Hace muchos años, en 2006, preguntaron en un programa de televisión al actual ministro de Defensa ruso qué es lo que haría si se encontrase en un avión que se precipitase contra el suelo. “Nada. De todos modos seguiría cayendo”, respondió Serguéi Shoigú al presentador, sin dudar un segundo. La anécdota la cuenta Mijaíl Zygar, director de la televisión Dozhd, bloqueada ahora por las autoridades, en su libro Todos los hombres del Kremlin: dentro de la corte de Vladímir Putin. Este episodio refleja la personalidad del general sobre cuyos hombros ha recaído todo el peso del ataque contra Ucrania, un hombre que tenía un expediente inmaculado como fiel servidor de Putin durante un cuarto de siglo, y sobre el que ahora pende la amenaza de un enorme fracaso.
Según publicó The New York Times el pasado miércoles, el servicio de espionaje estadounidense “sugiere” que el estancamiento de la ofensiva ha disparado la tensión entre el presidente ruso y el alto mando de sus Fuerzas Armadas. Las diversas fuentes de la inteligencia norteamericana que cita el diario decían que incluso Shoigú, uno de los pocos hombres que forman parte del estrecho círculo del mandatario, habría perdido su confianza.
El portavoz del Pentágono, John Kirby, se sumó a estas supuestas revelaciones y dijo esta semana que los generales rusos no estarían ofreciendo al mandatario información fiable sobre el progreso de la campaña. “Hemos podido llegar a la conclusión de que Putin no ha sido totalmente informado por su ministro de Defensa de todos los giros ocurridos en el último mes”, apuntó el representante de las Fuerzas Armadas estadounidenses, opinión que también compartió el secretario de Estado, Antony Blinken, durante un viaje a Argelia. “Uno de los talones de Aquiles de las autocracias es que no hay gente que diga o que tenga la capacidad de decir la verdad al poder, y eso es algo que estamos viendo en Rusia”, recalcó el jefe de la diplomacia estadounidense.
Algunas pistas de que no todo marcha acorde al plan son los supuestos arrestos domiciliarios de dos miembros del Quinto Departamento del Servicio Federal de Seguridad (FSB) —responsable del espionaje exterior— por proporcionar información equivocada sobre la situación política de Ucrania en vísperas de la ofensiva, según el diario opositor Meduza, y también la destitución del vicejefe de la Guardia Nacional, Román Gavrílov.
El ministro Shoigú bajo presión
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Si todo esto se traduce en un cambio tangible en el rumbo de la operación en Ucrania, solo el tiempo lo dirá. “Pese a su frustración, sustituir al ministro es un riesgo y Putin no es alguien inclinado a cambiar a sus altos cargos por impulso”, dice a EL PAÍS Tatiana Stanovaya, politóloga del centro Carnegie de Moscú. “Pienso que Putin no tiene motivos para temer, para sospechar una traición, pero sí para sentir un gran enfado por el desarrollo de la campaña, pero ¿qué puede hacer?”, añade. “Todo eso son especulaciones. Lo que está claro es que Shoigú se encuentra bajo una gran presión”, destaca la experta, tras señalar que “hay signos de una opinión muy negativa (por parte del presidente ruso) acerca de la dirección del Ejército y del Ministerio de Defensa”.
En cualquier caso, la lealtad de Shoigú, jefe de una de las instituciones más respetadas de Rusia, nunca ha sido cuestionada. Su historia con Putin arrancó hace más de dos décadas. Semanas antes del 31 de diciembre de 1999, el día que Boris Yeltsin renunció al poder y Putin fue nombrado presidente en funciones, se celebraron unas elecciones parlamentarias que fueron claves para el futuro presidente. La formación de su máximo rival, Yevgueni Primakov, le superaba en todas las encuestas, y sus seguidores tuvieron que constituir un partido nuevo con apenas dos meses de margen para hacerle frente.
