Tres décadas después del fin de la Guerra Fría, Europa vuelve a ser campo de batalla preeminente en una gran lucha para definir el orden mundial. Tanto Rusia como China buscan de forma cada vez más descarnada afirmar sus intereses y reducir la hegemonía occidental. El continente se ve afectado de lleno en esa lucha.
El desafío ruso es obviamente el más inmediato y dramático. Retumban en el Este los tambores de guerra con 100.000 soldados desplegados en la frontera con Ucrania, el Kremlin declarándose preparado para acciones “técnico-militares”, ciberataques a gran escala en marcha contra Kiev y agentes infiltrados en Ucrania —según denuncia Washington— listos para propiciar un casus belli. El espectro de una gran crisis energética por un potencial corte abrupto de suministros rusos completa el sombrío cuadro.
El panorama es, pues, el más inestable en mucho tiempo. Se configura como un auténtico “momento de la verdad”, usando la expresión utilizada esta semana por el enviado de Rusia ante la OSCE en una de las múltiples citas diplomáticas celebradas para desactivar la crisis. Lo es porque Moscú, que lleva años planteando sus reivindicaciones y actuando para afianzarlas, ha llevado esta vez su reto hasta un extremo inusitado, tanto en la fijación de exigencias maximalistas en términos de líneas rojas infranqueables, como por el despliegue militar sin precedentes homologables en lo que va de siglo. Y porque Occidente ha prometido una represalia sancionatoria sin parangón en épocas recientes.
Mientras, en segundo plano, aunque atenuado por la distancia, también llega a las orillas europeas el oleaje de la determinación férrea de Pekín, que plantea retos y dilemas trascendentales a los europeos, como demuestra la crisis con Lituania a cuenta del estatus de Taiwán y el boicoteo comercial de represalia emprendido por China contra todos los productos con componentes del país báltico.
El “momento de la verdad” pone a prueba muchos. Rusia, que debe decidir hasta dónde llevar su desafío. Occidente, que debe mantener unión en la respuesta, tanto negociadora, como, eventualmente, sancionatoria. La UE, que afronta la urgente reconsideración de su lugar en el mundo: ¿hasta qué punto, con esta perspectiva, buscar una autonomía estratégica, una voz propia e incluso una integración europea en Defensa? ¿O es el momento de un inequívoco cierre de filas con Washington y dentro de la OTAN? Y también Estados Unidos, que debe medir hasta donde implicarse en Europa frente a Rusia cuando su prioridad absoluta es China.
El riesgo de que la crisis se precipite es elevado. El Kremlin plantea demandas que Occidente considera inasumibles. Moscú reclama que la OTAN se comprometa a no expandirse ulteriormente hacia el Este, que sus principales aliados no desplieguen recursos militares en los países que se sumaron a la alianza después de 1997 y que EE UU no coopere militarmente con Ucrania. Sustancialmente, Putin busca mover las manecillas del reloj atrás hacia el siglo XX.
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La OTAN, aunque no tiene ninguna intención real de integrar a Ucrania hasta donde llega la mirada, considera inaceptable asumir vetos externos y que se impida a países independientes elegir libremente su política exterior. En cambio, la Alianza muestra disposición a ofrecer garantías de seguridad por la vía de negociar nuevos tratados de control de armas, después del desmoronamiento de la arquitectura de acuerdos surgida en la fase final de la Guerra Fría.
“Si realmente le importaran cuestiones de seguridad, como afirma, Putin tendría interés en negociar tratados de control de armas. Tendría sentido y Rusia podría obtener hoy mejores condiciones que en los noventa”, comenta, en conversación telefónica, Ivo Daalder, exembajador de EE UU ante la OTAN y ahora presidente del Consejo de Chicago sobre Asuntos Globales. “Pero el problema es que no es ese su objetivo. Lo que le interesa es controlar los países vecinos por razones políticas. No quiere que sean países realmente independientes, porque esto representaría una amenaza para su poder”.
Muchos en EE UU y la UE comparten la idea de que Putin no solo busca evitar un viraje hacia Occidente de países de la antigua URSS, sino también el arraigo de experiencias democráticas exitosas que muestren a la población rusa que caminos diferentes a regímenes autoritarios como el que él encabeza son posibles.
Ante divergencias tan insalvables y con amenazas poco veladas sobre la mesa, todos escrutan el horizonte oscuro tratando de divisar cuánto lloverá. El Kremlin utiliza de forma recurrente el ambiguo concepto de una respuesta “técnico-militar” si sus peticiones no son satisfechas.
