Dominique de Villepin: “Con Putin hay que combinar sanciones máximas y mano tendida para negociar” | Internacional



Hay políticos con carreras largas y variadas, pero que siempre quedarán definidos por un momento. Es el caso de Dominique de Villepin. El 14 de febrero de 2003, cuando era ministro de Exteriores de Francia con el presidente Jacques Chirac, pronunció un encendido discurso contra la inminente invasión estadounidense de Irak en el Consejo de Seguridad de la ONU. El discurso quedó en los anales de la oratoria y la diplomacia francesa.

Han pasado casi 20 años; Villepin (Rabat, 68 años) fue más tarde primer ministro, y después abandonó la política. Ahora, cuando entra en un café cerca de la Asamblea Nacional, en París, todavía mantiene el perfil de poeta aristócrata del siglo XIX. Y no ha abandonado las convicciones de entonces: el recelo ante un mundo de bloques entre democracias y regímenes autoritarios, la fe en la diplomacia para superar estas barreras, un fondo de desconfianza hacia Estados Unidos, y el rechazo a la idea de que Occidente puede impulsar cambios de régimen en el resto del mundo. También, claro, a la idea de que la invasión rusa de Ucrania y la guerra, que empezaron hace casi un mes, solo puedan terminar con la caída del presidente ruso, Vladímir Putin.

“No cometamos el error de hacer de la marcha de Vladímir Putin una condición previa a la negociación. Desde hace 20 años, hemos visto que la lógica del cambio de régimen no ha dado los resultados esperados”, dice Villepin en una entrevista concedida este lunes a EL PAÍS y los diarios de la alianza de medios europeos LENA. Y cita, para ilustrar el argumento, las fallidas guerras occidentales en Irak, Afganistán y Libia. “Ya en el siglo XIII”, continúa, “santo Tomás de Aquino decía que se podía cambiar al tirano de Siracusa, pero que el riesgo era que lo que viniese después fuese peor. Porque no es solo Putin. Hay un sistema, un pensamiento, un software, una cultura. Aquí radica todo el problema”.

No es que ahora Villepin muestre complacencia con Putin, aunque fue de los –muchos– que, antes de la invasión, la consideraba muy improbable porque, sostenía entonces, no respondía a los intereses rusos. Villepin cree que la Unión Europea, EE UU y la OTAN deben desplegar todos los esfuerzos posibles siempre que no franqueen “la línea roja” autoimpuesta de la “cobeligerancia”, es decir, de una entrada directa en guerra.

El objetivo, según el ex primer ministro, debe ser evitar una guerra larga. “Conocemos todas las consecuencias trágicas que esta tendría”, explica. Y enumera: “Un número creciente de víctimas, una amenaza de extensión territorial del conflicto o de intensificación de los ataques, un riesgo en el terreno químico, bacteriológico o nuclear”. Para evitar este escenario, aboga por sanciones más fuertes que fuercen a Putin a negociar.

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“Las reuniones de la OTAN, del G-7 y de la Unión Europea esta semana serán determinantes: son ocasiones para enviar mensajes claros a Vladímir Putin y mostrarle que no puede ganar militarmente ni dividir a europeos y americanos”, exhorta Villepin. El embargo energético a Rusia “podría obligar al Kremlin a reflexionar más rápidamente sobre una salida de la guerra”, argumenta. Y añade: “[Putin] puede sentir la tentación de redoblar la apuesta por miedo a que un fracaso signifique su caída. En la historia rusa, las derrotas militares siempre han conducido a consecuencias políticas mayores: después de la guerra de Crimea en el siglo XIX, después de la guerra ruso-japonesa, durante la Primera Guerra Mundial y después de la guerra de Afganistán en 1989. Hay que hacerle entender que redoblar la apuesta es una vía sin salida. E incluso desde su prisma belicista hay espacio para un mínimo de realismo. Esto podría conducirle a aprovechar las oportunidades salvando la cara y sin dar al pueblo ruso la sensación de haber perdido la guerra. Hay que presionar mucho para ayudar a esta evolución, a la vez con sanciones máximas y con una mano tendida para la negociación. Solo un acuerdo negociado restaurará los derechos de Ucrania y preservará la seguridad regional”.

Villepin, como tantos gobernantes y diplomáticos franceses, se reclama de la visión del general Charles de Gaulle: una Francia como potencia de equilibrio entre bloques antagónicos. De Gaulle no siempre fue gaullista en este sentido: en las crisis de los misiles y Berlín, durante la Guerra Fría, se alineó sin dudar con Occidente y contra la URSS. Pero esta visión la han reivindicado casi todos los sucesores de De Gaulle, hasta el actual, Emmanuel Macron.

Cuando Dominique de Villepin mira más allá de la guerra en Ucrania, y mira con el prisma gaullista, ve un riesgo: el enfrentamiento entre bloques antagónicos. “La clave en el periodo que se inicia es evitar el choque frontal e impedir que los términos del enfrentamiento se definan desfavorablemente para nosotros. No se trata de un conflicto entre Occidente y Oriente, y aún menos entre el Oeste y el resto, ni tampoco de un choque binario entre democracias y regímenes autoritarios, sino de dos concepciones del orden internacional: una fundada en el derecho y otra en la fuerza. Estoy convencido de que podemos unir a nosotros a muchas naciones en torno a un modelo de orden por medio del derecho”.

Para superar la lógica de los bloques ante la guerra de Ucrania, Villepin cree que los europeos, y Occidente, deben hablar con China, India, Israel o Argelia, países que, recuerda, mantienen buenas relaciones con Rusia. “No tenemos que hablar solo con nosotros mismos, convencer a nuestras opiniones públicas. ¡Hay que convencer al mundo!”, dice. “Era uno de los grandes objetivos de Francia con Jacques Chirac: evitar la confrontación, el choque entre mundos distintos, culturas o civilizaciones. Hay que deconstruir, ante estos países-pivote, el discurso de revancha de Vladímir Putin, porque algunos países del Sur podrían sentir la tentación de asumirlo como propio”.

Lo que está en juego, según el veterano político y diplomático, es lo que él llama “la reforma en profundidad del orden internacional”, y la amenaza de “un nuevo muro en el planeta”. Villepin regresa a su momento estelar, a 2003 y los prolegómenos de la ocupación de Irak por EE UU. “Entonces”, dice, “la diplomacia francesa se desplegó en todos los frentes para convencer de que el voto en el Consejo de Seguridad de la ONU no era solo a favor o en contra de Estados Unidos, sino que había otras cosas importantes, como la legitimidad de la ONU o la necesidad de evitar un frente entre Oriente y Occidente que ya se dibujaba. La crisis actual es el laboratorio del mundo en el que entramos”.

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