La tercera ronda de sanciones contra Rusia, anunciada este fin de semana por Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá y la UE, supone una escalada considerable en la guerra financiera diseñada para parar los pies a Vladímir Putin en Ucrania. Occidente ha puesto al Banco Central de Moscú en el punto de mira, con un plan para dificultar que pueda echar mano de sus gigantescas reservas para financiar la guerra y sostener al rublo, y ha expulsado a una lista de bancos del sistema de pagos internacional SWIFT, clave para gestionar sus transacciones. Expertos estadounidenses y europeos coinciden en que se trata de una ofensiva económica sin precedentes para empujar Rusia hacia una salida negociada, pero dudan que logre detener la maquinaria militar invasora en Ucrania, al menos en el corto plazo. También apuntan a que habría una manera efectiva de intentarlo, pero de consecuencias impredecibles: atacar a sus exportaciones de energía.
Las medidas contra el Banco Central son una muestra de que Occidente quiere que Putin pague un alto coste por la guerra. “En los últimos días ha habido un claro cambio de paradigma en Europa en cómo se está percibiendo y procediendo ante el conflicto”, afirma Mujtaba Rahman, director para Europa de Eurasia Group. “La escalada de la violencia y la actitud claramente agresiva de Moscú han llevado a tomar a tomar medidas más duras para aislar a Putin; en especial ha habido un cambio de actitud en Alemania, que finalmente ha accedido a una expulsión de una lista de bancos del sistema SWIFT, no todos, pero es un comienzo”, añade.
Hace una semana, desconectar a los bancos de este sistema de pagos parecía impensable. Ahora, aunque parcialmente, se ha hecho. La desconexión total sigue lejos, porque los Estados europeos recurren a este sistema para pagar las facturas del gas y el petróleo. “Esa es una posibilidad, hoy por hoy, inviable”, advierte Ignacio de la Torre, socio y economista jefe de Arcano Partners. “La dependencia del gas y del petróleo es muy elevada”, añade. Cortar ese suministro “sería activar un botón nuclear”, según De la Torre, que Europa ahora no se puede permitir el lujo de soportar. Aun así, la combinación de congelar los activos del Banco Central en el extranjero y de otras instituciones está destinada a asfixiar el sistema, restringir su liquidez y, a su vez, también el de las empresas rusas. “No tener acceso a liquidez te puede provocar un infarto”, añade el economista.
El paquete de castigos impuesto en la última semana, en varias tandas, incluye la expulsión de los mercados financieros globales del Gobierno de Moscú, de sus principales bancos y de 13 de sus grandes compañías, así como el corte del suministro de tecnología, medida que afectará a varias industrias clave, de la defensa a la aeronáutica. Además, se congelaron los activos en el extranjero de oligarcas rusos, incluyendo a Putin y a su ministro de Exteriores, Seguéi Lavrov, a los que desde el viernes se les impide viajar a esos países, mientras el Reino Unido amenaza con hacer la vida imposible a los plutócratas cercanos al Kremlin que han hecho de Londres su patio de recreo. Otra medida consiste en prohibir a los ciudadanos rusos abrir depósitos en bancos europeos de más de 100.000 euros y restringir la emisión de los llamados pasaportes dorados, que permiten obtener la ciudadanía a cambio de invertir determinadas cantidades de dinero en el país.
Pero más allá de que la suspensión la semana pasada del gasoducto Nord Stream 2, proyectado para abastecer a Alemania de gas sin pasar deliberadamente por Ucrania, las sanciones siguen sin atacar directamente a la principal fuente de riqueza de Moscú: la energía. La tercera parte del presupuesto de Rusia, la undécima economía del mundo, que también destaca por sus exportaciones de níquel, paladio y trigo, proviene del gas y del petróleo. El problema es que Europa tendría serias dificultades para llegar siquiera al final de este invierno si se hiciera efectiva una medida tan drástica: es altamente dependiente de Rusia, a quien le compra el 40% de los combustibles fósiles que consume. No solo eso: la economía mundial sufriría un estrés inmanejable y el presidente Joe Biden ya dejó claro el jueves en su última comparecencia que su prioridad era “limitar el daño” para sus compatriotas “al pagar en la gasolinera”.
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El problema económico más acuciante de Estados Unidos es la inflación, que registra niveles nunca vistos en cuatro décadas, niveles que esta guerra agravará con toda seguridad. También la ola inflacionista azota a la UE, cuyas relaciones comerciales con Rusia son además más estrechas. “La cuestión es hasta dónde llegar para plantar cara a Moscú y, a la vez, hasta dónde estamos dispuestos que impacte el conflicto en la economía europea y estadounidense, porque todo indica que habrá más inflación y ya se está deteriorando el poder adquisitivo”, explica Raham.
Ese equilibrio casi imposible en un mundo globalizado (infligir el mayor daño posible al adversario causando el menor destrozo en casa) ha determinado inevitablemente el alcance y la efectividad de los castigos. “Las sanciones no restringen los flujos existentes de comercio de energía, pero [la paralización de Nord Stream 2] corta las compras adicionales de gas por parte de los consumidores europeos. Y las restricciones a las exportaciones de alta tecnología a Rusia afectarán con el tiempo la capacidad de explotar las reservas de combustibles fósiles en aguas profundas y en el Ártico”, aclara Jeffrey Schott, del Instituto Peterson de Economía Internacional.
