Parece que Vladímir Putin ha perdido el juicio. Asegura que el objetivo de esta invasión no provocada es la “desmilitarización y desnazificación” de Ucrania, cuando es él quien se comporta como una especie de reflejo distorsionado de Hitler.
Toda su justificación para esta invasión es completamente incoherente. Es alguien que declaró alegremente que la mayor tragedia geopolítica del siglo XX fue la desintegración de la Unión Soviética y, sin embargo, al mismo tiempo culpa a Lenin por permitir que la idea de la autodeterminación se arraigara en 1917, lo que permitió esa misma ruptura en 1991.
En su incoherente discurso a la nación, su versión de la historia de Ucrania está completamente distorsionada. Habla del genocidio contra los rusos en el este de Ucrania, un montaje ridículo que nadie cree, pero nunca menciona el Holodomor, la verdadera hambruna genocida lanzada por Stalin en 1932 contra Ucrania, que provocó cuatro millones y medio de muertos. Todo lo que concede son algunos “errores cometidos en distintos períodos de tiempo”.
Putin intenta convencerse a sí mismo de que una identidad ucraniana independiente es totalmente artificial por motivos etnonacionalistas porque Ucrania forma parte del “mismo espacio histórico y espiritual” que Rusia. Son un “pueblo único”, declara. Lo que implica que ninguna población tenga derecho a seguir su propio camino. Está viviendo en un mundo enloquecido de fantasía del pasado imperial ruso cuando declara: “Se está creando una anti-Rusia hostil en nuestras tierras históricas”. Y, sin embargo, él está siguiendo la política estalinista del siglo pasado.
“No tenemos la intención de ocupar Ucrania”, dice. Esto significa que tiene la intención de instalar allí su propio Gobierno títere. Uno puede estar seguro de que las fuerzas especiales rusas y la inteligencia militar (GRU) tienen listas de los ucranios que desean eliminar de una forma u otra para que el país pueda convertirse en un Estado satélite, tal como lo fueron los Estados de Europa central en 1945.
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