Amado hijo,
Hace diez años te propusiste tomar un camino hacia una vida mejor que implicaba una ruta difícil y peligrosa hacia los Estados Unidos de América, lugar que anhelabas para crecer y prosperar.
Un viernes 17 de marzo de 2011 llegaste a casa para avisarme de tu partida. Llegaste a las cuatro de la mañana , me abrazaste mientras susurrabas: ‘Mamá, me voy’. Pero no tuve aliento de levantarme. Me quedé paralizada, llorando. Apenas te di la bendición.
La preocupación me embargó, porque escuchaba en las noticias sobre la masacre de los 72 migrantes. Escuchábamos que las personas migrantes son víctimas cotidianas de los reclutamientos forzados, los secuestros y una violencia imparable que -aún hoy- tiene a México sangrando.
El día que te fuiste le faltaban dos meses a tu niña para nacer. Sé que querías un futuro para ella, también ayudarnos porque sabías que, a tu padre y mí, a veces nos ganaba el cansancio de tanto trabajar duro por muy poca remuneración.
Como todo joven de 27 años tenías grandes sueños, no te conformaste con el pequeño negocio de comida en el que vendemos las pupusas que tanto te gustaban. Tomaste la decisión de salir hacia un viaje que truncó tu vida y, con ella, mi universo entero.
Parada le cuenta a BBC Mundo desde Izalco, en El Salvador, que la idea de su hijo era llegar a Tulsa, Oklahoma, donde vivía su único hermano.
«Nosotros somos una familia de escasos recursos y él decía: ‘Voy a trabajar allá unos cuatro años y luego regreso, vengo a hacerme una casa y les ayudo a ustedes para que no tengan que trabajar, porque esto es muy duro y muy cansado», recuerda.
Del país centroamericano salió con la ayuda de un «coyote» junto a otro grupo de migrantes. Pero ya en México, la policía bajó a todos del autobús en que viajaban excepto a Carlos, quien pudo continuar su travesía solo.
Su suerte estaba a punto de cambiar.
El 27 de marzo, a 10 días de tu salida, me llamaste para decirme que estabas a punto de cruzar hacia Estados Unidos. Tu voz era distinta, hijo.
Querías que hablara, que no parara, querías escucharme. «Platíqueme más», me insistías. Yo hablaba y te contaba detalles tontos del negocio tratando de animarte, nunca pensé que sería la última vez que te escucharía.
Quienes te esperaban en Estados Unidos nos avisaron que no aparecías. Ahí comenzó la incertidumbre.
De inmediato, pusimos la denuncia en la cancillería de México en El Salvador. Llevamos tus fotografías, esas en las que apareces con la camiseta del equipo de fútbol que tanto te apasionaba. Nos dijeron que debíamos esperar.
Pero ¿cómo puede esperar una madre cuando se le ha sumergido en la angustia más inmensa por no saber la suerte de su hijo?
Parada llamaba a la cancillería constantemente en busca de noticias hasta que un día, asegura, dejaron de responderle el teléfono.
Semanas después, su hijo en EE.UU. le contó que en México había habido una masacre y que un amigo que vio la noticia en televisión creía haber reconocido a Charly entre los cadáveres.
«Como madre, mi corazón me decía que había algo de verdad… pero a la vez, no lo aceptaba. Mi hijo mayor me decía que quizá Charly estaba escondido o estaba preso. Yo no quería creer que pudiera ser verdad lo de las fosas», dice la mujer de 62 años.
Por si fuera poco sufrimiento, la familia tuvo que hacer frente a una extorsión cuando alguien les contactó pidiendo US$5.000 para liberar al joven, que aseguraban seguía vivo tras casi dos meses de desaparecido.
Cuando los extorsionadores no pudieron confirmar que Carlos tenía una marca en la espalda para demostrar que decían la verdad, el diálogo pasó a convertirse en amenazas directas a la familia.
«Decían que nos iban a descuartizar si no pagábamos y nos torturaban diciendo que partes del cuerpo de mi hijo estaban en no sé qué lugar de México. Todo eso me llevó al colapso y a caer, porque definitivamente era insoportable», cuenta Parada.
