Washington no está poniendo fáciles las metáforas del póker —tan agradecidas y recurrentes— a la hora de explicar su estrategia contra Moscú. Desde que comenzó la crisis de Ucrania, la Administración de Joe Biden ha expuesto todo tipo de información de inteligencia relativa a los supuestos planes del Kremlin, ha dado detalles de las sanciones económicas que aplicaría y ha redoblado tanto los tambores sobre la inminencia de una invasión rusa que ha acabado por sacar de quicio al propio Gobierno ucranio.
El Pentágono advirtió la semana pasada de que Rusia acumulaba tropas suficientes en la frontera para invadir entera la antigua república soviética, que no concentraba tantos soldados desde la Guerra Fría y que semejante acción tendría un resultado “horrible”. Unos días antes, Biden había asegurado por teléfono al presidente ucranio, Volodímir Zelenski, que creía posible una intervención del Kremlin tan pronto como en febrero. Dos semanas antes, ya había alertado de que Moscú planeaba una operación de sabotaje falsa contra sus fuerzas en el este de Ucrania con el fin de construir un pretexto para atacar el país vecino. El jueves, el Gobierno estadounidense aseguró que estaban preparando un vídeo con un ataque ficticio, con actores haciéndose pasar por víctimas y equipamiento militar falso.
“Es una estrategia poco habitual”, señala Angela Stent, agente de inteligencia para Rusia y Eurasia en el Consejo Nacional de Inteligencia de EE UU entre 2004 y 2006. “En 2014, durante la invasión de Crimea, dio la sensación de que EE UU no estaba preparado porque hubo muy pocas advertencias públicas previas”, continúa. Stent, ahora profesora en Georgetown y analista de la Brookings Institution apunta a la lógica ganadora de la campaña de alertas que está haciendo Washington: “Si hay una incursión, EE UU puede decir que ya lo advirtió. Y si no lo hay, puede decir que lo han evitado destapando los planes”.
Ganadora, al menos, en el corto plazo. Porque el riesgo, advierte, surge si la crisis ni estalla ni se apaga, simplemente languidece: “Si esto se convierte en un conflicto de largo plazo, en el que los rusos no invaden Ucrania pero mantienen la presión, con las tropas en la frontera, complican la gobernanza del país, dañan su economía, será más difícil hablar de una estrategia ganadora. Aunque, por el momento, creo que están haciendo lo correcto”, explica.
El jueves, la Administración de Biden fue un paso más allá y acusó al Kremlin de planear la grabación de un vídeo falso que recogiera las consecuencias de un ataque del ejército ucranio sobre suelo ruso para justificar la invasión de Ucrania.
La OTAN y los aliados europeos callan y otorgan. Si se da por buena toda la información divulgada por EE UU, en efecto, Washington ha sabido cortarle el paso a Putin, ha eliminado su capacidad de sorpresa y le ha adelantado por la izquierda en la campaña informativa, uno de esos frentes en los que Moscú se siente tan cómodo. Si Putin actúa, como dice la profesora Stent, EE UU lo habrá advertido antes. Si no lo hace, es legítimo argumentar que la exposición pública de sus planes lo ha disuadido. Es difícil acusar de faroles.
Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
“Es una táctica inteligente”, opina Richard Gowan, un veterano analista que dirige la división de Naciones Unidas en el International Crisis Group, una organización independiente. “La guerra híbrida de Rusia se basa en sembrar confusión y desinformación. Al adoptar una transparencia radical, EE UU le complica a Rusia la tarea de difundir desinformación sobre sus acciones. Los rusos han intentado ignorar o desdeñar las acusaciones, pero han tenido que ponerse a la defensiva en público. Y esta transparencia extrema también le facilita las cosas a Washington a la hora de mantener más o menos unidos a los aliados de la OTAN. Además, ha mostrado a Moscú la envergadura de su inteligencia”, explica.
