El primer ministro de Polonia, Mateusz Morawiecki, aseguró este lunes que el ataque de la víspera contra una base militar en el oeste de Ucrania ―situada a apenas 25 kilómetros de su país― tenía como objetivo “generar pánico” entre la población. Una de las personas a las que bien podría referirse es Beata Wozoszyn, que llenaba el depósito de su coche en la localidad polaca de Lubaczow, a 13 kilómetros de la frontera con Ucrania. Lo hace a diario desde que empezó la guerra para escapar lo más lejos posible sin repostar en caso de que Vladímir Putin también ataque su país.
“Queremos vivir normal, pero la situación es anormal. La gente compra menos estos días porque está ahorrando. Los precios han subido y nadie sabe lo que pasará mañana”, asegura Wozoszyn en la panadería en la que trabaja en Lubaczow, donde la edad media de sus alrededor de 12.000 vecinos y las imágenes de Juan Pablo II recuerdan que se trata del sudeste polaco: tradicional, religioso, avejentado y feudo de Ley y Justicia (PiS), el partido ultraconservador en el poder.
Wozoszyn cuenta que tiene “mucho miedo” desde el principio del conflicto y que solo una vez antes en sus 49 años de vida ―cuando el fin del periodo comunista disparó el desempleo en los años noventa― había pensado en dejar su país. El bombardeo del domingo, que causó al menos 35 muertos, le ha hecho replantearse por qué se queda, más aún con sus tres hijos emancipados ya en otras partes de Polonia.
El miedo de Wozoszyn es ―a juicio del primer ministro polaco― justo lo que Moscú quería cuando decidió bombardear tan cerca de un país miembro de la UE y de la OTAN. “Un ataque con misiles a solo 20 kilómetros de nuestra frontera muestra cómo opera Rusia. Quiere generar pánico entre la población civil”, dijo este lunes Morawiecki en una conferencia de prensa conjunta con sus homólogos de Lituania, Ingrida Simonyte, y Ucrania, Denys Shmyhal. Era una reunión del conocido como Triángulo de Lublin, una alianza regional inspirada en la Mancomunidad polaco-lituana creada en el siglo XVI. La conferencia de prensa se convirtió en escaparate de la línea dura contra Moscú que abandera Polonia.
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Morawiecki acusó a Rusia de efectuar una “masacre” en Ucrania y de emplear los recursos naturales “para chantajear” al resto de Europa. Y prometió hacer “todo lo posible” para que Ucrania entre en la UE. Hace una semana, el Consejo de la UE dio el visto bueno a la solicitud de Kiev, en una decisión exprés que se extiende a Moldavia y Georgia, también fronterizas con Rusia. El primer ministro ucranio insistió por videoconferencia en que una zona de exclusión aérea ―que la OTAN rechaza imponer por temor a que agrande y globalice el conflicto― “salvaría miles de vidas”.
En un país tan políticamente dividido como Polonia, la guerra en Ucrania ha dado una tregua a la brecha. El miedo a ser la siguiente pieza de Putin (pese a la cláusula de defensa mutua de la OTAN) y el aluvión de refugiados (es el país que más ha recibido: 1,7 millones de los 2,8 millones) han dejado las divergencias en segundo plano. Tomasz Siemoniak, ministro de Defensa entre 2011 y 2016 y vicepresidente de la principal fuerza opositora, la Plataforma Cívica de Donald Tusk, ha asegurado este lunes que “la situación es muy grave cuando se produce un ataque masivo con misiles” tan cerca de la frontera polaca. “Es también una señal muy fuerte para nosotros”, ha agregado en una entrevista con Radio Plus.
Una señal que los padres de Daniel Argasinski, Waldemar y Monika, no habían esperado a recibir. El 25 de febrero, en el segundo día de ofensiva rusa, dejaron Lubaczow para instalarse en los Países Bajos, donde Waldemar había trabajado en el pasado. “Mi madre me llama todos los días para decirme que me vaya con ellos”, afirma. Argasinski tiene 25 años y estudia programación en Rzeszow, la principal ciudad del sudeste de Polonia. Al marcharse sus padres, pidió y obtuvo permiso de la Universidad para continuar las clases de manera virtual. “Mi hermano y yo nos hemos quedado a proteger la casa, por si algún ucranio entra a robar”, explica.
