Verónica Alcocer siempre quiso ser artista. Su padre, un abogado conservador del Caribe colombiano, pensaba que esa no era vida para la mayor de sus hijos. Por darle el gusto, Verónica empezó la carrera de derecho hasta tres veces. Solo la última se lo tomó en serio, pero también duró poco. En el primer semestre varios políticos fueron a dar una charla a su universidad. Ella, que entonces tenía 21 años, se quedó impresionada por la “inteligencia” de uno de ellos, un hombre locuaz, nada convencional. Él, de 39, le pidió a un amigo que le mandara un mensaje a aquella mujer tan bella. Todo fue muy rápido. Tres meses después de intercambiar llamadas, Verónica le advirtió a su padre: “Te voy a presentar a un personaje, pero ni me preguntes el nombre”. El señor Alcocer, un apasionado de la cocina, preparó pavo guisado con maíz nuevo, rajaduras de yuca y arroz con coco. Esa noche de 1999 abrió la puerta de su casa y se encontró de frente a Gustavo Petro, exguerrillero del M-19.
Le siguieron muchas otras cenas, ya convertidos en suegro y yerno. Había temas que no se tocaban, aunque sí algunos consejos de sobremesa entre risas, whisky y tabaco. El hombre de derechas, admirador del líder conservador Álvaro Gómez, acabó queriendo como un hijo al político de izquierdas que a los seis meses de conocerse se llevó a su hija a Bogotá convertida en su esposa. Cuando el abogado murió, hace nueve años, Petro pidió la palabra en el funeral entre lágrimas. Es de las pocas veces que se le ha visto llorar.
Verónica recuerda esas y otras anécdotas mirando a la cámara para esta entrevista desde su apartamento en Bogotá. Gesticula, se ríe y se emociona como si llevara toda la vida delante de un objetivo. En un momento canta y baila la canción Mamá, quiero ser artista. Parece muy cómoda hablando de su vida, aunque en realidad la esposa de uno de los hombres más conocidos del país es una desconocida para la mayoría de los colombianos. Ahora quiere cambiar eso. Sus hijos ya han crecido, no la necesitan tanto, los dos mayores estudian en Europa y la pequeña está a punto de cumplir 14. Su marido lidera todas las encuestas a la presidencia de Colombia. Y ella tiene “un sentir muy personal” de que no se repetirá la historia de hace cuatro años, cuando Petro perdió ante Iván Duque en la segunda vuelta de las elecciones. Verónica Alcocer se está preparando para ejercer de primera dama.
Se ha abierto perfiles en todas las redes sociales y busca un estilo propio, alejado de la sombra del político. “¡Me apasiona contar las historias de Colombia! Sincelejana, madre y amiga”, se presenta. La idea original era que su cuenta de Twitter no siguiera a la de Petro, aunque sí lo hace por un error de una persona de su equipo. Michelle Obama, Greta Thunberg, Kamala Harris o el Papa son otros de los perfiles que sigue, apenas 43. Desde enero suma más de 23.000 seguidores. Petro no habría resentido su unfollow si hubieran querido enmendar aquel error, sus tuits llegan a 4,5 millones de personas. Alcocer reconoce que ahora ha comprendido que ser visible no solo te expone, sino que también te puede ayudar. Con lo que ella misma denomina “el proyecto Verónica Alcocer” está recorriendo Colombia, un plan que espera mantener sea primera dama o no. Por un lado, quiere mostrar el folclor colombiano, lo positivo de un país marcado durante tantos años por la guerra, por otro, busca “construir” su nombre alrededor de las mujeres y los niños, luchar contra la violencia y el maltrato.
Ella fue madre muy joven. A los 21 años, en su segundo intento por estudiar derecho en Bogotá, se quedó embarazada. Su pareja le pidió no tener al niño y decidió cortar la relación. “El tema de la educación sexual siempre ha estado muy tapado, en mi época era una historia conversar de eso. Muchas niñas quedan embarazadas por desconocimiento, hay que trabajar ahí”, dice como anotando en su agenda. Nicolás nació en la capital y a Verónica solo la acompañó su madre. Cinco meses después, regresó a Sincelejo con el niño, pero se quedó en casa de unas amigas. “Mi papá no me recibía”. Se matriculó otra vez en derecho para recuperar el afecto de su padre, que se había enfriado con el embarazo. El abuelo, poco a poco, se fue acercando a su nieto. “Al final, mi hijo Nicolás fue el amor de su vida”. Las aulas volvieron a durar poco. Fue entonces cuando Petro se cruzó en su camino.