Aun así, Gowan también observa los riesgos de esta estrategia. “Obviamente, los propios ucranios están nerviosos por cuánta información está compartiendo EE UU. Además, esta diplomacia del megáfono puede complicar al propio Putin no hacer nada. Ahora será más difícil para él no dar marcha atrás sin dejar cierta sensación de humillación”.
Zelenski se llevó las manos a la cabeza la semana pasada por todo lo que ha salido por boca de sus poderosos aliados occidentales. El presidente ucranio negó que la posibilidad de un ataque fuera “inminente” y se quejó del “pánico” que generan discursos como el de Biden. “¿Tenemos tanques en las calles? No, cuando lees la prensa, te quedas con la imagen de que tenemos tropas por la ciudad, gente huyendo… No es el caso”, recalcó. “Están diciendo que la guerra es mañana. Eso significa pánico”, advirtió. Y señalando a Washington dijo: “Insisten en ello y lo hacen de la forma más grave e incendiaria posible”.
La Casa Blanca reculó el miércoles con la palabra “inminente”. La portavoz, Jen Psaki, reconoció que usarla “envió un mensaje” que no era el que pretendían: que Putin había tomado una decisión sobre la invasión. “Hemos dicho que podría invadir en cualquier momento, aunque aún no sabemos si ha tomado una decisión”.
Zelenski lo había resumido antes de un modo mucho más inquietante: “La situación es peligrosa, pero ambigua”. Ni Kiev ni Europa contemplan una invasión total de Ucrania por parte de Rusia, pero sí queda claro a los aliados el objetivo último del Kremlin: devolver a la antigua república soviética, donde ha crecido el sentimiento proeuropeo, bajo su órbita de influencia y, por supuesto, no ver su entrada en la OTAN.
Este pulso sirve a Putin para saber dónde colocan los límites las potencias occidentales. Toda la publicidad compartida sobre las sanciones ha dejado claro al líder ruso hasta dónde llegarán las potencias si interviene Ucrania, le ha mostrado que no piensan desplegar tropas dentro del país, sino solo entregar armas, y le ha permitido valorar riesgos. La posible entrada de Kiev en la OTAN, por otra parte, cuenta con el apoyo de los aliados, pero sin fecha fija ni prisa alguna. Con la presión militar en la frontera de Ucrania, esos 100.000 soldados rusos, Rusia se asegura de que las líneas siguen ahí.
EE UU ha mostrado además todas las cartas de las represalias posibles y ha permitido a Putin valorar los riesgos. Y, a medida que Biden da más detalles de las operaciones urdidas por Rusia, la prensa le pide más pruebas que el Gobierno no está en disposición de dar. El jueves, en la rueda de prensa diaria del Departamento de Estado, un periodista preguntó qué evidencias podía aportar el Gobierno sobre esos complots atribuidos a Moscú. “Es información de inteligencia que hemos desclasificado. Ustedes saben que cuando lo hacemos, protegemos las fuentes y los métodos”, respondió el portavoz. Y cuando se impacientó por las repreguntas del reportero, acabó replicando: “Si duda de la credibilidad de los Gobiernos estadounidense, británico y de otros países y encuentra consuelo en la información que le dan los rusos, es cosa suya”.
Para la profesora Stent, este tipo de intercambio refleja el riesgo que corre EE UU. “Obviamente no es bueno para su credibilidad”, apunta. También advierte de que Rusia está usando esta lluvia de señalamientos para tachar a Washington de “histérico” y acusar a los aliados de crear “un clima de guerra”.
Biden y Putin son dos viejos conocidos. Cuando se vieron en 2011 por primera vez, el entonces vicepresidente de Barack Obama acusó al ruso, en su propio despacho, de no tener “alma”. Si no interviene en Ucrania, Putin puede decir que él ya lo había negado. Si lo hace, puede alegar que es una profecía autorrealizada por Occidente. El póker de Putin también es de sobra conocido.
Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.
0 Comments:
Publicar un comentario