El tren de la última frontera: los refugiados que recorren 4.000 kilómetros de Ucrania a Portugal | Internacional


La última frontera del continente europeo que han cruzado un millar de ucranios desde comienzos de marzo se atraviesa en un automotor diésel de Comboios de Portugal que suele partir de la vía 1 de la estación de Badajoz alrededor de las 16.25. Este domingo aguarda la llegada del retrasado tren de Madrid con 31 refugiados. Cuando se apean en el andén, los voluntarios de Cruz Roja fotocopian a toda prisa sus pasaportes, reparten bolsas de plástico con bocadillos y les proporcionan una pulsera verde que les identifica. El todoincluido de la guerra. Los trenes de Europa al servicio del mayor movimiento demográfico desde la Segunda Guerra Mundial: más de 3,5 millones de desplazados por la contienda en Ucrania se distribuyen por un continente que –esta vez, sí– les ha abierto los brazos de par en par.

Los ucranios sufren la pésima conexión ferroviaria entre España y Portugal, que les obliga a tomar tres trenes y emplear 10 horas y media para recorrer 624 kilómetros. A estas alturas, apenas una menudencia que solo añade cansancio al agotamiento que acumulan refugiados como Violetta Khadasevich y Serguéi Dzemikhov, que habrán recorrido nueve países cuando esta noche lleguen a su destino final tras más de una semana de viaje.

En su vida anterior al 24 de febrero eran sumilleres en Kiev. Tienen 23 y 26 años, están casados y son bielorrusos. Huyen con Elena, la madre de Serguéi, y su mascota Mike, un perro abandonado que adoptaron en un refugio en Bielorrusia hace cuatro años y que no ladrará ni una sola vez durante las cinco horas que dura el trayecto hasta Lisboa. Tampoco los niños hacen ruido, entretenidos en juegos en el móvil, ni se elevan voces de conversaciones entre adultos. Las madres reprenden a los pequeños que corretean por el pasillo, como si no quisieran molestar. Las vidas de quienes huyen caben en pequeñas bolsas que se apiñan en el compartimento superior de los asientos.

Violetta y Serguéi han pasado la noche en un albergue en Badajoz, atendido por Cruz Roja. Los sumilleres están curtidos en huidas. Hace dos años salieron de Bielorrusia, después de que la policía apaleara a Violetta durante toda una noche. Ella muestra la foto de su torso amoratado. Explica que la detuvieron sin motivo camino del metro. Se mudaron a Kiev. “Teníamos una buena vida. Nos ayudó un montón de gente a encontrar trabajo y a tener documentos”, explica Serguéi dentro del tren. Un Kiev que nada se parece al que dejaron atrás, sometido a las reglas de la guerra. Su último techo allí fue una estación de metro para protegerse de bombardeos. Esperan reconstruir su vida por tercera vez en dos años.

A pesar de que los refugiados tienen que recorrer más de 4.000 kilómetros hasta Portugal, el país del continente más alejado de Ucrania, 18.400 han recibido ya el estatuto de protección temporal que concede el Gobierno luso para agilizar su integración: los niños entran en el sistema educativo y los mayores pueden trabajar sin trabas burocráticas. Aunque sorprendentemente no había ningún dispositivo de acogida a su llegada a Lisboa y fueron encaminados a una comisaría de policía cercana para recibir ayuda.

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La solidaridad de la colonia ucrania afincada desde hace años en Portugal (más de 27.000 personas en 2021) incentiva también el largo desplazamiento. La pareja bielorrusa tiene amigos en Nazaré, mientras que Irina, que viaja con su cuñada y su sobrina de seis años, pretende llegar hasta Setúbal, donde residen familiares.

El ucranio Igor Ryzhykov, en el tren que le lleva de Badajoz a Lisboa el pasado domingo 20 de marzo.
El ucranio Igor Ryzhykov, en el tren que le lleva de Badajoz a Lisboa el pasado domingo 20 de marzo.JOAO HENRIQUES (JOAO HENRIQUES / EL PAIS )

No todos eligen Portugal por disponer de una red de apoyo. Igor Ryzhykov escogió el país por su buena imagen: “Agradable y donde la gente habla bien inglés”. Su familia está a salvo de momento en la zona occidental de Ucrania y confía en poder traer a su hija con él en cuanto logre instalarse. La guerra entró en su vida a las cinco de la mañana con dos explosiones que le despertaron en Járkov, la segunda ciudad más grande de Ucrania y una de las más rusófilas por su cercanía geográfica (a 40 kilómetros de la frontera). “Mi madre tiene hermanos que viven en Rusia. Les llamó para decirles que Putin había invadido el país y no se lo creían, decían que eran los americanos. Ellos creen antes la propaganda de Putin que nuestras palabras”, relata Igor Ryzhykov en el andén de Badajoz, poco antes de la salida del tren. Su viaje hasta aquí ha sido menos extenuante que otros, gracias a un vuelo que le llevó de Rumania a Barcelona.

