Quizá la Europa geopolítica era un objetivo al que no faltaba discurso, sino acción. La guerra del Kremlin contra Ucrania ha despojado a los europeos de las divisiones internas que, a menudo, han impedido a la Unión Europea actuar como potencia global.
Es sorprendente que la debilidad de la política exterior europea se haya superado precisamente en el escenario más geopolítico y divisivo de todos. Rusia siempre ha sido uno de los flancos débiles de la política exterior de la Unión. Por razones históricas, conviven en la UE países que consideran la injerencia del Kremlin como la principal amenaza a su seguridad y países para los que Rusia queda demasiado lejos.
En el plano de los intereses, algunos Estados miembros están mucho más expuestos al mercado ruso y a sus recursos energéticos que otros, que pueden desacoplarse más fácilmente. En el plano diplomático, algunas capitales europeas insisten en la necesidad de acercamiento y diálogo con Rusia, y otras prefieren ceñirse a los contactos estrictamente necesarios.
Todo ello se ha traducido en múltiples visiones estratégicas y en considerar a Rusia simultáneamente “socio” y “desafío estratégico”. También en equilibrios polisémicos en la UE que, según el ámbito, pasaban por rehuir, contener o aceptar el partenariado con Moscú. Hasta hoy.
La agresión militar contra Ucrania ha unido a Europa como ninguna otra crisis internacional anterior. Se ha adoptado un paquete de sanciones sin precedentes; se restringen las importaciones necesarias para el sector energético y se cierra el espacio aéreo ruso; se castiga a Putin, Lavrov y a los oligarcas cercanos al Kremlin; Alemania modifica su política de exportación de armamento; y se utilizan fondos europeos para reforzar la defensa de Ucrania. Discusiones perennes sobre la “autonomía estratégica” dejan paso al poder de la acción concertada con Estados Unidos y el Reino Unido.
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Incluso el frente iliberal encabezado por Hungría se suma a un nuevo consenso en lo exterior, tras repetidos intentos de bloqueo de la política exterior europea hacia China u Oriente Medio. Mientras tanto, Polonia y otros abren sus fronteras a los refugiados ucranios, sólo siete años después del cisma entre este y oeste que suscitó la anterior crisis migratoria.
Vivimos sumidos en una lucha constante contra el reloj. En Ucrania, para frenar la invasión rusa y, en la UE, cuando juzgamos precipitadamente su capacidad de respuesta a las crisis. La Europa geopolítica, todavía inmadura, tal vez necesitara que afloraran las divisiones internas de dos crisis anteriores, la del euro y la de refugiados, para una acción más concertada hoy.
Los pasos dados tras el Brexit, la pandemia y, ahora, Ucrania muestran que, cuando se dirimen el proyecto, la salud o la seguridad de los europeos, Europa responde. Falta que siga siendo así si la crisis escala o se prolonga.
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