Al principio no sabía bien quién era. “No me casé con Gustavo por política, sino porque me enamoré”. Tampoco tenía una ideología muy marcada, más allá del mundo que la había rodeado. Había participado de pequeña en las campañas de Álvaro Gómez y más adelante en la de Andrés Pastrana, con la que quiso viajar a Bogotá junto a las juventudes del Partido Conservador, pero su padre se negó. Siempre se sintió una niña muy inquieta, traviesa, pero profundamente marcada, para bien, por la educación tradicional y católica que vivió en familia y en un colegio de monjas franciscanas. “A los 15 quiero ser monja, luego me enamoro, me gradúo del cole. En medio de esas tradiciones, yo era muy liberal en el tema de la vestimenta, con mochilas, muy relajada, con moño”.
Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Alcocer siente que la aparición de su hoy esposo fue un “engranaje perfecto” entre lo aprendido con las hermanas misioneras del colegio y la “praxis”. “Ese servicio por el otro del que hablaban, ahora lo veo en una persona de carne y hueso, que expone su vida y da todo para los demás. Para mí la vida de Gustavo ha sido una vida en servicio. Es el mejor ejemplo de una persona cristiana y me encanta porque hace punto de unión con lo que yo viví de jovencita”.
La vida y la política
Ya casados, Petro, Alcocer y el pequeño Nicolás, que llama a Gustavo “papá”, se trasladaron a Bogotá en el año 2000. Describe el choque como “tenebroso”. Ventanas blindadas, seguridad permanente, guardaespaldas. “Era como estar presa”. La vida siempre alerta no la volvió a abandonar nunca en estos 22 años. “Es la condición que nos tocó. Así vivimos nosotros y otras tantas personas, de un lado y de otro, no debería ser así”. Los hijos son los que peor lo llevan, cuenta, “casi que se fueron a Europa por eso”. La seguridad es la que ahora los ha obligado a vivir en un bonito apartamento alquilado de la capital, durante el año electoral, en lugar de en su casa en el campo.
Su hija Sofía, de 21 años, estudiante de Ciencias Políticas en París, está en casa durante una temporada. Acompaña a su padre en numerosas ocasiones, a diferencia de Verónica, que vive inmersa en el lanzamiento de su proyecto. Son las mujeres que rodean al político que centra casi todas las miradas a dos meses de la primera vuelta de las presidenciales. Verónica, Sofía y Antonella, la menor, que es arquera en un equipo de la ciudad y le gustaría dedicarse al fútbol profesional. A Petro, dicen, no le interesa demasiado el deporte. “Gustavo tiene una mujer e hijas feministas, jamás se podría distanciar del feminismo. Vive entre feministas y aguerridas”, dice Verónica para salir al paso de las críticas contra él por haber cuestionado, en alguna ocasión, al movimiento feminista.
En las pasadas navidades, Sofía le regaló al político el libro Feminismo para principiantes (“Lo leeré con gusto”, dijo Petro en redes) y en su Instagram se la ve participando este año en Bogotá en las marchas a favor de la despenalización del aborto. Alcocer es muy religiosa (“tengo una fe que no me la mueve nada ni nadie”), su posición sobre la interrupción del embarazo es más ambigua que la determinación de su hija. “No podría juzgar a nadie. Yo eché para alante [en su embarazo]. Es un tema muy personal, pero yo soy provida, proamor, aunque en algunos casos se puede tomar otra decisión. Me parece peligroso que se pueda volver casi un método anticonceptivo. Pero como es tan sensible el tema, trato de tener una posición muy cuidadosa y no entrar a juzgar”.
Una de las pocas veces que Verónica acompañó al político en los últimos meses a un acto público fue al Vaticano para reunirse con el Papa. “Me quedé muda, tenía una luz, una tranquilidad”, recuerda de una experiencia que compara con el nacimiento sus hijos.
A medida que avanza la entrevista, Alcocer está cada vez más cómoda. Si al llegar dijo que no le gustaba que le saquen fotos, ahora ya posa con soltura por el salón del apartamento. A esas horas, Petro está preparando el cierre de su campaña en el centro de Bogotá, ante miles de personas. Desde el escenario arengará a los suyos: “Vamos a derrocar al régimen de la corrupción, que la movilización no es ya hacia la petición, sino hacia el poder”. El político, conocido por sus largos discursos, es descrito es su casa más bien por sus silencios. “Aquí la que habla soy yo”, reconoce Alcocer, que intenta que la conversación no siempre gire siempre alrededor de la política. Él se desahoga cocinando, ella bailando.
Si llega a ser primera dama, Alcocer dice que quiere estar con la gente, “no encapsulada en fiestas”. “Quiero estar donde tengo que estar, en la calle, en el barrio, desde el estrato uno al seis. Estar para todos, desde el que menos tiene al que más, porque todos somos seres humanos. Violencia sufrimos todos”.
– ¿Y quiénes son sus referentes?
– La princesa Diana y la Madre Teresa de Calcuta.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS América y reciba todas las claves normativas de la actualidad de la región.
0 Comments:
Publicar un comentario