En una bolsita impermeable, Mariya Yutsenko ha preparado sus documentos más importantes y los de su hija, de siete años. Pasaportes, algo de dinero en efectivo en euros y grivnas (moneda ucrania), un listado de teléfonos y direcciones clave. “No es pánico, es previsión. Sobre todo por mi niña”, recalca. Empezó a pensar en un “plan de acción” en diciembre, cuando aumentó el eco de alertas sobre otra posible invasión rusa a Ucrania. Ingeniera informática de 33 años, Yutsenko se encoge de hombros y se define como “una mujer práctica”. “Ya tengo un refugio mirado por si llega la guerra”, explica. Se trata de un sótano habilitado como albergue de protección en su barrio, un vecindario de bloques de apartamentos cerca de la autopista, al oeste de Kiev. La batalla con los separatistas prorrusos apoyados por el Kremlin en la región del Donbás pilla lejos de la vibrante capital ucrania, pero asegura que se ha acostumbrado a vivir en un país en conflicto. “Dudo que vayamos a volver a una guerra caliente, pero debemos ser responsables y estar preparados”, matiza.
La constante exhibición de músculo militar de Rusia, su dialéctica contra Kiev y la OTAN y el rosario de amenazas de acción si la Alianza Atlántica no firma una garantía de no expansión hacia el Este han creado una mayúscula crisis de seguridad en Europa. La inteligencia ucrania y estadounidense advierten de que el presidente ruso, Vladímir Putin, que ha concentrado más de 100.000 militares en las fronteras con Ucrania y ha desplegado tropas en maniobras diversas —desde Bielorrusia al mar Negro—, podría lanzar otro ataque contra su vecino del oeste. La agresión, ha dicho esta semana EE UU, podría ser en cualquier momento.
La eléctrica situación, pero también el hecho de que Moscú y Washington —a quien el Kremlin ha elegido como interlocutor dejando de lado a la Unión Europea— hayan reducido un poco la retórica de confrontación estos días y acordado mantener el camino diplomático para tratar de enfriar la crisis, deja abiertos distintos escenarios en el posible teatro de operaciones de Putin en Ucrania. Los expertos militares y analistas políticos barajan desde una incursión en el Donbás para formalizar la anexión de las dos regiones ucranias controladas por los separatistas prorrusos a los que apoya desde el inicio de la guerra, hace ocho años, a ataques cibernéticos a gran escala y otros mecanismos para sembrar el caos y desestabilizar el Gobierno de la antigua república soviética, clave geoestratégicamente para la UE. O incluso la invasión desde Bielorrusia, o una intervención desde Crimea y el Donbás para crear un corredor desde este territorio a la península ucrania, que Moscú se anexionó en 2014 con un referéndum considerado ilegal por la comunidad internacional y donde también tiene tropas.
Algunos creen que Putin está a la espera y aún no ha apostado por un plan. Pero aunque lo haya hecho, dice María Avdeeva, directora de investigación de la Asociación Europea de Expertos, la incógnita y el clima de tensión actual también le favorecen. “Es su práctica estándar, prefiere dejar abiertas diferentes posibilidades y mantener a otros adivinando cuál será su decisión”, opina Avdeeva. Lo cierto, coinciden los especialistas y observadores del Kremlin, es que el presidente ruso tiene varias manos de cartas. Y también que podría combinarlas.
El veterano experto ruso en temas militares Mijaíl Jodorénok cree que una invasión armada a Ucrania es “muy poco probable”. “Es posible que el Kremlin esté utilizando la situación actual y las movilizaciones como mecanismo de negociación, pero lo cierto es que la fuerte reacción de Occidente y su posición extremadamente consolidada por primera vez en varias décadas superó todas sus expectativas”, opina. Si se revisa la situación con “realismo político-militar”, dice, se ve que Rusia no obtendría excesivas ganancias de una guerra abierta y sí grandes pérdidas, añade. “Por ahora, da la impresión de que el liderazgo ruso solo tiene una opción, retirarse —excepto de las áreas cercanas al Donbás—, salvar la cara y difundir que ‘las maniobras militares se completaron con éxito”, baraja.
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Rusia presentó en diciembre a la OTAN y a Washington una propuesta de acuerdo vinculante en la que exige que la Alianza Atlántica frene su expansión hacia el Este, retire su invitación de membresía a Ucrania y a Georgia (antiguas repúblicas soviéticas y que Moscú considera parte de su esfera de influencia) y paralice toda actividad militar en los países bálticos o Polonia —donde no tiene bases, pero sí batallones plurinacionales—, que hace décadas estuvieron en la misma página que Rusia como parte de la URSS o el pacto de Varsovia. Demandas que la OTAN (alianza de la que es miembro España) y EE UU ya han definido como “líneas rojas” que chocan con el “derecho soberano” de posibles futuros socios.