“Poner a Putin al frente de Unidad era peligroso, pues un fracaso electoral podía hacer imposible que sucediera a Yeltsin en las presidenciales. Entonces eligieron como red protectora a otro candidato que también era popular: el ministro de Emergencias, Serguéi Shoigú”, recuerda Zygar en su libro. Shoigú nunca le disputaría el liderazgo a Putin pese a haber sido el máximo responsable de aquel partido y del que fue creado posteriormente, Rusia Unida. Al revés, le mostró su lealtad incluso en su ostracismo de los primeros años, cuando su Ministerio de Emergencias llegó a ser investigado por corrupción por el FSB, dirigido por aquel entonces por Nikolái Patrushev, hoy jefe del Consejo de Seguridad y también miembro selecto del círculo de Putin.
“Shoigú, silovik (político procedente de las fuerzas de seguridad) de la era Yeltsin, era un enemigo natural para la administración controlada por el FSB”, agrega Zygar. Pero sobrevivió en la primera línea política, a diferencia de otros, “porque explotó el amor del presidente por la caza y los deportes extremos, y el ministro de Emergencias se convirtió así en el turoperador de Putin por toda Rusia”, apunta. Una costumbre, la de viajar juntos, que nunca perdieron: el pasado año, justo antes de comenzar el despliegue masivo de tropas rusas alrededor de Ucrania, los dos pasaron varios días juntos en la taiga.
Sus escapadas al campo han sido unas de las raras actividades públicas de Putin desde que comenzó la pandemia. Los rusos se han acostumbrado en los dos últimos años a verle aislado en su despacho, ya sea a través de videoconferencias, en mensajes a la nación cara a cara con la cámara o durante encuentros personales con otros líderes mundiales, separado de ellos por una enorme mesa. Según las fuentes estadounidenses consultadas por The New York Times, su distanciamiento por la Covid-19 y su reprensión a quienes no comparten su punto de vista “han creado cierta cautela, e incluso miedo, en los altos mandos del Ejército ruso”.
En opinión de Ben Noble, profesor asociado de Política Rusa en el University College de Londres, es cierto que ha estado físicamente aislado durante gran parte de la crisis del coronavirus. “Dicho esto, no parece que eso haya jugado un papel decisivo en sus ideas sobre Ucrania. En todo caso, su aislamiento ha fortalecido sus creencias previas sobre un presunto deseo de Occidente de hundir a Rusia a través del control de Kiev”, señala Noble.
Por otro lado, Stanovaya cree que a Putin no le falta apoyo dentro de su círculo. “Todos le respaldan, le temen, comparten su preocupación por la situación actual. El problema es otro: a Shoigú, Gerásimov [jefe del Estado Mayor], Zolotov [director de la Guardia Nacional], Naryshkin [director del Servicio de Inteligencia Exterior]… les preocupa que Putin les retire su confianza. Ellos le apoyan sin lugar a dudas. Son serviciales, son militares”, añade la politóloga.
Este terror quedó reflejado en el ataque de pánico que sufrió Naryshkin bajo la mirada escrutadora de Putin en la sesión extraordinaria del Consejo de Seguridad del pasado 21 de febrero, en la cual el presidente ruso y sus colaboradores cruzaron el Rubicón hacia la invasión de Ucrania. El balbuceo del jefe de los espías en el extranjero, que no atinaba a reconocer la independencia de Donbás, como sí hicieron Patrushev y Shoigú, no fue eliminado de la grabación difundida a posteriori, algo que sí ocurrió con otros fragmentos de la reunión. “Ese encuentro fue una obra de teatro político y, aun así, parece que algunos miembros estaban menos seguros que otros al recomendar que Rusia reconociera las llamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk”, incide, desde Londres, Noble.
Para Stanovaya, “el problema no es de intenciones, sino de incompetencia”, pues los mandos “no han cumplido sus tareas y eso ha tenido muchas consecuencias. Shoigú se encuentra en una situación muy difícil porque Putin sabe que ha fracasado”.
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