Un año y 9 meses, después de una agónica espera que parecía no tener fin, nos buscaron de la Fiscalía de El Salvador. Nos informaron que entre los restos encontrados en las fosas clandestinas halladas en San Fernando, Tamaulipas, estabas tú, mi Charly.
Me llamaron de la cancillería mexicana para que diera el consentimiento para que te cremaran. ¿Cómo iba a aceptar eso, Charly? Era como si mataran por segunda vez.
Sin miramientos, me dijeron que -si no firmaba- México realizaría la cremación de todos modos por cuestiones sanitarias. Nunca se me olvidará aquello, fue como si me dijeran que tu cuerpo contaminaba a México.
Pero sabes, hijo, aprendí a exigir. Al principio no paraba de llorar, pero aprendí a hablar con lágrimas en mis ojos. Aprendí a pelear por ti.
El caso lo tomó la Fundación para la Justicia y el Estado Democrático de Derecho y comenzamos a interponer amparos para detener tu cremación.
Lejos de conseguir algo de paz por descubrir el paradero de su hijo casi dos años después, para la mujer comenzó una agotadora lucha legal para evitar la cremación de Carlos en México y poder enterrarlo en El Salvador.
«Me decían que iban a quemar los restos porque era insalubre», recuerda la madre. «Esas palabras se me quedaron plenamente, como si él fuera un animal y contaminara el ambiente. Eso es la gota que rebasó el vaso».
Tras emprender el proceso legal de amparos, le comunicaron que la identificación de Charly había sido un error, algo que ella sospecha que estuvo relacionado con su negativa a aceptar la cremación.
Seis meses después, la versión cambió de nuevo y confirmaron que era su hijo.
Finalmente, el cuerpo de Carlos aterrizó en El Salvador en febrero de 2015. Habían pasado casi cuatro años desde que desapareció y más de dos desde que le informaron que era uno de los cuerpos en las fosas de San Fernando.
«Lo enterramos aquí en nuestro municipio. Ahora cuando es su cumpleaños, le voy a dejar una flor. Siento un poco de tranquilidad», cuenta Parada.
No te miento, hijo. He colapsado muchas veces incluso pensando que, sin ti, mi vida no tiene sentido.
Estuve internada en un psiquiátrico y aún me estoy recuperando. Pero COFAMIDE (Comité de Familiares de Migrantes Fallecidos y Desaparecidos de El Salvador) y la Fundación para la Justicia me apoyaron a pelear.
Me ayudaron a seguir de pie y a entender que mi dolor era compartido.
Los primeros meses tras la desaparición de Carlos fueron tan duros que su madre pensó en quitarse la vida.
Asegura que la frustración de no saber nada de su hijo le llevaba a no querer vivir, a no importarle el resto de su familia.
«Pensar que yo estaba acostada arropada y mi hijo quizá aguantando frio… o que yo estaba comiendo y mi hijo aguantando hambre. Todas esas cosas venían a mi mente y era muy, muy duro».
Pero es aquel momento en que le dijeron que la identificación de su hijo había sido un error el que recuerda como «uno de los más crueles y torturadores» y como una de las causas definitivas para el deterioro de su salud mental.
«Pasé dos años con ayuda psicológica, pero de ahí me mandaron directamente al psiquiátrico porque mi estado era terrible. Me hallaron al borde de la locura. Había rebajado unas 30 libras (13 kilos) y era un esqueleto caminando», dice.
Mi amado Charly, ya son diez años buscando verdad y justicia por ti y -por quienes como tú- fueron víctimas de una violencia imparable que ha sepultado la dignidad humana en las miles de fosas clandestinas que yacen bajo México.
Quiero que sepas hijo que en diez años hemos seguido tocando la puerta de las autoridades mexicanas, sin respuestas sobre lo que te ocurrió y quiénes deben responder ante la justicia por arrebatarnos tu sonrisa.
La Fundación para la Justicia y el Estado Democrático de Derecho (FJEDD), que apoya directamente a los familiares de las víctimas, corrobora el calvario legal sufrido en todos estos años.
El organismo critica decisiones de las autoridades como la de fraccionar la investigación y la ubicación de los restos mortales (120 cuerpos fueron trasladados a Ciudad de México y el resto se quedaron en Tamaulipas), así como las «irregularidades» en la entrega de algunos cuerpos.
