El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, ha realizado una minigira por Europa esta semana, una de las más tensas que el continente ha vivido en las últimas décadas por la crisis ucrania, para reunirse con dos líderes muy cuestionados por Occidente ahora mismo, el ruso Vladímir Putin y el húngaro Viktor Orbán. El latinoamericano vuelve a casa con la foto que buscaba y sin grandes logros en materia bilateral, objetivo declarado de un viaje ajeno en principio a la crisis en torno a Ucrania. Sí ha cosechado una dura crítica de Estados Unidos por desoír sus presiones para que cancelara el viaje y, por si fuera poco, declarar públicamente en Moscú su “solidaridad” con Putin. Al trío les unen sus valores y la pertenencia al club informal de dirigentes nacionalpopulistas.
Para Bolsonaro, esta gira obedece más a su interés en impulsar en casa su imagen internacional como parte de una alianza ultraconservadora que a revertir el aislamiento diplomático en el que ha sumido a Brasil. En sus comparecencias con Putin y Orbán destacó sus afinidades y los valores que comparte con ellos: Dios, patria y familia (familia tradicional, quiere decir). En Hungría, el brasileño añadió libertad.
Y pronunció ante Putin una frase que ha causado gran enfado en Washington mientras suenan ecos de una nueva guerra en Europa. “Somos solidarios con los países que quieren y se empeñan en la paz”, dijo Bolsonaro el miércoles durante una comparecencia que, por lo demás, obvió totalmente la crisis ucrania para destacar la cooperación en agricultura o energía nuclear. Para el Departamento de Estado estadounidense, la actitud de Bolsonaro “socava la diplomacia internacional centrada en evitar un desastre estratégico y humanitario, así como los llamamientos del propio Brasil para pedir una solución pacífica a la crisis”, informó la agencia Reuters. La portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki, ha añadido este viernes que “Brasil quizá está en el lado contrario al de la mayoría de la comunidad global”. Un tono poco habitual en la diplomacia entre los dos mayores países americanos.
El mandatario brasileño viajó a Moscú tras hacer oídos sordos a las peticiones de EE UU de que cancelara la visita a Putin. Y aterrizó justo horas después de que el anuncio ruso de un inicio de repliegue militar aliviara la tensión (temporalmente y entre dudas sobre las manifestaciones de Moscú), circunstancia que el brasileño aprovechó para sugerir en mensajes dirigidos a sus fieles que la distensión era cosa suya. Nada menos. “Mantuvimos nuestra agenda. Por coincidencia o no, parte de las tropas dejaron la frontera [con Ucrania]”, declaró tras ver a Putin. El brasileño está en campaña para la reelección.
El presidente ruso recibió al brasileño durante casi dos horas el miércoles, precisamente el que según el espionaje de EE UU era el día D de la posible invasión rusa. Ambos charlaron en la misma larga mesa en la que fueron recibidos los líderes de Francia y Alemania —Emmanuel Macron y Olaf Scholz, respectivamente—, pero sentados a una distancia menor, la reservada a los amigos y a quienes, como Bolsonaro, aceptan hacerse una PCR en Moscú. Y aunque no hay constancia de que el brasileño esté vacunado, ambos se dieron un apretón de manos.
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La derrota electoral del estadounidense Donald Trump en 2020 y la salida del poder del israelí Benjamín Netanyahu han dejado a Bolsonaro sin los aliados preferenciales del inicio de su mandato. Su gestión de la Amazonia y el desmantelamiento sistemático de la política medioambiental han amargado la relación con la Unión Europea, especialmente con la Francia de Macron. La deforestación, la peor en 15 años en el mayor bosque tropical del mundo, mantiene empantanado el proceso de ratificación del acuerdo comercial entre la UE y Mercosur.
Los encuentros con los mandatarios de Rusia y Hungría incluyeron muchas menciones al comercio bilateral, cooperación en defensa, energía nuclear o medio ambiente, pero pocos acuerdos. Para el editorialista del diario Estadão, de centroderecha, la visita “a dos populistas autoritarios es inoportuna y contraproducente para los intereses nacionales”. Añade que “solo se explica por su lógica electoral”.
Con Bolsonaro y el fin de la bonanza económica de comienzos del XXI, quedan atrás los tiempos en los que Brasil se codeaba con las grandes potencias y encandilaba al mundo. Brasilia tiene una relación económica limitada con Moscú, pero “tener relaciones políticas estrechas con otras grandes potencias como Rusia ayuda a Brasil a gestionar su relación altamente asimétrica con Washington”, tuiteó estos días Oliver Stuenkel, analista de la Fundación Getulio Vargas. Este recordó que cuando Putin se anexionó Crimea en 2014, la entonces presidenta, Dilma Rousseff, no lo criticó porque los BRIC, el club de los países emergentes que ambos forman con China, India y Sudáfrica, eran la prioridad diplomática del momento.
Con Trump fuera de la Casa Blanca, Bolsonaro se ha visto obligado a intensificar la relación con mandatarios afines como Putin, que, además, mantiene un pulso con Estados Unidos. A su lado, repitió dos veces que Brasil es una potencia y se esforzó por aparentar que están en pie de igualdad en la esfera internacional, un mensaje para consumo interno. Muestra de que esa era la prioridad es el hecho de que la comitiva presidencial incluyera a uno de sus hijos, Carlos, que dirige su campaña en redes sociales y es concejal en Río de Janeiro, pero no al ministro de Economía, Paulo Guedes.
La invitación rusa fue cursada a finales del año pasado y el principal tema en la agenda de los brasileños era el suministro de fertilizantes rusos, cruciales para el gigantesco sector agrícola de la primera economía de América Latina. Al día siguiente, en Budapest, Bolsonaro tuvo un encuentro más breve con Orbán, al que presentó como un “hermano”. El húngaro está, con Polonia, en el punto de mira de las instituciones europeas por su deriva autoritaria y en vísperas de unas elecciones que se le presentan complicadas; fue uno de los pocos jefes de Gobierno que asistieron a su toma de posesión en Brasilia.
De regreso a Brasil este viernes, Bolsonaro ha ido directo a Petrópolis (Río de Janeiro) a visitar a los damnificados por las fuertes lluvias. Los muertos en esta ciudad montañosa que fue la capital imperial de verano suman ya 120 y los bomberos buscan a un centenar largo de desaparecidos.
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