestas consignas antiimperialistas, a buen seguro le disgusta que con Ucrania se transparente de nuevo la falacia de que Rusia representa algo que no sean sus propios intereses ultranacionalistas. Y a la generalidad de los ciudadanos les escuece —o debería— el poso racista de la distinta acogida dada a los refugiados de ahora (europeos, cristianos, “rubios”) frente a los de antes (asiáticos, musulmanes, “morenos”).
Sin embargo, por más que la herida siria incordie, inhibirse ya se ha visto adónde lleva. Estos días, ante la inminente batalla de Kiev, debería tenerse muy en cuenta, Alepo, la gran victoria de Putin en Siria. Porque Kiev, como Alepo, es el símbolo de lo que está por venir: un nuevo atolladero de la Historia.
Los corredores humanitarios con los que Putin juega al ratón y al gato en Ucrania ya fueron objeto de chalaneo en Alepo: le sirvieron a Al Asad para mofarse de la Unión Europea, la cual ensayó sin éxito un papel estratégico que también hoy Rusia le niega. Es de temer que en Kiev, como en Alepo, la población civil quede encerrada en las ratoneras de una ciudad dividida, hasta la limpieza final de toda resistencia.
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En la toma de Kiev, como en la de Alepo, la guerrilla urbana será decisiva. Dado que el Ejército regular ruso no resulta funcional en este terreno, Putin ya ha reclutado y trasladado a Ucrania mercenarios sirios duchos en la guerra urbana. Se suman a los chechenos, que también han pasado por Siria. Por más que unos y otros no conozcan el terreno como los ucranianos, su furor y falta de escrúpulos pueden suplir esta inferioridad, como ya sucedió en Alepo.
Justo en aquellas fechas, en vísperas de las elecciones estadounidenses de 2016 que ganó Trump (con fundadas sospechas de confabulación putinesca), el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, alertó de que una nueva guerra fría podría estar a la vuelta de la esquina. Quizá el cambio de presidente en la Casa Blanca haya empujado a Putin a retomar los planes de los días de Alepo. Entonces, como ahora, nunca la ONU fue tan inoperante.
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