Yelena agarra con fuerza la bolsa en la que su gato blanco y canela maúlla desesperadamente. Acaba de meter en una pequeña maleta negra prácticamente toda su vida y ahora, con el ruido incesante de los bombardeos de fondo en Mikolaiv, no atina a marcar el número de su familia en el móvil. “¿Por qué nos hacen esto? No lo entiendo”, se lamenta llorosa esta mujer de 67 años.
A su alrededor, bajo una incipiente nevada, decenas de personas tratan de escapar de esta ciudad portuaria del mar Negro, uno de los principales objetivos de las fuerzas de Vladímir Putin y bajo implacables ataques rusos desde hace cuatro días. En coches atiborrados de enseres o a pie, buscan cruzar uno de los puentes que unen Mikolaiv, encajonada en un estuario, con la carretera que lleva a Odesa —y más allá, a las fronteras de Moldavia y Rumania—, la única vía de salida de la ciudad hacia territorio controlado por Kiev. El Ejército ucranio lo tiene todo listo para estallar estos puentes si las tropas del Kremlin se hacen con el control de la ciudad, enclave estratégico para la conquista de la costa y lanzadera hacia Odesa, la gran ciudad del mar Negro.
Este lunes, al amanecer, tras un fin de semana de intensos combates en los que las tropas ucranias hicieron retroceder al Ejército ruso, las fuerzas de Putin han lanzado otro feroz ataque contra Mikolaiv y sobre un barrio residencial del este de la ciudad, de 475.000 habitantes. Durante horas, los bombardeos y el olor a pólvora y a ceniza se han mezclado con la humedad y los copos de nieve. Junto al estuario, soldados y miembros de la guardia nacional y voluntarios de las brigadas de defensa territorial, con uniformes de camuflaje y gorros calados hasta las orejas, reforzaban las barricadas con sacos de arena e instalaban nuevas trampas antitanque. “Los rusos atacan infraestructuras estratégicas y se lanzan contra los civiles, pero de momento los estamos manteniendo a raya”, asegura el oficial Serguéi, que desde que empezó la invasión tiene órdenes de no revelar su apellido. De fondo, el estallido de un nuevo ataque de artillería. “Este es nuestro. Contraataque”, comenta señalando al aire.
Desembarco anfibio contra Odesa
Mikolaiv, fundada en el siglo XVIII como astillero bajo el Imperio Ruso y sede durante décadas de la flota rusa del mar Negro, se ha convertido en un campo de batalla clave para las fuerzas de Putin en su camino para controlar la costa ucrania y aislar el país de la salida al mar. Los lagos cristalinos, los parques de juegos y los monumentos con motivos navales son hoy objetivo de las bombas. La urbe, estratégicamente ubicada en una entrada del mar Negro y que fue uno de los principales centros de construcción naval de la Unión Soviética, es la pieza del rompecabezas que le falta al Kremlin para reforzar su asalto al sur de Ucrania, tras la conquista de Jersón —también en el mar Negro—, la primera ciudad en caer en manos del invasor. El control de Mikolaiv permitiría a Rusia tener otro punto de anclaje para un desembarco anfibio con el que apoyar la ofensiva contra Odesa, de casi un millón de habitantes, a 120 kilómetros por una carretera hoy plagada de controles.
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Al caer la tarde, el gobernador de Mikolaiv, Vitali Kim, asegura que las fuerzas ucranias habían retomado el control del aeropuerto de la ciudad y frenado el avance de los rusos, tras otra dura batalla. “Hoy difícilmente se puede llamar un día bueno. Atacaron nuestra ciudad de manera despreciable, mientras la gente dormía”, dice Kim en un mensaje de Telegram. El gobernador asegura que al menos ocho personas han muerto por los ataques de este lunes. “También hay daños graves en las infraestructuras. Eso lo podemos restaurar, pero las bajas humanas son terribles”, se lamenta. Mikolaiv, que acoge uno de los tres puertos más grandes de Ucrania, sufre bajo bombardeos, ataques con cohetes y con helicópteros.
El alcalde de la ciudad, Oleksandr Senkevich, asegura además que las tropas del Kremlin están utilizando fundamentalmente municiones de dispersión contra la ciudad. “El 90% de las bombas que nos lanzan son de racimo, destinadas a hacer mucho, mucho daño y fundamentalmente a las personas”, dice el regidor, que afirma que su equipo ha documentado decenas de ataques con ese tipo de munición, prohibidas por un tratado que ni Rusia ni Ucrania han firmado.
En el puente levadizo de Varvarovski, el principal de la ciudad, siguen atronando los disparos de artillería pesada. Con paso apresurado, un hombre carga como puede a su hijo de dos años y una mochila mientras su esposa lleva otra bolsa y un paquete de pañales. La orografía llana de la ciudad no la hace fácil defender y el paso Varvarovski, de unos dos kilómetros, inaugurado en 1964, puede tener los días contados. Es casi la única ruta de salida de Mikolaiv y objetivo de los ataques rusos, que podrían buscar dejar aislada la ciudad para asediarla, como están haciendo con otras urbes. También, de los ucranios, que están dispuestos a volarlo para evitar que los soldados de Putin obtengan un paseo rápido hacia Odesa, que ya se prepara para un gran ataque.
No les temblará el pulso. Hace unos días, ante el avance y la presión de las tropas del Kremlin, las fuerzas ucranias hundieron en el astillero de Mikolaiv, el buque insignia de la flota naval del país, que estaba en trabajo de reparación. Hundido para evitar su captura.
Misiles lanzados desde barcos rusos en el mar Negro, que llevan apostados frente a las costas ucranias varios días, elevando las alarmas de un posible desembarco anfibio, golpearon este lunes infraestructuras estratégicas en Tuzla, al sur de Odesa, desde donde se ha programado otro tren de evacuación adicional. “Las tropas rusas se están preparando activamente para atacar la ciudad”, ha advertido este lunes Mijailo Podoliak, asesor del presidente ucranio, Volodímir Zelenski. “Ya han intentado llevar a cabo ese plan con una fuerte ofensiva, pero nuestra defensa ha logrado contenerlos”, aseguró.
Sin apenas alterarse por el estruendo de las bombas, Artur Gorpinich entra a comprar cigarrillos en una tienda de ultramarinos junto al puente levadizo de Varvarovski. “Disparan, sí, pero por ahora no tengo miedo”, asegura. El hombre, de 34 años, de rostro afilado y barba arreglada, explica que su esposa y él han enviado a su hijo pequeño con su hermana, a la República Checa, pero que ellos han decidido quedarse en Mikolaiv: “No pienso correr. Antes me enrolaría en el Ejército. Soy conductor. Esta es nuestra tierra, nuestra ciudad. No les dejaremos tomarla”.
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