El Papa llega este sábado a Malta en un viaje aparentemente simple, pero complicado por la naturaleza del momento y el humor que transpira la isla tras las recientes elecciones legislativas, que han confirmado por tercera vez a los laboristas. El Vaticano no suele organizar viajes cercanos en el tiempo a periodos electorales para evitar interpretaciones políticas —en este caso podría venderse internamente como un espaldarazo—. Pero en esta ocasión, el viaje fue pospuesto dos veces por la pandemia y ha terminado casi solapándose con las urnas. Además, la isla está marcada a fuego por la llegada de inmigrantes a través del Mediterráneo y por un cierto hartazgo de sus ciudadanos hacia esta situación. Francisco, que permanecerá menos de 48 horas ahí, deberá hacer equilibrismos para afrontar un aterrizaje que oscila entre la indiferencia y algún tipo de resquemor hacia el discurso de acogida que mantiene desde su llegada a la silla de Pedro en 2013 y que deberá ahora adaptar a la situación de la isla. Todo ello, además, con el eco de la guerra en Ucrania de fondo, a la que deberá referirse en la tradicional rueda de prensa en el vuelo de regreso a Roma.
Francisco llega a un cruce de caminos del Mediterráneo —lugar donde desembarcó San Pablo durante un naufragio en el año 60― salpicado también en los últimos tiempos por graves casos de corrupción. Algunos de esos asuntos mancharon considerablemente a los anteriores Gobiernos ―del mismo signo político—, como el asesinato mediante un coche bomba de la periodista Daphne Caruana Galizia en 2017, que había investigado varios escándalos, como la presencia de empresarios malteses en los papeles de Panamá. De hecho, el Papa se reunirá con el reelegido primer ministro, Robert Abela, que se puso al frente del Gobierno en 2020, tras la dimisión de Joseph Muscat cuando fue detenido el magnate Yorgen Fenech, acusado de ser el cerebro del asesinato de Caruana y que señaló a varias personas del Gabinete como autores intelectuales del terrible crimen.
Francisco afrontará, con bastante probabilidad, esta cuestión y los asuntos de corrupción de la isla en alguno de sus cinco discursos. Malta se ha convertido en los últimos años en un destino de oligarcas y de grandes fortunas gracias a los conocidos como pasaportes dorados. En parte por eso, como recordaba la agencia EFE en una de sus crónicas, la periodista Kristina Checuti llegó a explicar recientemente en el Times of Malta por qué el Papa no tendría que viajar a Malta: “Es como una bendición a los corruptos. Estará glorificando su silencio tácito frente a los crímenes de guerra, su ataque de una década contra el verdadero valor de la democracia europea”. “Querido papa Francisco, el 2 de abril deberías estar en una frontera ucrania, con las personas que más necesitan tu presencia. Ven a Malta solo cuando la nación haya vuelto a encontrar su alma”, escribió.
El tema de la inmigración será otro de los pilares de la visita. En 2021, según un informe de Amnistía Internacional, llegaron a la isla 832 migrantes, la mayoría procedentes de rescates de las fuerzas armadas maltesas. De hecho, durante la llegada del Papa a Malta, el barco de la ONG alemana Sea Eye con 116 migrantes rescatados llevará 48 horas esperando una respuesta de la isla europea para poder desembarcar.
Malta es una isla con una superficie de 316 kilómetros cuadrados y 500.000 habitantes: una de las densidades poblacionales más altas del mundo. Por su posición, es uno de los países del Mediterráneo que más migrantes recibe en proporción con su población, pero el Consejo de Europa ha criticado a las autoridades por ordenar a los barcos privados que devuelvan a las personas rescatadas a Libia, donde regresan a los centros que Francisco ha definido como “auténticos campos de concentración”. Pero es un tema muy delicado entre la población. Y, en parte por eso, el propio secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin, ha criticado el Convenio de Dublín por el cual los países de primera llegada de los migrantes están obligados a acogerles y lugares como Malta quedan saturados, con las consecuentes derivadas políticas y sociales.
Francisco, precisamente, visitará el último día de su viaje un centro de acogida donde le recibirán 200 migrantes. Uno de ellos ha escrito una carta abierta al pontífice: “Como pastor, puede ser que vengas a revisar y contar tus rebaños o que vengas a verificar si tus rebaños están a salvo de los lobos. Podría darte una pista. Algunos desaparecieron en el camino, mientras que otros fueron mordidos y no lograron llegar a casa”.
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El Papa pide perdón a los indígenas canadienses
El Papa pidió el viernes perdón a los indígenas canadienses por los abusos que sufrieron en los internados gestionados por la Iglesia católica durante los procesos de asimilación forzada en los siglos XIX y XX y anunció que espera poder visitar su tierra a finales de julio. “Pido perdón a Dios” y “me uno a mis hermanos obispos canadienses para disculparme”, expresó durante una audiencia en el Vaticano ante delegaciones mestiza, inuit y de los pueblos originarios de Canadá.
Las delegaciones presentes, integradas por 32 representantes de los pueblos autóctonos y obispos, dieron al Papa los testimonios de supervivientes. En esta visita “histórica” se esperaba una “disculpa” de Francisco, tal y como sucedió. Los indígenas canadienses la aceptaron y dijeron que este es un “gesto de buena fe”. En términos parecidos, el primer ministro del país, Justin Trudeau, consideró que es “un paso adelante”.
Alrededor de 150.000 niños indígenas fueron internados entre 1890 y 1997 a la fuerza en centenares de residencias escolares. Unos 4.000 menores murieron por las condiciones insalubres en las que vivían y el maltrato, como han denunciado algunos supervivientes. El año pasado, de hecho, se encontraron los restos de 215 niños, alumnos del Kamloops Indian Residential School, en la provincia de Columbia Británica. Un triste descubrimiento al que siguieron otros y que devolvió a la memoria la tragedia de los pueblos originarios canadienses y su petición de justicia. Los gobiernos canadienses encomendaron desde finales del siglo XIX hasta 1997 a instituciones católicas, anglicanas y protestantes la educación de los niños indígenas, que eran apartados de sus asentamientos, incluso sin el consentimiento de sus padres, y en esos internados se les prohibía usar su nombre, su idioma y tradiciones.
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