No una, sino dos crisis internacionales trastocan inesperadamente el fin del primer mandato de Emmanuel Macron en el palacio del Elíseo y la campaña para la reelección.
Una crisis sucede en Europa, se origina en la amenaza de una ataque de Rusia a Ucrania y ha motivado esta semana una actividad frenética de Macron en busca de la desescalada. La otra tiene por escenario África: la ruptura entre Francia y la junta militar que gobierna en Malí puede precipitar la retirada francesa de este país y reavivar el fantasma de la retirada de Estados Unidos de Afganistán el pasado verano.
Ambas crisis, la del este de Europa y la del Sahel, llevaban tiempo gestándose, pero han estallado casi al mismo tiempo. Y en un momento delicado para Macron, quien busca el momento adecuado, pero parece no encontrarlo, para declararse candidato oficial en las presidenciales francesas. La elección a dos vueltas se celebra el 10 y el 24 de abril.
Otro punto en común entre ambas crisis: Rusia ha desplegado más de 100.000 soldados cerca de las fronteras con Ucrania, pero también está presente en África. Un detonante de la ruptura entre París y los golpistas de Bamako es la presencia en Malí de mercenarios de la empresa privada rusa Wagner. Hay ecos, en estas contiendas paralelas, de la Guerra Fría, cuando la Unión Soviética —una superpotencia mundial, a diferencia de la Rusia actual— echaba un pulso a Occidente en Berlín y en paralelo agitaba las revoluciones en el tercer mundo en plena descolonización.
Ucrania y el Sahel son terrenos donde se pone a prueba la capacidad de Francia y de la Unión Europea para influir en un mundo en tensión. La presión de Moscú a Kiev ha resucitado a la OTAN, organización que en 2019 Macron declaró en “coma cerebral”, y ha mostrado que, en casos de guerra y paz, la UE está lejos de disponer de la autonomía estratégica que anhela París. En el Sahel, Francia ensayó algo parecido a lo que podría ser una fuerza militar de una Europa soberana, pero el repliegue siembra dudas sobre el proyecto.
Macron, lógicamente, tiene un papel central en el conflicto del Sahel, pues fue Francia, con su antecesor, François Hollande, el país que lideró la intervención para frenar a los yihadistas en 2013 y, aunque participan otros países europeos, la vieja potencia colonial sigue dirigiendo las operaciones.
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Pero el presidente francés también ha intentado asumir la voz cantante en la crisis por Ucrania. Esta semana se ha reunido con el presidente ruso, Vladímir Putin, y con el ucranio, Volodímir Zelenski. No está claro si en nombre de la UE o de la OTAN, ni con qué mandato, pero tras consultar con sus socios y aliados se ha impuesto como el representante occidental de los esfuerzos por frenar la amenaza rusa.
François Heisbourg, consejero del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos y de la Fundación para la Investigación Estratégica, cree que la hiperactividad diplomática del presidente francés se explica porque hoy, en Europa, no hay nadie más con capacidad o voluntad de ejercer este papel. “[El primer ministro británico] Boris Johnson bastantes problemas tiene para gestionar su presupuesto de alcohol y pasteles en el 10 de Downing Street”, sonríe Heisbourg. “[El nuevo canciller alemán] Olaf Scholz todavía está en pleno aprendizaje de la política exterior y con una coalición que no ha construido una línea coherente en cuestiones de seguridad, por lo que Alemania no dispone de mucha movilidad. El único elemento móvil es Francia”.
El efecto, en Francia, es extraño. Mientras los rivales de Macron en la elección presidencial están embarcados en la campaña con todas sus miserias y golpes bajos, el favorito llama varias veces por semana a su homólogo estadounidense, Joe Biden, y al ruso Putin, vuela de París a Moscú y de ahí a Kiev, y después a Berlín. El gran tablero global en vez de la provinciana política local.
No es que Rusia y Ucrania estén ausentes del debate electoral. Hay un campo favorable a Putin o crítico con Occidente (la extrema derecha de Marine Le Pen y Éric Zemmour y la extrema izquierda de Jean-Luc Mélenchon) y otro europeísta y atlantista, el del propio Macron y de la candidata de la derecha moderada, Valérie Pécresse.
Mientras tanto, el presidente retrasa y retrasa la hora del anuncio de su candidatura. Y así la campaña no acaba de arrancar de verdad: todos esperan que Macron baje al fango.
Otra cosa es que la política internacional determine el resultado. “No pienso que tenga demasiada influencia en el plano electoral: en las elecciones francesas la política extranjera no hace ganar votos, aunque puede hacerlos perder”, dice Heisbourg, autor del ensayo Retour de la guerre (Retorno de la guerra). “El único impacto sustancial puede ser la subida de los precios de la energía si hay guerra”, agrega.
Macron corre un riesgo, “pero es bastante calculado”, opina este experto. “Si en los tres meses próximos no hay guerra”, añade, “si las discusiones diplomáticas se desarrollan en un ambiente de calma, no sumará votos, pero nadie le criticará. Y si hay una guerra, aparecerá como la persona que hizo todos los esfuerzos imaginables para impedirla”.
Otra cosa es el Sahel. La retirada de las fuerzas francesas pone en juego el prestigio y la credibilidad de Francia: el síndrome de Afganistán. “Es el típico tema que puede marcar el debate para la segunda vuelta de las presidenciales”, afirma Heisbourg. “Y es un riesgo que Macron no controla”, sentencia.
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