Downing Street, como se conoce habitualmente al edificio donde trabaja y reside el primer ministro del Reino Unido, ha enviado este viernes una disculpa formal a la reina Isabel II por las dos fiestas con alcohol y música que celebraron hasta treinta de sus empleados en las horas previas al funeral del príncipe consorte, Felipe de Edimurgo. El pasado 17 de abril, la reina se sentó sola en un banco lateral de la capilla del Castillo de Windsor, bajo una mascarilla negra que cubría parte de su rostro. Era parte de las duras restricciones sociales que todavía regían en todo el Reino Unido. El Gobierno de Boris Johnson llegó a pedir a los ciudadanos que no llevaran flores a la verja del Palacio de Buckingham o a Windsor, para evitar aglomeraciones en medio de la pandemia. Por todo eso, la revelación del diario The Daily Telegraph —muy conservador, muy defensor del Brexit. Muy partidario de Johnson. Hasta ahora— de que en las horas previas al funeral hubo otras dos fiestas prohibidas en Downing Street ha elevado varios grados la indignación popular contra el Gobierno.
“Es profundamente lamentable que esto ocurriera durante un tiempo de duelo nacional, y el número 10 de Downing Street ha pedido disculpas al Palacio [de Buckingham]”, ha asegurado un portavoz de Johnson. Ha habido llamada telefónica y comunicación oficial por escrito al personal de Isabel II, pero Downing Street no ha querido matizar si el propio Johnson ha sido el que ha transmitido las disculpas, o si piensa hacerlo el próximo martes, en su habitual despacho semanal con la monarca.
“Todo esto demuestra el modo tan grave en que Boris Johnson ha degradado la Oficina del Primer Ministro”, ha dicho en un comunicado público Keir Starmer, el líder de la oposición laborista. Después de ir tan lejos esta semana como para pedir públicamente la dimisión de su rival, durante su enfrentamiento del pasado miércoles en la Cámara de los Comunes, Starmer quiere mantener a toda costa la presión sobre Johnson. “Los conservadores han defraudado al Reino Unido. Una disculpa no es únicamente lo que el primer ministro debería ofrecer al Palacio de Buckingham. Johnson debe hacer lo único decente que puede hacer: dimitir”, ha reiterado el político laborista.
En esta ocasión, según ha revelado el diario The Daily Telegraph, Johnson no estuvo presente en ninguna de las dos fiestas. Se encontraba en esos momentos en Chequers, la residencia de descanso oficial del primer ministro británico. Pero fue una vez más bajo su jurisdicción y mandato que el personal de Downing Street se saltó las normas que se imponían con rigor al resto del país. Las reuniones en interior de personas de distintos domicilios seguían entonces prohibidas.
Ambos eventos se convocaron para despedir a dos trabajadores. Uno de los que se marchaba era James Slack, hasta entonces director de Comunicación del primer ministro. Una herencia de la era de su predecesora, Theresa May. El otro era uno de los fotógrafos oficiales de Johnson. Corrió el alcohol en abundancia, según han narrado al Telegraph algunos testigos. Hubo risas y bailes. La juerga se prolongó hasta la madrugada. Unos comenzaron en las oficinas y acabaron en el jardín. Otros, en el sótano de Downing Street, donde incluso un portátil a todo volumen proporcionó la música. Alguien fue incluso al supermercado cercano con un maletín vacío que llenó de botellas de vino. Al final, las cerca de 30 personas que sumaban las dos fiestas acabaron juntas en el jardín.
Slack ha publicado este mismo viernes sus propias disculpas por todo lo sucedido: “Quiero pedir perdón sin reservas por toda la rabia y dolor causados. Este evento no debería haber tenido lugar en el momento en que ocurrió. Estoy profundamente arrepentido y asumo completamente la responsabilidad”, ha asegurado el exasesor de comunicación.
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La vicesecretaria permanente de la Oficina del Gabinete de Johnson, Sue Gray, debe concluir en pocos días su investigación interna sobre las fiestas prohibidas celebradas en dependencias gubernamentales, incluida aquella en la que Johnson ha admitido su presencia. Se suman ahora a sus pesquisas dos fiestas más. Y puede que la pesadilla del primer ministro no acabe aquí. En un país acostumbrado a regar en alcohol el final de cada jornada laboral, el amplio jardín de Downing Street era la excusa perfecta para convertir en fiesta las largas reuniones de trabajo, con la conciencia tranquila. Así lo vieron muchos de los participantes en ese momento, sin comprender que alteraban profundamente las normas que se exigían severamente al resto del país. Una regla para ellos, otra para el resto. Cada nueva información sobre los desmanes de Downing Street durante el confinamiento hunde más por los suelos la popularidad de Johnson y acerca la posibilidad de una rebelión entre los diputados conservadores que ponga fin a su liderazgo y a su carrera como primer ministro.
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