Schott escribió a principios de mes un artículo titulado ¿Lograrán unas sanciones estadounidenses duras parar la agresión rusa en Ucrania? (y la respuesta corta a esa pregunta es que no). En ese texto, el experto acertaba con la mayor parte de las medidas que los aliados estaban preparando, y añadía otra que llegó este fin de semana, al menos en parte: la exclusión de Rusia del sistema mundial de magos SWIFT, que ordena y dota de seguridad a una buena porción del tráfico global de transacciones de dinero (realizado por 11.000 bancos en 200 países).
Cuando Rusia se anexionó Crimea en 2014, el castigo de expulsar al país del sistema SWIFT ya estuvo encima de la mesa, por lo que su Gobierno empezó a trabajar en su propio sistema de pagos (además, llegado el caso, podría recurrir a la alternativa china), aunque su operativa es hoy por hoy muy limitada. Por otra parte, el Kremlin lleva ocho años blindándose para hacer frente a posibles sanciones y ha acumulado reservas récord de divisas (más de 630.000 millones de dólares), las cuartas mayores del mundo, un tesoro estratégico para financiarse en caso de necesidad y apuntalar el rublo durante un tiempo considerable si fuera necesario. Las medidas contra los bancos anunciadas el fin de semana llevaron a miles de rusos a ir a sacar dinero a los cajeros ante el temor de falta de liquidez.
Moscú ha reducido en general su dependencia de Occidente: solo un 16% de las divisas de Rusia están en dólares, frente al 40% de hace cinco días, mientras el porcentaje en yuanes ha crecido al 13%. Aun así, contando dólares y euros, el 48% de sus reservas está vinculadas a Occidente (el 30% es oro y el resto moneda china) y su exposición a las nuevas sanciones sigue ahí. “La congelación de las reservas del Banco Central de Rusia es un punto de inflexión y creo que tendrá consecuencias bastante negativas para el sistema financiero ruso”, opina el economista Guntram Wolff, director del centro de análisis Bruegel, con sede en Bruselas. Sobre un posible corte del gas por parte de Rusia como represalia, el experto opina: “Putin podría cortar el grifo en respuesta a las sanciones y la UE podría lidiar con esta situación, pero tendría un elevado coste”.
Rusia también podría recurrir a las criptomonedas para evitar algunos de los efectos más gravosos de las sanciones, según los expertos, al poder ser utilizadas para realizar transacciones sin dejar rastro.
Robert Person, profesor de Relaciones Internacionales y experto en Rusia y en política exterior, discrepa sobre la imagen de Rusia como un país autárquico listo para ser confortablemente un “paria” en el orden internacional, adjetivo algo gastado que endosó Biden a Moscú en uno de sus dos discursos de esta semana. “Es cierto que Rusia ha tomado medidas desde 2014 para reducir su dependencia de las redes financieras occidentales y del dólar estadounidense, pero no puede separarse por completo de la economía global”, considera Person. “Además, las nuevas sanciones son más duras que las de 2014. Dañarán mucho más seriamente al Gobierno ruso, a los bancos y empresas estatales y a las élites rusas”.
“Claramente, en este tiempo han aprendido a vivir con las sanciones, y a sortearlas”, opina Paul Stronski, investigador especializado en las relaciones internacionales del Kremlin de la oficina de Washington del Carnegie Endowment for International Peace. “Desgraciadamente, esas medidas se ceban más en la gente corriente que en los oligarcas, plutócratas cercanos a Putin que acabarán sacando ventaja de la nueva situación, en la que sin duda crecerán los intercambios ilícitos con China. Rusia tendrá por fuerza que aumentar su dependencia de Pekín, que no parece muy feliz con la idea de que Putin haya violado la integridad territorial de otro país. China habría preferido una solución diplomática, y aunque quiere claramente dejar atrás un mundo dominado por Occidente, en su pragmatismo no estoy seguro de que desee una vuelta a la guerra fría”.
Cuánto tardarán en hacer efecto esas sanciones (y, por lo tanto, cuánto hará falta mantenerse unidos en su aplicación) y también cuánto le durará a Putin el dinero necesario para financiar una guerra. Ante el primer interrogante, Person responde que, pese a que las medidas han tenido efectos inmediatos para, por ejemplo, el rublo, “costará varias semanas o meses que el paquete se active por completo y las instituciones financieras occidentales relevantes cumplan con su parte”. Rahman añade: “¿Serán suficientes las sanciones? A corto plazo, no creo. El presidente ruso ha dejado claro que tiene una misión y nada le detendrá”.
Sobre la paciencia de Putin, Schott opina que los pasos que ha dado “para intentar mejorar sus defensas ante las sanciones occidentales, solo servirán para darle algo de tiempo”. “Tiene la la esperanza de que Estados Unidos y Europa desistirán para entonces en su apoyo político a esas medidas. Pero sospecho que en ese análisis se confunde”, añade. De la Torre advierte, por su parte, que “[el autócrata ruso] ha acumulado un superávit de cuenta corriente de 600.000 millones de dólares. Eso se guarda para cuando las cosas vienen mal dadas, pero también puede esfumarse muy rápidamente en un conflicto como este en el que se ha embarcado”.
La respuesta a cuánto le durara ese dinero está seguramente, como casi todo en esta historia, solo en la cabeza del propio Putin. Un espacio aparentemente insensible a las sanciones que se ha demostrado un enigma aún más indescifrable en estos meses.
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