¿Recuerdan a Dick Cheney? Todopoderoso vicepresidente del Gobierno de George W. Bush (2001-2009), llevaba con orgullo el sobrenombre de Darth Vader. Fue el ideólogo de la guerra de Irak, promovió del campo de detención de Guantánamo tras el 11-S, la tortura en los interrogatorios y la idea de que el fin justifica los medios. Desde el timón del gigante de servicios petroleros Halliburton, que tan buen negocio hizo en Oriente Próximo, se convirtió en un atleta de la puerta giratoria. Cuando el actor Christian Bale recogió el Globo de Oro como mejor actor por su encarnación en la película Vice, dio las “gracias a Satán” por inspirarle. Halcón de halcones, veterano de las eras de Nixon, Ford y Bush padre, Cheney es uno de los grandes villanos de la izquierda de Estados Unidos.
O era. Porque el pasado jueves, en los actos celebrados con motivo del primer aniversario del asalto al Capitolio, fue saludado con calidez por una ristra de legisladores demócratas y objeto de reconocimiento por parte de la líder de todos ellos, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi. El viejo Cheney y su hija, la congresista Liz Cheney, defenestrada por su oposición a Donald Trump, eran los únicos republicanos presentes en el minuto de silencio convocado en el Congreso. La mayor parte de miembros del partido se había apeado de las ceremonias, unos alegando un problema de agenda, otros denunciando el uso partidista de la tragedia vivida un año atrás.
“Este tipo de líderes no recuerda a ninguno de los colegas que yo conocí cuando estuve aquí durante 10 años”, dijo el exvicepresidente Cheney, de 80 años, a los medios. “Me siento profundamente decepcionado por el hecho de que muchos miembros del partido no reconozcan la grave naturaleza de los ataques del 6 de enero y la amenaza aún existente sobre nuestra nación”, señaló después en un comunicado. Nancy Pelosi destacó lo “honrados” que estaban de tenerle allí ese día y le felicitó por su “coraje”.
Corren tiempos muy particulares en Washington. Hace un año una turba de manifestantes arengados por Trump asaltó el Capitolio con el fin de torpedear la certificación de la victoria electoral de Joe Biden y otrora bestias negras de los demócratas, como los Cheney, el expresidente George W. Bush o el senador Mitt Romney se han convertido en la última línea de defensa republicana ante el trumpismo.
Pocas aliadas tan inesperadas como Liz Cheney, miembro insigne del ala conservadora del partido, que rechaza el aborto, ha considerado que la técnica de ahogamientos (waterborading) en los interrogatorios no constituye tortura y, en su día, se negó a denunciar a los promotores del bulo de que Barack Obama no había nacido en Estados Unidos. Una década después de aquello, sin embargo, la congresista sí se plantó ante la campaña de infundios de fraude electoral por parte de Donald Trump, rechazó públicamente las mentiras de su líder, votó a favor de condenarlo en el juicio de impeachment por incitar a la insurrección y hoy es una de los dos únicos republicanos que forman parte del Comité de Investigación del 6 de enero.
Cheney, de 55 años, ha caído en el ostracismo. Representante única por Wyoming en la Cámara baja desde 2017, era una de las tres líderes de la bancada republicana, pero sus compañeros de partido la destituyeron el pasado mayo tras abuchearla por lo que consideran una traición. En un artículo en The Washington Post trató de defenderse: “Soy una republicana conservadora y el más conservador de los valores conservadores es el respeto reverencial a la ley”. No convenció y en las legislativas de 2022 ya le esperan adversarios internos que le disputen la candidatura para renovar su escaño.
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El jueves, declaró que la espantada de los republicanos a los actos de recuerdo del ataque al Capitolio, en el que murieron cinco personas, supone “un reflejo de dónde está el partido”. Está a la sombra del culto a Donald Trump y el miedo a perder el escaño. Ella no se encuentra ahí, pero tampoco donde antaño. El pasado septiembre dio la campanada al anunciar su apoyo al matrimonio entre personas del mismo sexo tras años de repudio, un repudio especialmente desgarrador para la familia, pues su hermana, Mary, lesbiana, estaba casada y aquellas declaraciones causaron un cisma. “Estaba equivocada”, dijo la congresista en una entrevista en el programa 60 minutes, de la cadena CBS, “quiero mucho a mi hermana, quiero a su familia y yo estaba equivocada”.
El congresista demócrata Vicente González, que entró en el Capitolio en el mismo año que Cheney, calificó a esta y al congresista Adam Kinzinger —el otro verso suelto republicano que participa en el Comité de investigación del 6 de enero— de “héroes”. “Políticamente no tengo mucho que ver con ellos”, dijo el texano a este periódico, “pero les tengo un gran respeto por haber hecho lo correcto, creo que la historia los va a recordar como héroes por haber trazado la línea de lo admisible”.
Desde la llegada de Trump al poder, el pulso entre adversarios políticos ha desbordado lo ideológico y Washington ha visto saltar por los aires el propio tablero, las reglas del juego. La conversación va más allá de qué hacer con los impuestos, qué política militar aplicar o si es constitucional o no obligar a vacunarse de covid a un empleado federal; ahora se habla de si se puede o no anular el resultado de unas elecciones presidenciales a partir de acusaciones infundadas de fraude.
Ese nuevo orden ha servido para reconciliar a muchos demócratas con un presidente como Bush hijo, detestado por la izquierda por motivos similares a los de Cheney, pero que se divorció de Trump desde las mismas elecciones de 2016, fue un ejemplo de traspaso caballeroso del poder con su predecesor demócrata, Barack Obama, y mantiene una tierna y pública amistad con Michelle Obama, una de las mujeres más populares de Estados Unidos. En abril de 2017, en los primeros compases de la era de Trump en la Casa Blanca, Pelosi dijo: “¿Alguna vez pensamos que iba a llegar el día en que dijéramos: ‘Por favor, devolvednos a George W. Bush?’. Con él pudimos trabajar de veras”.
A ojos de la oposición, pocos gobernantes parecen tan buenos estadistas como los que ya se han retirado. También Bill Clinton recibió parabienes de republicanos como Paul Ryan o incluso el presentador de Fox Sean Hannity, uno de los más ultras de la cadena, en oposición a Obama.
Hay algo diferente, sin embargo, en este tiempo político. Al final de su vida, el republicano John McCain (fallecido en 2018) despertó una verdadera ola de entusiasmo entre los demócratas. Muchos recordaban cómo, cuando fue rival republicano de Obama en las presidenciales, salió en defensa del demócrata ante los infundios personales y defendió que, pese a las diferencias políticas, era un hombre de honor. En estos años de desgarro político, viejos adversarios despiertan nostalgia entre los demócratas de Washington. Tiene que ver con comparaciones odiosas, con el rumbo que ha tomado el partido de Abraham Lincoln, con ese refrán que dice “otros vendrán que bueno me harán”, puede que incluso a ‘Darth Vader’, o a un Cheney.
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