Como los corredores de apuestas, los fans de la información sobre el Supremo de Estados Unidos adoran las estadísticas. Hoy están de enhorabuena. El presidente Joe Biden ha nominado este viernes para el alto tribunal a Ketanji Brown Jackson, la primera mujer afroamericana en ocupar tan importante cargo. Si resulta finalmente elegida (aún tiene que pasar por el trámite de su aprobación en el senado) será la sexta jueza y la tercera persona de raza negra en sus 233 años de historia.
Jackson sustituirá al progresista Stephen Breyer, quien, a sus 83 años, anunció el pasado enero su retiro al final del curso judicial, en verano, para permitir a Biden su primera designación y, de paso, evitar que la corte se vaya aún más a la derecha. Si sale elegida, y todo indica que así será —basta una mayoría simple en el Senado, y los demócratas cuentan con ella― se sumará a la facción liberal, que está en una minoría, inédita desde los años 30, de tres contra seis.
I’m proud to announce that I am nominating Judge Ketanji Brown Jackson to serve on the Supreme Court. Currently serving on the U.S. Court of Appeals for the D.C. Circuit, she is one of our nation’s brightest legal minds and will be an exceptional Justice.https://t.co/iePvhz1YaA pic.twitter.com/Nzqv2AtN8h
— President Biden (@POTUS) February 25, 2022
Jackson figuraba en todas las quinielas sobre quién sustituiría Breyer. Biden había prometido durante la campaña que lo llevó a la Casa Blanca que haría historia al nombrar para el cargo a la primera afroamericana. La primera mujer en entrar en el Supremo fue Sandra Day O’Connor, que lo hizo, con Ronald Reagan en la Casa Blanca, en 1981. El primer magistrado negro fue Thurgood Marshall, en 1967 (Lyndon Johnson era presidente). El segundo, Clarence Thomas, ingresó en 1991 (con Bush padre). Thomas aún ejerce en la corte, y es uno de los miembros más duros del ala conservadora.
Cuando fue designada el año pasado como jueza del Tribunal de Apelaciones del Circuito del Distrito de Columbia (el de Washington), Jackson recibió el apoyo de los 50 demócratas y de tres republicanos, aunque eso no garantiza que el proceso que desemboque en su nombramiento no esté teñido de la bronca polarización que define la política de este país. En su cargo anterior aún no ha tenido tiempo de dejar clara su filosofía legal a través de sus pronunciamientos, aunque, como jueza de distrito de Washington se distinguió por su tendencia progresista: bloqueó los intentos de la Administración Trump de acelerar las deportaciones de inmigrantes sin papeles y de impedir que un antiguo asesor de la Casa Blanca testificara ante el Congreso y se opuso a reducir las subvenciones para la prevención de embarazos adolescentes.
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A sus 51 años, Jackson será la segunda integrante más joven del actual Supremo en asumir un cargo que es vitalicio y desde el que es posible ejercer una enorme influencia sobre la sociedad estadounidense en asuntos de calado; encima de la mesa del tribunal están ahora mismo temas como el derecho al aborto (en cuestión medio siglo después), la aplicación de la discriminación positiva para la admisión en las universidades o la tenencia de armas. La más joven del lote sigue siendo Amy Coney Barrett, que tenía 48 años cuando Trump la nominó (e hizo que la votaran a toda prisa). Sucedió tras la muerte de Ruth Bader Ginsburg a los 87 años el 18 de septiembre de 2020, jueza progresista, icono del feminismo y lo más parecido a una estrella del pop que ha producido la judicatura. Aguantó en su puesto hasta el final, lo que permitió que Trump nominara a su tercer juez en una sola legislatura, que además era la primera (otro dato de oro en el libro de las estadísticas). Antes designó a Neil Gorsuch y Brett Kavanaugh, lo que ha permitido perpetuar el legado del expresidente.
Breyer recibió numerosas presiones desde el progresismo estadounidense después de lo que pasó con Bader Ginsburg. Era urgente dar la oportunidad a los demócratas de sustituirlo antes de las elecciones de medio mandato, que se celebran el próximo noviembre, y en las que podrían perder sus mayorías en las Cámaras. Este reemplazo de un juez progresista por otra impedirá que la balanza del Supremo se venza más hacia la derecha: una mayoría de siete contra dos no resultaría representativa de la sensibilidad de la sociedad estadounidense.
Además de por sus ideas políticas, Jackson se diferencia de Coney Barrett por sus credenciales académicas. La primera, educada en Harvard, cuenta con el pedigrí de haber estudiado en una de las universidades de la Ivy League. Esas instituciones son las verdaderas incubadoras de las élites estadounidenses, también del resto de los jueces del Supremo, menos Coney Barrett, que estudió en la universidad católica de Notre Dame, en South Bend (Indiana).
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