Los cañones de nieve disparan polvo blanco sobre las pistas de esquí de fondo de Genting, a 240 kilómetros de Pekín. Embutidos en gruesos chaquetones, los trabajadores martillean para instalar un escenario en las pistas de esquí de Chongli. Pekín y la ciudad vecina de Zhangjiakou se aprestan a albergar, a partir del 4 de febrero, los Juegos Olímpicos de Invierno que China aspira a que se conviertan en un escaparate de su auge. Nada debe empañar su desarrollo. Es el estreno de un año decisivo para el país, que culminará en otoño con la confirmación del tercer mandato del presidente Xi Jinping.
Los Juegos serán la primera de una serie de citas en un año complicado para Pekín. Tras la clausura, llegará en marzo la sesión anual de la Asamblea Nacional Popular, el legislativo chino, donde se lanzarán los preparativos para el gran acontecimiento político del año: la celebración del XX Congreso del Partido Comunista de China en octubre o noviembre, que aprobará un tercer mandato para Xi, algo sin precedentes en las últimas tres décadas en el sistema político chino. Con ello, el dirigente chino se asegurará el control del partido, del ejército y del Estado, para convertirse en el líder con más poder en su país desde los tiempos de Mao Zedong.
Que sean unos Juegos memorables es una cuestión de orgullo nacional, especialmente cuando esta competición deportiva se ha convertido en uno más de los escenarios de la rivalidad entre China y Estados Unidos: Washington y sus aliados el Reino Unido, Canadá y Australia han anunciado que no enviarán altos funcionarios. Sobre la competición pende la polémica en torno a la tenista Peng Shuai y sus denuncias de abuso sexual contra un antiguo alto cargo, que han suscitado llamamientos en el resto del mundo para que se aclare la situación de la deportista.
Prometiendo que estos Juegos de Invierno —que se celebran en una zona donde es necesario recurrir a la nieve artificial por falta de precipitaciones suficientes— serán respetuosos con el medio ambiente, seguros contra la covid y bien organizados, Pekín quiere hacer alarde de su tecnología 5G, de su inteligencia artificial y de su infraestructura. Para evitar que la covid pueda ser un problema en ese evento deportivo, China ha extremado las medidas de precaución, que incluyen el confinamiento de Xian, una ciudad de 13 millones de habitantes, y el blindaje casi absoluto de sus fronteras.
“Estoy convencido de que van a ser un éxito. La antorcha olímpica iluminará esa noche como un símbolo de que lo malo ha terminado y los días de gloria están a punto de empezar”, asegura el director general de las obras para los Juegos, Jia Maoting, mientras supervisa las pistas para la competición de salto de esquí, un futurista diseño de 130 metros de altura apodado Ruyi, en alusión a una joya tradicional china.
Ya a lo largo de 2021, en los festejos del centenario del Partido en julio, y en el pleno del Comité Central de la formación en octubre, el liderazgo ha ido señalando que el país se dispone a entrar en una “nueva era” de desarrollo y auge internacional, tras dar por cerrada la era de Deng Xiaoping y la búsqueda del desarrollo económico a toda costa.
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El presidente chino no solo renovará su mandato. La salida por llegar a la edad de jubilación de otros altos cargos del Partido designados por sus predecesores —el primer ministro Li Keqiang, entre otros— le permitirá acometer durante el Congreso una importante renovación en las altas esferas de mando, para situar a aliados suyos en puestos clave.
“Si las cosas se desarrollan como se espera, Xi liderará el aparato del PCCh más potente de la historia, en cuanto a poder económico y político, con un equipo que ha ido preparando a lo largo de la década pasada”, apunta el analista de Merics Nils Grünberg en la página de este centro de estudios alemán especializado en China.
Hasta que llegue ese momento, nada puede salirse del guion. La Conferencia Económica Central de China, que reúne cada diciembre a las principales autoridades de las finanzas chinas para determinar el rumbo económico del país a lo largo del año siguiente, lo dejaba claro en su sesión de este año: la palabra “estabilidad” aparece 25 veces en su comunicado final. “Los trabajos económicos deben tenerla como su palabra clave para el año que viene”, precisa el documento.
Gran potencia
La estabilidad no solo será el objetivo en el ámbito económico. También en el social. Durante todo 2022, los líderes se centrarán en asegurarse de que la economía se encuentra en orden, pero también que no estallan turbulencias que pongan en duda la autoridad del Partido, que la covid continúa bajo control cueste lo que cueste, y que se aplican los ambiciosos programas medioambientales, de innovación y de igualdad social (la campaña conocida como “prosperidad común” lanzada este año) con los que China aspira a convertirse en una gran potencia económica en las próximas décadas.
Este año, por tanto, el liderazgo chino estará muy pendiente de lo que ocurre dentro de sus fronteras. No son pocos los frentes que tiene allí abiertos, desde los problemas en el sector inmobiliario puestos de relieve con la crisis de liquidez de la promotora Evergrande, la más endeudada del mundo, al mayor control sobre el sector tecnológico y la soberanía sobre los datos.
Y cuando la preocupación sobre la pandemia y sus efectos pesa aún en el ánimo de los consumidores, que continúan controlando el gasto, el Gobierno chino debe encontrar un difícil equilibrio entre un mayor control de la economía para eliminar riesgos y la necesidad de mantener un crecimiento económico que ha ido en declive en los últimos años. En 2020 —el año de la pandemia— el crecimiento fue del 2,2% y Pekín se había fijado una meta “en torno al 6%” para este año. La Academia China de Ciencias Sociales predice un 5,3% para 2022.
Dado lo que está en juego en el Congreso del Partido en otoño, es improbable que el año entrante los líderes chinos, y en particular Xi Jinping, vayan a participar de manera presencial en las cumbres internacionales. Como en los últimos dos años y como medida de precaución contra la covid, de comparecer lo harán en una pantalla de vídeo, algo que ha limitado los intercambios personales con otros dirigentes y que algunos analistas advierten que puede complicar el resolver posibles malentendidos entre el gigante asiático y otros países.
Pero China también tendrá un ojo puesto en el exterior. Las tensiones con Estados Unidos continúan, sin que la llegada de la Administración de Joe Biden haya representado un cambio significativo. Ambos países mantienen las espadas en alto en torno a la situación de los derechos humanos y las libertades en Xinjiang y Hong Kong, y sobre las presiones de Pekín sobre Taiwán, la isla autogobernada que considera parte de su territorio. Y los dos mantienen una guerra retórica de narrativas sobre asuntos que oscilan del origen de la covid al significado de la democracia.
Aunque la reunión telemática que mantuvieron Xi y Biden en noviembre redujo relativamente los roces, el boicoteo diplomático a los Juegos y la invitación a Taiwán a la cumbre sobre la democracia organizada por la Casa Blanca volvió a desatarlos este diciembre.
“Pekín será cada vez más intransigente sobre los asuntos globales que afecten a sus intereses. Cualquier otra (reacción) se vería como una demostración de debilidad por parte de Xi Jinping y el Partido, que pondría en peligro el deseo del PCCh de proyectar fortaleza y estabilidad en un año políticamente sensible”, apunta Merics en su página web.
Para esa proyección de fortaleza, los Juegos serán una ocasión óptima. China hará alarde de su tecnología, de sus infraestructuras y de su organización. La ceremonia de inauguración el 4 de febrero estará presidida por Xi en El Nido, el estadio nacional en Pekín diseñado por Ai Weiwei para los Juegos de 2008. No habrá un gran número de líderes occidentales. Pero junto a Xi sí estará el presidente ruso, Vladímir Putin.
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