Pero mientras recorre la frágil senda diplomática, Rusia sigue concentrando tropas, recuerda el veterano analista Volodímir Fesenko en Kiev. El servicio de espionaje ucranio estima que Moscú tiene a casi 130.000 soldados desplegados a distancia de ataque, entre los colocados en sus fronteras occidentales y la preparación de maniobras en Bielorrusia. “Con su dialéctica y la escalada militar, Moscú presenta un ultimátum muy agresivo”, afirma. Uno de los escenarios más plausibles es el de “operaciones locales contra Ucrania, por ejemplo, la intervención abierta en el Donbás “, cree el experto. Fuentes de la inteligencia de Kiev y Washington han alertado estos días de que Rusia prepara una “operación de falsa bandera” que implicaría “provocaciones” para calentar el conflicto. La última guerra de Europa, que bulle pero a combustión lenta en el este de Ucrania, se ha cobrado unas 14.000 vidas, según la ONU, y está lejos de solucionarse.
Esas “provocaciones” podrían darle al Kremlin la “excusa”, apunta María Avdeeva, para intervenir con el fin de “proteger” a los ciudadanos de la región, mayoritariamente de habla rusa y entre los que ha repartido alrededor de un millón de pasaportes en los últimos años. Una pauta parecida a la que empleó en 2008 en Georgia, en la guerra de cuatro días con Tbilisi, que terminó con tropas rusas en las regiones separatistas de Osetia del Sur y Abjasia. Esta semana, además, diputados comunistas presentaron una propuesta en el Parlamento ruso (la Duma) para reconocer como Estados las autoproclamadas “repúblicas populares” de Donetsk y Lugansk. “Putin necesita mostrar algo a su propia población”, señala la investigadora Avdeeva. “La cantidad de desinformación y mensajes manipuladores que ahora circulan por los medios controlados por el Kremlin nos indica que la situación es extremadamente grave y que la amenaza es real. La campaña de desinformación rusa crea las bases para una posible invasión militar incluso a gran escala”, dice Avdeeva, que habla de un escenario de ciberataques, pero más graves que los sufridos por Ucrania la semana pasada.
El viernes, el espionaje militar ucranio aseguró también que Moscú está enviando mercenarios, armamento pesado y toneladas de combustible a Donetsk y Lugansk. Soldados sin identificar y contratistas de defensa: una jugada clave del libro de estrategias del Kremlin, que ya usó para invadir la península de Crimea (los llamados hombres verdes) y en las fases iniciales del conflicto del Donbás, en Siria y Libia.
“La gente está preparada”
Valeriy Brahinets no tiene ningún plan de contingencia especial. “Viniendo de Rusia nadie puede estar seguro de nada. Psicológicamente, no es fácil para nadie, pero la gente está preparada”, dice este empresario de 57 años. “Mi plan es defender mi país, no pienso marcharme. Me quedaría a proteger la ciudad”, dice en Kiev, donde pequeños copos de nieve van coloreando de blanco el centro de la ciudad y en el puente sobre el río Dnieper, donde varios cientos de personas celebran con banderas amarillas y azules el día de la Unidad de Ucrania. Brahinets es parte de ese 58% de ucranios que está dispuesto a empuñar las armas, según una reciente encuesta. Cuenta que varios de sus conocidos se han apuntado ya a las llamadas Brigadas de Defensa Territorial, grupos de voluntarios civiles que reciben instrucción y entrenan los fines de semana para el combate. El Gobierno ucranio prevé establecer 150 batallones de este tipo. Un total de 130.000 personas, cada una con un arma de fuego asignada, según el Ministerio de Defensa.
Frente a las fuerzas deslavazadas y mal equipadas de 2014, Ucrania ha desarrollado su ejército en los últimos años, y sus tropas han recibido entrenamiento y asesoría de sus aliados de Occidente. La OTAN ha dejado claro que no mandará fuerzas al país del Este en caso de agresión rusa, pero Washington le ha aportado fondos y ha enviado material de defensa. También, en los últimos días, el Reino Unido y los países bálticos. Berlín, que ha rechazado las peticiones de armas de Kiev, enviará un hospital de campaña, dijo el sábado la ministra de Defensa, Christine Lambrecht. Pese a esto, la superioridad del Ejército ruso sigue siendo enorme.