«Algunos familiares recibían restos sin información del proceso de identificación. Algunos eran restos cremados, algo contrario a las leyes penales y administrativas porque el cuerpo es una evidencia que no puede ser cremada», le dice a BBC Mundo la directora de la FJEDD, Ana Lorena Delgadillo.
La organización también denuncia el «camino tortuoso» que fue acceder a las copias de los expedientes y saber qué estaba haciendo el Estado en este caso, gracias una resolución de la Suprema Corte de Justicia que llegó nada menos que siete años después de la petición inicial de información.
Pero para la FJEDD -que aboga por la creación de una comisión especial para investigar esta y otras masacres con el apoyo de Naciones Unidas y Amnistía Internacional-, la impunidad que rodea estos casos es sin duda el factor más grave al no haberse impuesto condenas a los responsables.
«Sabemos que hay cerca de 74 personas procesadas como integrantes del crimen organizado, pero no tenemos noticia si es por los homicidios o por otros hechos relacionados», explica Delgadillo.
«Además, la Fiscalía señaló en su tiempo que había 17 policías detenidos por los hechos, pero nosotros no encontramos ninguna información hasta este momento en el expediente que nos hable de que hay un solo policía detenido. Esto nos parece grave», añade.
BBC Mundo contactó con la Fiscalía General de la República mexicana para obtener más información sobre este caso, pero hasta la publicación de este artículo no obtuvo repuesta.
No sé de qué manera vencer este muro de injusticia.
Recién el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, dijo que las familias de las víctimas de las masacres no hemos luchado lo suficiente. Pero el presidente parece olvidar que, durante una década, la impunidad te ha matado una y otra vez, así como nos ha despojado de la alegría por la vida.
Pero quiero que sepas, hijo, que te amaré siempre y que tu recuerdo lo llevo en mi corazón. Trato de encontrarte entre los jóvenes, sin embargo, no te descubro. Veo las caritas de niños y vuela mi mente recordando cuando estabas pequeño.
Si voy a perder un día la memoria, de ti nunca. El día de mi muerte espero verte, es mi esperanza.
Tu madre,
Bertila Parada
Posdata: Sigo preparando las pupusas que tanto te gustaban, 10 anos después.
Parada pide a las autoridades acabar con la impunidad de los responsables de las masacres de migrantes ocurridas en los últimos años en México.
Parada reconoce que, tras diez años, a veces pierde la fe de que los responsables de la muerte de su hijo sean algún día condenados y que, cuando ve fotos de Carlos, no puede mirarle de frente.
«Le digo que no he hecho nada, que no he conseguido justicia por su muerte. No se ha avanzado nada en este tiempo y me siento impotente. Pero luego digo que no está en mis manos, que son las autoridades».
Al gobierno mexicano le pide que «trabaje e investigue de verdad» por acabar con la impunidad en estas masacres y por «limpiar las autoridades» en las que está infiltrado el crimen organizado.
«¿Por qué continúa habiendo masacres? Porque no hay castigados, no hay nada. Si a un niño caprichoso le dejan hacer todo desde chiquito, cuando llega a grande va a ser igual o peor. Así está México, donde a los cárteles les han dejado secuestra y matar. No hay presión del gobierno para parar todo esto», opina.
Y en plena crisis migratoria en la que miles de centroamericanos están volviendo a intentar este año hacer la arriesgada ruta por llegar a EE.UU., la mujer tiene un mensaje para ellos.
«Mejor que se queden en su país, que no lo intenten, porque muchos como mi hijo intentaron llegar cruzando México con todos sus sueños… y México es una tumba. México es un robasueños», lamenta.
«¿Cuántos hijos y madres acá en El Salvador, Honduras o Guatemala, se quedaron esperando que su papá les mandara (dinero) para comprarles un estreno, una ropita, un par de zapatos o para pagar la colegiatura», pregunta.
«Por eso digo que se robó el sueño de los centroamericanos. Se han robado la alegría de cada uno de la familia. Sí, (los familiares de las víctimas) seguimos y andamos caminando, pero prácticamente andamos como muertos en vida».
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