Ante la invasión de Ucrania por Rusia, Europa ha tomado conciencia de sus propias debilidades. Y hay dos que destacan: la defensiva y la energética. “Aumentar sustancialmente los gastos de defensa”. Esta frase, con toda claridad, se lee en el primer punto de la declaración final que preparan los líderes de la UE en la cumbre informal celebrada este jueves y viernes en Versalles, cerca de París. El siguiente punto de la declaración tampoco deja lugar a dudas: la UE necesita “reducir la dependencia del gas, del petróleo y del carbón ruso”. En definitiva, se trata de lograr la seguridad europea por la vía de las armas y por la de la autonomía energética, sin perder de vista el aprovisionamiento de alimentos.
“Me gustaría más invertir el dinero de los contribuyentes en escuelas o pensiones, pero debemos gastar en defensa”, ha resumido la primera ministra sueca, Magdalena Anderson, a su llegada a la cumbre. De fondo sonaba la música militar, mientras el presidente francés, Emmanuel Macron, ejercía de anfitrión y recibía a los jefes de Estado y de Gobierno en el palacio de Versalles. Hace poco más de cinco años, unas semanas después de ser elegido presidente de Francia, Macron agasajaba al presidente ruso, Vladímir Putin, en este escenario histórico, edificado por el Rey Sol, Luis XIV, donde se firmó el final de la Primera Guerra Mundial en 1919. Todo ha cambiado desde entonces.
Europa se plantea en Versalles un giro insólito, forzado, como sucede con todos los avances europeos por crisis externas. Desde el final de la Guerra Fría, según explicaba esta semana el alto representante de la Política Exterior de la UE, Josep Borrell, los países europeos han reducido su gasto en defensa del 4% del producto interior bruto al 1,5%. Buena parte de Europa, protegida por el paraguas de EE UU, se creía a salvo de las tragedias del siglo XX y el gasto militar no era prioritario. En la era de la globalización, la interdependencia comercial o energética era la norma y la autosuficiencia un concepto que parecía obsoleto. Las crisis de la última década —la financiera de 2008 y la pandémica de 2020— sacudieron estas certezas. La “guerra de Putin”, como definen los líderes europeos a la invasión dura de Ucrania, las ha acabado de enterrar. Nadie sabe cuáles son las intenciones finales del autócrata ruso, pero Europa ha despertado.
Putin atacó a Ucrania el 24 de febrero y, unos días después, Alemania —potencia económica, pero reticente por motivos históricos a afirmarse como potencia política y militar— dio un giro a su política de defensa. El canciller Olaf Scholz anunció que su país invertiría 100.000 millones en armas y elevaría el gasto al 2% del PIB. Fue el pistoletazo de salida. Dinamarca se sumó a este objetivo, el que reclama la OTAN a sus miembros. Y este mismo jueves ha sido el país que gobierna Anderson, la neutral Suecia.
“Aumentar sustancialmente el gasto en defensa, […] centrándose en las deficiencias estratégicas identificadas”. “Desarrollar más incentivos para estimular las inversiones compartidas de los Estados miembros en proyectos y adquisición conjunta de capacidades de defensa”. “Fortalecer y desarrollar nuestra industria de defensa”. “Fomentar las sinergias entre la investigación y la innovación civil, de defensa y espacial, e invertir en tecnologías e innovación críticas y emergentes para la seguridad y la defensa”. La cascada de frases del borrador en este sentido, con el lenguaje alambicado propio de estas citas, muestra a las claras la dirección que pretende tomar la UE.
Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Después cada uno pone el acento en sus intereses o en sus tradiciones. El primer ministro holandés, Mark Rutte, uno de los grandes aliados de Estados Unidos, insiste en que este refuerzo debe hacerse en el marco de la OTAN. Macron cree que la guerra en Ucrania da la razón a su proyecto de impulsar una Europa de la defensa junto a la Alianza Atlántica, iniciativa que, hasta ahora, ha topado con las reticencias de Alemania. El presidente francés ha planteado que el nuevo gasto militar se financie, como el plan de recuperación tras la crisis de la covid, con deuda común, pero reconoce que es una reflexión inicial. Países como Alemania y Holanda han enfriado la iniciativa.