Preguntar por el fin de la guerra es absurdo, pero Igor responde: “Espero que alguien mate a Putin, pero creo que los rusos son zombis. Tal vez protesten dentro de unos meses, cuando las sanciones hundan su economía. Ellos pueden ganar la guerra con ataques aéreos, pero creo que sobre el terreno nuestro ejército es más fuerte”.

También el nigeriano William Obiana, un programador informático de 29 años que se formó y montó su vida en Kiev, ha escogido Portugal a pesar de no disponer de redes de apoyo. Lo suyo fue más analítico. “Hice una investigación entre diferentes países para ver las ayudas a los refugiados y Portugal me pareció el mejor, junto a Noruega, Francia y España. El peor es Suecia”, afirma. El mito nórdico se resquebraja. Lo percibió también en la práctica tras pasar por nueve países, Suecia incluida, en 14 días.

Deja atrás trabajo, amigos, dinero y apartamento. Sobre todo deja una vida a la que ahora mira con una añoranza dolorosa: “Los ucranios son uno de los pueblos más agradables que he conocido nunca. Fui a Kiev a estudiar porque tienen un buen sistema educativo, ahora trabajaba y tenía la residencia. Ucrania es mi casa y quiero volver cuando la guerra acabe”.

Refugiados de la guerra de Ucrania, en el tren que les llevaba de Badajoz a Lisboa el pasado domingo 20 de marzo.
Refugiados de la guerra de Ucrania, en el tren que les llevaba de Badajoz a Lisboa el pasado domingo 20 de marzo. JOAO HENRIQUES (JOAO HENRIQUES / EL PAIS )

Los primeros refugiados que llegaron a Badajoz eran estudiantes asiáticos que huían del conflicto. El flujo constante (reciben grupos diarios de entre 30 y 90 personas) obligó a Comboios de Portugal a reforzar el solitario automotor con un segundo coche. “Comenzaron el pasado 5 de marzo y desde entonces llegan a diario, aunque el perfil ha cambiado y cada vez son más ucranios”, explica Sandra Murillo. Ella y Víctor Domínguez coordinan el dispositivo de emergencia de Cruz Roja en Badajoz, que se encarga de recibir y atender a los refugiados. “Cada historia da mucha pena. Hay gente que trae maletas, otros que han comprado cosas por el camino y otros que no tienen nada”, describe Murillo. Entre el millar de personas que han atendido, había 144 menores y 18 mayores de 65 años. Cuando llegan de Madrid en trenes que no enlazan con la única conexión que parte hacia Lisboa, pernoctan en un albergue. El dispositivo de Cruz Roja incluye actividades para entretener a los niños y asistencia psicológica y jurídica para los adultos.

El tren tarda tres horas en cubrir los 180 kilómetros entre Badajoz y Entroncamento, donde personal de bomberos voluntarios portugueses recibe a los refugiados y les dirige hacia nuevas líneas según su destino. Este domingo pasado había grupos para Fátima, Oporto y Lisboa. Mientras el automotor avanzaba por el Alto Alentejo, Irina respondía a través del traductor de voz de su móvil que usa desde que dejó atrás Mikolaiv, en el sur del país, con su cuñada y su sobrina de seis años. Su marido permanece allí para cuidar de su madre discapacitada y de su padre. Huyó con algo de ropa, documentos y un poco de dinero. Habla con constantes citas a Dios y con determinación, decidida a salir adelante. Tiene la misma solidez para dar las gracias a los voluntarios que para condenar a los rusos: “Para nosotros ese pueblo ya no existe, ni parientes ni amigos ni nadie. Esta no es nuestra guerra, no hicimos daño a nadie ni necesitábamos ser liberados, pero un día terminará y reconstruiremos Ucrania y seremos mucho mejores”. Y, sin que medien más preguntas, coge el teléfono para dejar una frase final: “Quiero decir que ahora maldigo a todos los rusos”.

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