Maxim Suchkov, director del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad MGIMO de Moscú, considera que la opción más creíble es una acción de carácter intermedio entre los extremos de una invasión y la inacción. “A mi juicio ‘técnico-militar’ sugiere que no se trata de una invasión. Probablemente, el primer paso sería el despliegue de nuevas armas, en Donbás, quién sabe si en Kaliningrado”, apunta telefónicamente.
Kadri Liik, investigadora del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores experta en la relación entre Rusia y Occidente, también considera improbable una invasión con todos los medios, una ofensiva de tal envergadura que conllevaría una ruptura total de las relaciones con Occidente, un aislamiento con duras sanciones, el riesgo de empantanarse en una guerra de guerrillas, para la cual Washington contempla si y cómo suministrar armamento. “No veo la lógica de ir hasta ahí. En ese punto, Rusia se quedaría muy dependiente de China, que tampoco es una opción apetecible. Tiene más lógica para ellos seguir incrementando la presión sin llegar a puntos de ruptura”, dice.
“Es un lenguaje con el que deliberadamente quieren mantener abiertas todas las opciones. Pero, claramente, hablamos de opciones ofensivas”, dice Daalder. “Esto puede ser desplegar nuevas armas, incrementar el soporte a la insurgencia en el Donbás, una acción militar para anexionar esa zona, crear una conexión terrestre con Crimea o una ofensiva ciber”, apunta.
Incluso acciones intermedias como las descritas precipitarían la crisis en un pozo de imprevisibilidad. Occidente respondería, con sanciones, posiblemente entregando armas a Ucrania y reposicionando fuerzas de la OTAN. Una espiral peligrosa, que puede salir fuera de control, con Europa como terreno de lucha y con China observando, de lejos, como aprovecharse de las turbulencias que pueda sufrir Occidente.
La visión panorámica es fundamental para descifrar la situación. De hecho, ante la pregunta de por qué Putin ha decidido esta escalada ahora en Ucrania, tanto Suchkov como Liik apuntan a la estrategia global de Washington. “Creo que la retirada de Afganistán fue un mensaje que Putin interpretó en el sentido de una Casa Blanca determinada a elegir sus batallas, a dejar las que no son esenciales. En Moscú han pensado que Biden es pragmático y que puede hablar en nombre de Oeste. Trump no sería voz de Europa”, comenta la analista. Suchkov señala que probablemente el Kremlin calcula que Washington “no quiere distracciones” en su esfuerzo ante China. Todo ello constituye un escenario favorable para obtener resultados. Una Europa centrada en el reto pandémico, también puede ser un factor propicio.
Rusia sostiene que su escalada responde a movimientos militares en el lado ucranio, por ejemplo con la entrega de armamento. Es cierto que Turquía ha suministrado drones y EEUU pequeños misiles antitanque, pero no se trata de material con capacidad desequilibrante.
En cuanto a la UE la visión panorámica, de perspectiva, apunta a que la crisis afecta de lleno sus planes en materia de autonomía estratégica. Es esta una de las grandes líneas de trabajo de la Unión, y una de las prioridades del semestre de presidencia francesa que empezó el pasado día 1. Sin embargo, en su faceta de mayor integración de Defensa —otra cosa es el plano industrial no armamentístico—, el debate se ve ahora claramente alterado por una crisis que resitúa a la OTAN en una posición de preeminencia absoluta, como baluarte central de la seguridad. Quedan lejos los tiempos en los que el presidente Emmanuel Macron la definió como una organización en estado de “muerte cerebral”.
“Después de la retirada de Afganistán, hubo un momento de oportunidad para crear un sentimiento en la UE proclive a la autonomía estratégica”, dice Daalder. “Pero esta crisis erosiona esa base. Ahora no hay dudas, todos miran a Washington, la OTAN muestra su centralidad y se evidencia cierta vacuidad de los planteamientos que abogan por una posición europea autónoma, desmarcada”, apunta.
Frente al tradicional empuje francés por un fuerte grado de autonomía en Defensa, el consenso ya se había ido orientando hacia dar pasos de integración militar europea claramente enmarcados dentro del paraguas de la OTAN. Ahora resulta probable que las actuales circunstancias reaviven las suspicacias que muchos miembros de la UE, sobre todo en el este, tienen hacia estos planes, sintiéndose más seguros en un marco como el actual, en el que la OTAN desempeña un papel superior indiscutido.
Europa es un importante campo de batalla en un mundo de equilibrios cambiantes y le conmina a prepararse y situarse. El tiempo dirá cómo y con qué grado de cohesión.
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