Un recién llegado a Moscú no vería en sus nevadas calles el fantasma de un nuevo conflicto en Europa. La mayoría de los rusos no cree que habrá una guerra abierta con Ucrania, pero el debate sobre el conflicto en Crimea desde 2014 ha vuelto a las portadas de los medios tras varios años enterrado en las páginas secundarias. La vida sigue con normalidad en la calle, donde la principal preocupación es el empobrecimiento provocado por un aumento de la inflación, aunque si los rusos tienen algo claro es que los principales culpables de la tensión actual son Estados Unidos y el enemigo para varias generaciones: la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la OTAN.
La estación de metro de Semenóvskaya está situada en un barrio de clase media de Moscú. Un joven vende banderas de Rusia frente a la salida “para ganar unas pelas”, según explica con la jerga que no se estudia en las academias de ruso. “No habrá guerra”, afirma, aunque si la hay, “la OTAN es culpable” ―asegura―; “Ucrania tiene pocas fuerzas y le están entregando armas”. Pese a defender la postura del Gobierno, no quiere que su nombre sea citado, como muchos otros que temen hablar de política en público.
A pocos metros está Yura, un hombre mayor más abierto a mostrar su opinión. “No habrá guerra, son juegos bajo la alfombra”, opina amablemente con una expresión rusa que alude a las intrigas políticas entre bastidores. “Todo gira en torno al gas. Hay provocaciones y Ucrania actúa ingenuamente”, dice antes de recalcar el poder de adaptación ruso: “Vivimos con sanciones, solo pueden aumentarlas. En tiempos de Stalin hubo un Telón de Acero y la vida siguió. Había de todo, puede que no con la calidad de vida de otros países, pero se tenía una vida normal”.
En otro lado de la calle, una mujer de mediana edad espera junto a la parada de autobús. “No sé”, responde a la pregunta de si cree posible un conflicto. “Habla con los hombres, todo esto de la política es delicado”, se disculpa al concluir la conversación. Junto al centro comercial, un hombre mayor sí se atreve a pronunciarse sobre esta crisis. “Si hay guerra o no, esto no depende de la gente corriente”, responde con resignación Vadim Bagríntsev. “Yo no quiero la guerra, sinceramente. No hay motivos objetivos, solo subjetivos”, agrega. Al pronunciarse sobre las sanciones, ofrece una contestación muy inusual por estos lares: “No tengo opinión, pero seguramente sean correctas”.
Crece el temor a un conflicto
Moscú, la ciudad más pujante de Rusia y a más de 800 kilómetros de Ucrania, quizás no sea el mejor baremo del pensar general ruso. El servicio militar es obligatorio para los hombres de entre 18 a 27 años, pero muchos jóvenes tienen allí más oportunidades para evitarlo que en otras ciudades de provincia, donde es una de las pocas alternativas para un trabajo estable.
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A mediados de enero, un 37% de la población consideraba posible una guerra a lo largo de este año “con un país vecino”, la cifra más alta en la serie histórica de los sondeos que hace el centro de estudios sociológicos Levada, declarado agente extranjero por el Gobierno. En la encuesta anterior, de 2020, un 20% de los ciudadanos veía posible un conflicto aquel año, y ni siquiera en la peor fase de la guerra de Ucrania se llegó a un porcentaje tan alto, pues en 2015 y 2016 no alcanzaba al 30% de los encuestados.
Lo mismo sucede al ser preguntados si creen posible una guerra este 2022 con algún país de la OTAN o con toda la Alianza Atlántica en su conjunto. Un 25% de los rusos afirma que habrá un conflicto, frente al 14% que lo creía posible en 2020.
“En los últimos años, el ciudadano medio ha percibido la mayoría de eventos externos como una nueva normalidad. Incluso las cosas fuera de lo común, como las sanciones, comenzaron a sentirse como una rutina. Algo similar ocurrió con la percepción de la guerra”, escribe el analista Andréi Kolésnikov en un ensayo publicado por el Centro Carnegie de Moscú. Desde la guerra de Georgia de 2008, el país se ha visto inmerso en un goteo pequeño, pero constante de “gruz 200″, el eufemismo de los ataúdes de zinc de los militares. “Vacacionistas” (soldados que iban al Donbás supuestamente por cuenta propia), mercenarios o tropas regulares, de vez en cuando se lee alguna noticia de bajas en una guerra lejana en Siria, Libia, República Centroafricana y el Donbás, la región separatista de Ucrania donde estalló la guerra en 2014.
“Y de pronto aparece el fantasma de una guerra real, y esto va más allá de la nueva normalidad”, dice Kolésnikov, que cree que un conflicto abierto podría destruir la imagen de estabilidad del Kremlin si se une a las crisis económica y pandémica. En marzo de 2014, en los días previos a la anexión de Crimea, había manifestaciones por toda Rusia contra la guerra. Estas continuarían hasta 2015 encabezadas por el ex viceprimer ministro Borís Nemtsov, asesinado ese año frente al Kremlin justo antes de publicar una investigación sobre la participación militar rusa en el conflicto. Desde entonces se han endurecido las leyes y manifestarse hoy, incluso uno solo, es mucho más complicado.
Mientras, el debate sobre el Donbás ha vuelto con fuerza a los medios tras permanecer desaparecido del mapa desde la tregua de 2015, que dio paso a los asesinatos de varios líderes separatistas e incluso un “golpe de Estado” interno en Lugansk.
Amigos preocupados por la guerra
Con la globalización, muchos jóvenes rusos tienen amigos extranjeros y el conflicto se ha vuelto un tema de conversación recurrente. “Me preguntan mucho, piensan que los medios rusos comunican un mensaje del que no se sabe nada en occidente”, responde por teléfono Vitali Galkin, que vive actualmente en Cádiz. “La verdad es que los rusos están igual de despistados con el tema. Dudo mucho que haya una guerra, desde luego que no en su sentido amplio. Veo más probable una operación parecida a la de Crimea”, agrega.
Ningún ruso se libra de la pregunta mágica. “Un amigo de Chile me preguntó si es verdad que Rusia ha declarado la guerra a Ucrania porque se lo dijo un amigo suyo”, explica Kristina Kazármina, que teme que un choque pueda “afectar aún más a las relaciones en la vida cotidiana de los rusos y ucranios”, además de empeorar otros problemas como las sanciones y el cambio del rublo.
Su amiga Victoria Mailova, que tiene lazos muy estrechos con España, también señala que sus amigos europeos le preguntan a menudo. En su opinión, la tensión con la OTAN se debe “a la política de rusofobia del Oeste”, que “debe dejar de llenar de armas Ucrania y patrocinar revoluciones naranjas en países vecinos a Rusia”. Y parecido opina Vlada, que asegura que “no existen ni Ucrania ni Bielorrusia, son conceptos”, ya que cree todo ello forma parte del llamado “Mundo Ruso”.
Uno de los posibles puntos calientes es Crimea, anexionada por Rusia en 2014. “No se pensaba en una guerra hasta que mis conocidos europeos empezaron a hacerme preguntas similares”, escribe Eleonora desde allí por teléfono. “Vivimos a nuestras cosas”, agrega antes de recalcar que Rusia “en toda su historia no ha atacado a nadie, solo se ha defendido”. “La gente está tan cansada de estos años de covid e inestabilidad que poco puede sorprenderla o asustarla”, dice desde un territorio atrapado desde hace años en las sanciones y el limbo jurídico internacional.
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