“Venimos a trabajar en dos direcciones: una para mantener la presión sobre Putin y parar la agresión a Ucrania; otra, fortalecer la resiliencia de la UE en energía y defensa”, proclamó Borrell el jueves a la entrada. En sus palabras, el jefe de la diplomacia europea subraya el otro punto fundamental, ya que el escenario bélico de Ucrania fuerza a la Unión Europea a replantearse su política energética. Ello implica cortar el cordón umbilical de muchos países del club comunitario con los hidrocarburos rusos: varios, principalmente los bálticos, importan el 100% de gas de Rusia; Alemania, un 55%.
Además, la guerra también ha disparado la cotización de las materias primas, algo que, como ha recordado el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, se está trasladando a los precios de los alimentos. De ahí que el Consejo se fije “mejorar la seguridad alimentaria reduciendo las dependencias de la importación de productos agrícolas”.
Cooperación reforzada con Ucrania
El otro foco de atención en Versalles es la respuesta de los líderes a la solicitud de Ucrania —también de Moldavia y Georgia— para entrar en la UE. Desde que el presidente Volodímir Zelenski firmó su solicitud el 28 de febrero hasta que se ha dado el primer paso, pedir a la Comisión que emita una opinión, apenas han pasado días. Lo normal son meses.
En esta cumbre era el turno de los líderes de la UE, que han apretado el freno. “Hay un protocolo y unos tratados”, ha declarado a la salida el primer ministro croata, Andrej Plenkovic, que ha añadido que de este encuentro Ucrania no sale con el estatus de candidato. Esto supone que se ha impuesto la tesis de los países occidentales de la Unión Europea y socios más antiguos, como Holanda, Francia o España, que defendían que Ucrania siga los pasos habituales para la adhesión. “No existe un procedimiento rápido”, dijo Rutte. El francés Macron se expresó en la misma línea: “¿Podemos hoy abrir un procedimiento con un país en guerra? No lo creo. ¿Debemos cerrar la puerta y decir jamás? Sería injusto”. Países del este como Polonia y Eslovenia reclamaron acelerar los trámites.
“El Consejo ha actuado rápidamente y ha invitado a la Comisión a emitir una opinión sobre la solicitud de Ucrania. Pendiente de esto y sin retraso, fortaleceremos nuestros lazos y profundizaremos en nuestra asociación. Ucrania pertenece a nuestra familia europea”, apuntaba el borrador de la declaración que debatieron los líderes en la cena de este jueves. Esas palabras se parecen enormemente a las que a las tres de la madrugada del viernes pronunció el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel: “Pensamos que a través de la asociación con Ucrania podemos reconfortar y hemos trabajado sobre la idea de buscar una relación más estrecha, por ejemplo, invitando de forma regular al presidente Zelenski a reuniones cuando trabajamos en cosas concretas”.
Los Veintisiete se inclinan así por otorgar a Ucrania un estatus de “país asociado reforzado”, con vínculos estrechos en materia comercial e integración en la red energética, a la espera de que concluya el conflicto y comience una negociación, que, como explicó Rutte al salir de la cena, puede llevar “meses o años”, más bien esto último. De este encuentro también sale la decisión de duplicar los recursos que la UE destina a enviar armamento y material bélico a Kiev con otros 500 millones, es decir, el doble de lo anunciado en principio.
Como ocurre con la energía y con la defensa, el mapa de la UE también se transforma con esta guerra. “La guerra en Ucrania es un traumatismo inmenso”, dijo Macron, “es el retorno de lo trágico, un drama humano, político, humanitario y es, sin duda, un elemento que llevará a redefinir completamente la arquitectura de nuestra Europa”.
Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.
0 Comments:
Publicar un comentario