¿Es candidato o presidente? No estaba claro, cuando este jueves por la tarde Emmanuel Macron apareció en un antiguo almacén industrial en Aubervilliers, al norte de París, si era una cosa, la otra, o ambas a la vez. En teoría, acudía como candidato para presentar a la prensa y al país el programa electoral para las elecciones presidenciales a dos vueltas, el 10 y el 24 de abril. En realidad, es imposible separar ambos papeles, el de aspirante a la reelección y el de jefe de Estado.
Todo cambió en estas elecciones el 24 de febrero, cuando Rusia invadió Ucrania. Después de décadas de paz, la guerra regresaba a Europa. Macron, al frente de un país armado con la bomba atómica, se disparó en los sondeos y consolidó su condición de favorito a repetir en el cargo.
“El proyecto que les presento está evidentemente anclado en nuestro momento, es decir, el del retorno de lo trágico en la Historia”, dijo Macron al inicio de una intervención de una hora y media, seguida de dos horas y media de preguntas de los periodistas.
El programa de Macron es continuista, si es que puede hablarse de continuidad tras un quinquenio lleno de sobresaltos como la revuelta de los chalecos amarillos, la pandemia y la invasión rusa de Ucrania. Entre las medidas estrella figura la elevación de la edad de jubilación de los 62 años actuales a los 65 y la obligación, para los receptores del ingreso mínimo, de 15 a 20 horas de actividad semanal, formándose o trabajando.
A la pregunta sobre si estas propuestas confirman que, pese a su vocación centrista, tiende a la derecha, contestó aludiendo a Charles de Gaulle, padre de la Francia moderna. “En este tema”, declaró, “asumo ser bastante gaullista. El general decía: ‘Francia es de izquierdas cuando está a favor del movimiento, el cambio. Y necesita decisiones de derechas: el orden, el trabajo, el mérito’. En mi programa hay reformas y ambiciones con una inspiración que podría decirse que es de izquierdas, y otras de inspiración de derechas”.
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La presentación y la rueda de prensa de este jueves son un ejercicio muy francés. De todo candidato mínimamente creíble se exige un programa detallado. Y con una estimación del precio. El de Macron costará 50.000 millones de euros anuales hasta 2027, que deberían financiarse gracias el crecimiento económico y las reformas. También bajará impuestos por valor de 15.000 millones de euros.
Ucrania ha anulado la campaña electoral. Ya no se habla (casi) de otra cosa: la guerra y el impacto en los bolsillos. No hay debates entre los 12 candidatos —Macron se niega a participar— y los mítines son escasos. Las propuestas de la mayoría de candidatos se han vuelto inaudibles entre bombas rusas en Kiev o Mariupol y los millones de refugiados que huyen de Ucrania.
En este contexto insólito, solo la voz de Macron se escucha. Sus iniciativas internacionales. El diálogo fallido —pero al que no está dispuesto a renunciar— con el presidente ruso, Vladímir Putin. Las sanciones masivas de la Unión Europea, el envío de armamento a Ucrania y el regreso de una cierta idea de una Europa como potencia militar.
“No estamos en una lógica de fin de reino”, dice Frédéric Dabi, director general de Opinión del instituto demoscópico Ifop. “Estamos en una lógica de continuidad”. Y este el mensaje del presidente: en tiempos de crisis, nada de experimentos. “Ante lo imprevisible”, dijo, “ustedes tienen una cierta idea de cómo me comporto”.
Macron, si las elecciones se celebrasen hoy, sacaría en la primera vuelta un 30% de votos, según el último sondeo de Ifop. En segunda posición quedaría Marine Le Pen, líder del partido de extrema derecha Reagrupamiento Nacional, con un 17,5% de votos. Ambos se clasificarían para la segunda vuelta, según Ifop y el resto de sondeos. El duelo Macron-Le Pen sería una reedición del de 2017. Los sondeos indican que, como entonces, ganaría Macron.
Mientras que Macron ha salido beneficiado de la guerra en Ucrania y por el efecto de unión nacional, hay un damnificado inmediato: Éric Zemmour, el tertuliano televisivo de extrema derecha que en otoño irrumpió en la campaña como un torbellino y, en algunos momentos, creyó alcanzar la segunda vuelta de las elecciones.
La guerra de Ucrania ha dejado tocado a Zemmour. No había en Francia candidato más entusiasta con Putin que él. Ninguno ha caído tanto en los sondeos.
Ahora Zemmour ronda el 13% de votos, por detrás de Le Pen. Al mismo nivel, con variaciones dependiendo del sondeo, se sitúan la candidata de la derecha tradicional, Valerie Pécresse, y el primero en la izquierda, el veterano populista Jean-Luc Mélenchon. El ecologista Yannick Jadot obtendría, según Ifop, un 5%. La alcaldesa de París, la socialista Anne Hidalgo, un 2%, resultado que, si fuese el del 10 de abril, podría suponer la muerte de su partido.
Cuando llevaba más de una hora hablando y vio que entre los periodistas corría un murmullo de impaciencia, Macron interrumpió la lectura y sonrió: “¡Esto es un debate presidencial!”. “Al hacer esto”, añadió en alusión al discurso y la rueda de prensa, “me estoy comprometiendo para que el mandato sea claro”.
La protección es la palabra clave en el discurso macronista, también lo que él llama la emancipación: un liberalismo social, a la francesa. A ratos, más que un programa electoral sonaba ya a un programa de gobierno.
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