En este pueblo grande de casas bajas, la vida transcurre estos días despacio, pero no apacible. De vez en cuando atraviesa el cielo un helicóptero militar. Los vecinos hablan de falta de productos en los supermercados, en lo que parece una mezcla de desabastecimiento por miedo a un ataque ruso y de ruptura de stock porque los refugiados ucranios (hay un puesto fronterizo a apenas 12 kilómetros) también compran aquí ahora, de paso a otras partes de Europa. “Los primeros tres días de la guerra era imposible repostar en todas las gasolineras. Ahora está cara, pero hay”, asegura Stanislav mientras introduce el surtidor en su moto, justo a la salida de la localidad.
Polonia es uno de los pocos países de la UE que no ha cambiado su moneda, el esloti, por el euro. El empleado de una casa de cambios, que no se quiere identificar, asegura que la demanda de euros y dólares por los lugareños ha aumentado entre dos y tres veces desde que empezó la guerra. “No es un problema, porque a los pocos minutos suelen llegar ucranios a cambiar su moneda por eslotis y entonces se compensa lo que tengo”, señala.
Calma
En las conversaciones, varias personas usan la expresión “cuando Putin ataque Polonia”, en vez de “si Putin ataca Polonia”, pero el alcalde, Krzysztof Szpyt, llama a la calma y se muestra más preocupado por el “riesgo de imprecisión” que conlleva todo bombardeo en el país vecino que por un “ataque directo”. “En la guerra moderna, la verdad, no cambia tanto un bombardeo a 10 kilómetros o a 50 […] La OTAN nos da sensación de seguridad y no queremos extender el pánico”, añade Szpyt, del PiS, en su despacho del Ayuntamiento.
A Jan, en cambio, el paraguas de la Alianza Atlántica no le da mucha confianza. “Nuestro país tiene la experiencia de dos guerras mundiales en las que Europa dijo que nos ayudaría y en el momento de la verdad se quedó de brazos cruzados”, afirma este policía de 53 años tras ojear las esquelas en el tablón de la iglesia. Tampoco a Stanislav, que no quiere dejar de nuevo su país tras 14 de sus 55 años como trabajador de la construcción en Noruega. Menos ahora, que le gusta “mucho” el Gobierno ultranacionalista. Considera que el principal problema de Polonia en esta crisis es que carece de armamento nuclear y que “Putin ve débil a Europa por culpa de la izquierda”, que “ha hecho creer que dos o tres hombres, o dos o tres mujeres, son una familia, y no solo amigos”.
Como buen lugar de frontera, las conexiones del pasado con Ucrania llegan al presente. Czestawa Polinska tiene 86 años y hace la señal de la cruz mientras recuerda cómo bajaba de niña a los búnkeres y se ocultaba en los bosques con sus padres durante la II Guerra Mundial. “La gente de Rusia trató de matarnos, a mí y a mi familia”, dice sobre la invasión soviética de esa zona, acordada con los nazis en el pacto Ribbentrop-Molotov. Desde que empezó la guerra en Ucrania reza cada día en las anexas concatedral de San Estanislao e Iglesia del Mártir “para que Dios proteja a Polonia”.
Si un lugar tan pequeño tiene una concatedral, cuya cruz se observa sobre el resto de edificios en el centro histórico, es porque allí fue trasladada en 1946 la sede del arzobispado después de que Lviv, que era parte de Polonia, quedase encuadrada en la URSS. Es justo la ciudad ucrania más cercana al bombardeo del domingo. El papa Karol Wojtyla visitó cinco veces la iglesia de Lubaczow, la última en 1991, ya como Juan Pablo II. En su interior están expuestos el solideo, anillo y rosario que regaló al templo. Cuesta ver iglesias en los alrededores sin imágenes o esculturas del fallecido papa polaco.
Aunque los polacos se han volcado con los refugiados ucranios, algunos habitantes de la zona no los ayudan porque el Ejército Insurgente Ucranio asesinó en esta zona y en la Galicia oriental durante la II Guerra Mundial a decenas de miles de sus antepasados. Un anuncio de Tax Free en un supermercado Lidl recuerda que, hace apenas tres semanas, bastantes ucranios cruzaban a comprar porque, tras la devolución de una parte del IVA, les salía a cuenta. Tal es la conexión que, a Argasinski, sus amigos en Rzeszow le dicen en burla que vive en Ucrania.
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