Hace un mes, Lev Tiskin jugaba a videojuegos online y salía casi todos los fines de semana con sus amigos a tomar algo. Acababa de empezar el primer curso en la universidad, en la escuela de negocios, y soñaba con las vacaciones de primavera en algún sitio caliente y con playa. Hoy, el joven menudo de ojos azul grisáceo lleva un petate al hombro con unas cuantas mudas de ropa y espera entre decenas de personas en un edificio de la Administración de Dnipró para recibir instrucciones, quizá un arma y salir hacia el destino que le asignen para defender la ciudad. “Tengo que ayudar a proteger mi país de los terroristas rusos”, dice.
A medida que Rusia agudiza su ofensiva contra Ucrania y eleva su amenaza al poner en alerta sus armas nucleares, miles de voluntarios en todo el país se han arremangado y se han unido a brigadas de defensa territorial, batallones de voluntarios o grupos de protección. Se preparan para la guerra total. Las tropas envidadas por Vladímir Putin, que han invadido por tres flancos —norte, este y sur— y que atacan por tierra mar y aire, han encontrado ya resistencia no solo en el Ejército ucranio, que trata de contener su avance, sino también por parte de grupos de civiles que, con o sin armas, intentan blindar sus ciudades y pueblos y repeler el ataque de tropas que doblan en número y potencia a las ucranias. En cuatro días de guerra, Moscú aún no ha tomado ninguna ciudad importante; aunque sí asedia Kiev y Járkov.
En Dnipró, de casi un millón de habitantes, donde casi todas las entradas de la ciudad están vigiladas por soldados armados, los voluntarios despliegan trampas para tanques y sacos de arena. Las tropas rusas no han llegado a la ciudad del centroeste de Ucrania, de mayoría rusoparlante y con una importante comunidad judía. Aunque este domingo han sonado con fuerza las alarmas de ataques antiaéreos. También junto al parque de la Amistad de los Pueblos, donde Tiskin y sus amigos esperan.
La alarma atrona por encima de las voces con una indicación clara: “Corred, a cubierto”. Y una riada de gente se precipita y se agacha contra las paredes de un edificio cercano o se acurruca al suelo. Los puntos de reclutamiento son objetivos clave. Si antes Tiskin, de 18 años, decía que tenía “un poco de miedo” ahora reconoce que está asustado. “A mis padres no les ha gustado nada. Trataron de pararme, pero he venido igual. Tengo que hacer algo. Si no, dentro de unos días puede que ya no quede Ucrania”, dice.
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Olga, vestida con un pantalón de chándal gris y un plumas azul, acaba de recibir un fusil. “Siempre he sido pacifista, pero esto se trata de proteger a los míos”, dice. Tiene 33 años y un hijo de nueve. Es economista y trabaja en una gestoría. Cuando Rusia concentró a decenas de miles de tropas a lo largo de las fronteras ucranias y empezaron a formarse los grupos de defensa territorial, gestionados por el Ministerio de Defensa, se alistó. Más por protección, por seguridad, para aprender a hacer torniquetes y primeros auxilios. “Pensé que al final no sería necesario, pero esto no es ningún simulacro”, cuenta. Asegura que si tiene que usarlo lo hará sin titubear: “Es una pesadilla. Putin va a por nosotros. Y luego irá a por Europa”.
Ahora, Olga espera a un coche que la lleve a defender un objetivo que no puede revelar. Las Brigadas de Defensa Territorial, que el Ministerio definió como una “fuerza de resistencia” y elemento disuasorio, protegen infraestructuras básicas, como puentes, carreteras, túneles. A la economista le gusta ese concepto de resistencia. Asegura que todos en su entorno están listos para contribuir a la defensa. “Putin es un idiota. Esto nos ha unido más, si cabe. Ucrania superará esta prueba y saldrá más fuerte y con honor”, dice.
Tutoriales en internet para preparar un ‘cóctel molotov’
Cuando el presidente ruso anunció la “operación militar en el Donbás” para “desnazificar” Ucrania —un ataque que en realidad se ha convertido en una guerra abierta en todo el país— el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, llamó a la población a la calma y a resistir. Tras un día de ataques a infraestructuras estratégicas y de asedio a ciudades clave como Kiev, la capital, o Járkov, Zelenski llamó a la población civil a ayudar en la defensa con todo lo que esté en su mano. Como los cócteles molotov que están preparando decenas de personas en una plaza de Dnipró, donde una marea de gente se organiza para cortar tiras de poliestireno, preparar botellines de cerveza, llenarlos con líquido inflamable para crear una bomba casera, empacar cajas, organizar los suministros y preparar los coches de los voluntarios que reparen los explosivos domésticos.
Natalia Valerievna aprendió hace dos días a hacer un cóctel molotov con las instrucciones que encontró en internet. Pero ahora, en Ucrania, varios medios e incluso la radio dan instrucciones a civiles para preparar el explosivo. Natalia (que prefiere dar su patronímico y no su apellido) dice que no ha pensado —y prefiere no pensar— en la posibilidad de tener que usarlo. Significaría el asedio a Dnipró, en la ribera del río Dniéper, la llegada de las tropas rusas y la salida de los saboteadores que, según el Gobierno, se han infiltrado en ciudades de todo el país listos para actuar en cualquier momento. “Yo contribuyo más con tareas de organización”, dice la ingeniera, de 37 años, “pero estoy preparada para luchar por mi vida. Y si eso quiere decir tirarle un explosivo a un tanque o a alguien, lo haría”.
En 2014, cuando Rusia invadió Crimea y se la anexionó con un referéndum ilegal y estalló la guerra del Donbás contra los separatistas prorrusos apoyados por Moscú, Kiev ya recurrió a batallones de voluntarios para tratar de paliar las carencias de su desorganizado y mal equipado Ejército. Entonces, grupos paramilitares —algunos con claras raíces de extrema derecha e ideología neonazi, que tan bien pesca en territorios en conflicto— acudieron a combatir en el este.
Esta vez es diferente. La mayoría de esos grupos han pasado a formar una unidad dentro del Ejército y la movilización que se vive estos días en Dnipró y la mayoría de ciudades ucranias tiene más el color de una resistencia civil en todas las estructuras: desde voluntarios para llevar comida a los soldados, donar sangre para los heridos, prepara material para las barricadas, velar por el toque de queda, organizar batallones de vigilancia cibernética o salir a las calles en las brigadas de defensa.
En el batallón de Alexander Klasko ya no queda hueco. Han ocupado todos los puestos y están rechazando gente, cuenta este conductor, de 57 años. Veterano de la guerra de Afganistán, combatió en Kabul y Kandahar en 1982. Con un fusil al hombro explica que se alistó justo después de que Putin iniciara la invasión porque su experiencia militar puede ser útil. “La guerra es la guerra, qué puedo decir, pero esta es nuestra casa y no podemos dejar entrar a nadie sin permiso”.
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