La campana —o más bien el campanazo— de Vladímir Putin en Ucrania ha salvado a la OTAN. La Alianza Atlántica atravesaba el momento más delicado de su historia tras sufrir una humillante retirada en Afganistán, encajar cuatro años de desplantes de Donald Trump y llegar a ser considerada en “muerte cerebral” por el presidente francés, Emmanuel Macron. Pero la agresividad del presidente ruso contra un país vecino ha devuelto a la OTAN su razón de ser original, que era proteger al Viejo Continente de las posibles ansias de expansión de Moscú. El renacer de la OTAN llega justo cuando la Unión Europea empezaba a avanzar hacia su autonomía estratégica.
“Esta crisis ha revitalizado el papel de la OTAN porque ha visto resucitar a su viejo enemigo”, reconoce Josep Borrell, alto representante para la Política Exterior de la UE, durante una conversación con EL PAÍS. Y el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, daba por sentado en este diario que “la OTAN ha sido, es y seguirá siendo la piedra angular de la seguridad transatlántica”.
Borrell también insiste una y otra vez en que “la OTAN sigue siendo el corazón de la defensa territorial de Europa y nadie lo cuestiona, pero eso no puede impedir a los europeos desarrollar sus propias capacidades”. Pero lo cierto es que para muchos observadores hay unos vasos comunicantes entre el fortalecimiento de la defensa europea y el debilitamiento de la Alianza. Y el trasvase parecía ir en detrimento de la alianza transatlántica hasta que la amenaza de una agresión rusa contra Ucrania ha dado la vuelta al partido a favor de la OTAN.
De manera significativa, las siglas de la Alianza surgían prominentes el pasado martes cuando se preguntó a los asistentes a un acto del Instituto de Estudios de Seguridad de la UE (EUISS, en sus siglas en inglés) cuál era la primera palabra que les venía a la mente al pensar en la defensa de la Unión Europea. OTAN fue el término más mencionado.
La eurodiputada Nathalie Loiseau, que preside la subcomisión de Defensa del Parlamento Europeo, presente en el acto del EUISS, cree que a pesar de todo Europa debe seguir avanzando en su autonomía estratégica. “Es más que evidente que tenemos que actuar. Si no es ahora, ¿cuándo? Estamos rodeados por amenazas en nuestro vecindario, pero también en nuestro propio territorio”, señala Loiseau, miembro del partido liberal de Macron.
“Llevamos tres presidentes estadounidenses seguidos [Obama, Trump y Biden] que nos han dicho, con estilos muy diferentes, que espera más de Europa”, recuerda Loiseau. La eurodiputada señala que EE UU no puede estar “en todas partes”. “Tiene que atender sus propios intereses vitales y nosotros debemos hacer lo mismo”, añade.
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Luis Simón, director de la delegación en Bruselas del Real Instituto Elcano, coincide en que “si bien la atención estratégica de EE UU está ahora centrada en Ucrania, la tendencia en Washington es a priorizar Asia y la disuasión con China”. El analista del think tank cree que esa evolución estadounidense “incentivará a los europeos a dedicar un mayor esfuerzo en defensa, sobre todo a la hora de garantizar la seguridad de Europa y de su vecindario”.
Al mismo tiempo, añade Simón, “la crisis de Ucrania ha puesto de manifiesto la importancia de la OTAN y de EE UU para Europa, recordándonos que la arquitectura geopolítica y de seguridad europea descansa en última instancia sobre la disuasión”. E incluso si se produce un refuerzo de los europeos “lo más normal es que se canalice a través de la propia OTAN, que cuenta con una estructura de mando y control militar y una cultura de disuasión muy desarrollada. He aquí uno de los límites de la política de defensa de la UE”.
Putin ha logrado así apuntalar el futuro de la OTAN. Y que países históricamente neutrales como Finlandia o Suecia recuerden ahora su derecho a integrarse en la Alianza Atlántica. “Si Finlandia ingresa en la OTAN, la jugada ucrania le puede salir muy mal a Putin”, apuntan fuentes aliadas.
Además de la defensa frente a Rusia, Stoltenberg cree que la Alianza es el marco adecuado para hacer frente a “ataques cibernéticos y terroristas también procedentes del sur, o las consecuencias de seguridad del ascenso de China”. Y el secretario general de la OTAN subraya que su organización es el foro donde los aliados europeos “se sientan cada día, coordinándose y consultando también con EE UU en cuanto a sus relaciones bilaterales con Rusia”. Stoltenberg pone un ejemplo muy tangible: “El otro día, en la reunión del consejo de la OTAN con Rusia, éramos 30 aliados y 28 eran europeos, representando a 600 millones de europeos”.
En los últimos años —gracias o por culpa de Trump— la UE había logrado superar la resistencia de los aliados más atlantistas, que temían que la defensa europea menoscabara la Alianza. Y la impotencia de Europa en Afganistán tras la retirada de las fuerzas estadounidenses había convencido a los partidarios de una soberanía europea, como Francia, de la necesidad de seguir contando con el paraguas de la OTAN para los escenarios más peligrosos.
La convivencia de la UE con la OTAN parece, por tanto, inevitable y de largo recorrido. Loiseau acepta que “la autonomía estratégica no es para dar la espalda a la OTAN. La autonomía estratégica significar actuar con nuestros aliados siempre que sea posible, y cuando no lo sea, tener la capacidad de actuar por nuestra cuenta. La OTAN no va a ir al Sahel y si nosotros no hacemos más, tendremos graves problemas”.
La crisis ucrania afianza ese marco de entendimiento, pero con la OTAN como “hermana mayor” de la UE en materia de defensa. Ambas organizaciones negocian un acuerdo que intentará fijar este año las normas de convivencia. Pero parece claro que la nueva paz caliente ha dado munición a la Alianza Atlántica para sobrevivir muchos más años.
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