Una invasión a gran escala o incluso una por varios flancos destinada a dividir el país sería devastadora. Desde hace años, se baraja la opción de que Moscú trate de capturar la ciudad costera de Mariupol y crear un corredor desde la anexionada Crimea hacia el Donbás, de manera que, además, se asegure el suministro de agua dulce a la península, que renquea porque el Gobierno de Kiev controla el canal de la era soviética que la suministraba. O tomar Odessa, una ciudad de un millón de habitantes con un importante puerto, y trabajar para aislar a Ucrania del mar, explican los analistas.
En pleno pico de tensión, el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, ha instado esta semana a mantener la calma. “Respiremos hondo. No corran a por trigo sarraceno y fósforos. Mantengan la cabeza tranquila”, dijo en un mensaje al país en sus redes sociales. Sin embargo, poco después, el líder ucranio habló de la posibilidad de que Rusia invada la ciudad de Jarkiv. “De manera realista, diré que si Rusia decide aumentar su escalada lo hará en territorios donde históricamente hay personas que solían tener vínculos con Rusia. Jarkiv, que está bajo control del Gobierno de Ucrania, podría ser ocupada”, dijo en una entrevista al Washington Post. “Rusia exporta el caos de manera muy efectiva”, remarca el analista Fesenko.
En Jarkiv, a unos 40 kilómetros de Rusia, con 1,5 millones de habitantes y una de las ciudades más importantes de Ucrania, Ihor Vasilievich cuenta que la población se ha acostumbrado a vivir con un nivel de tensión tal que esta escalada no lo ha elevado. Al menos para él. “Creo que no pasará nada”, subraya este camarero de 48 años. “Las cosas se mantendrán en este complicado statu quo. Si Rusia quisiera atacar lo haría por sorpresa y no mostrando sus tropas claramente. Así que esto o es un farol o una maniobra de distracción para algo más”, sostiene por teléfono. “No hago caso a la propaganda de uno u otro lado”, remarca.
Sobre la mesa de los analistas está cobrando resonancia en las últimas semanas el escenario de una invasión desde Bielorrusia. Hasta hace bien poco, Kiev no sintió amenaza alguna de su vecino del flanco norte, explicaba en una reciente entrevista el ministro de Exteriores ucranio, Dmytro Kuleba, pero con la cercanía cada vez mayor a Putin del líder autoritario bielorruso Aleksandr Lukashenko (y su dependencia de Moscú), y con la crisis migratoria orquestada por Minsk, Ucrania decidió reforzar esa frontera. Ahora, Rusia prepara cerca de esa linde maniobras conjuntas con el Ejército bielorruso en dos fases. La primera tendrá su apogeo el 4 de febrero, cuando está previsto que el presidente ruso visite Pekín; la última terminará, según el Ministerio de Defensa ruso, el 20 de febrero. Fechas que algunos analistas han definido como “reveladoras”. Moscú podría usar Bielorrusia como “plataforma” contra Ucrania, apunta el analista militar Mijaylo Samus.
El veterano ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, aseguró el viernes, tras una reunión con su homólogo estadounidense, Antony Blinken, que Rusia “no tiene planes” de atacar Ucrania. Aunque el Gobierno ruso habla de “graves consecuencias” si la OTAN no atiende a sus demandas sobre la expansión y presencia en zonas que, como Ucrania, considera dentro de su órbita. Putin ha amenazado con desplegar medidas “técnico-militares”. Ese escenario, considera el politólogo Alexéi Arbatov, de la Academia Rusa de Ciencias, se refiere a la creación y despliegue de nuevas armas y no al uso de tropas. “Podría desplegar misiles de corto alcance, o armas nucleares en Bielorrusia [que comparte fronteras también con Polonia y Lituania, miembros de la OTAN], donde se podrían transferir también misiles hipersónicos o bombarderos medianos”, apunta Arbatov.
Lukasheko, que se mantiene en el poder con puño de hierro desde hace décadas y que durante un tiempo jugó la baza de ser el amortiguador entre Rusia y Occidente, ha programado para finales de febrero un referéndum constitucional que entre sus enmiendas elimina la “neutralidad” del país y su “estatuto no nuclear”. El líder autoritario se ofreció, recuerda Arbatov, a albergar las armas nucleares de Rusia si la OTAN coloca las suyas en Europa del Este.
A Khrystyna Bubniuk las informaciones sobre la escalada la estresan. “Tanta contradicción… Trato de vivir mi vida normal, planear vacaciones en primavera, pensar en el verano”, cuenta la periodista de 22 años. Su madre, que vive en el oeste del país, le ha pedido que si la cosa se calienta se vaya con ella inmediatamente desde Kiev: “No tengo un plan especial. Si pasa algo seguiré trabajando y tratando de hacer lo mejor para Ucrania. Es increíble que estemos hablando de esto en el siglo XXI”.
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