La OTAN está alarmada ante la posibilidad de que Rusia invada Ucrania. No cree que el presidente ruso, Vladímir Putin, vaya de farol con sus amenazas, según se desprende de las declaraciones que ha hecho este viernes el secretario general de la Alianza Atlántica, Jens Stoltenberg: “La concentración militar de Rusia continúa alrededor de Ucrania y va acompañada de un discurso amenazador de Moscú si sus demandas no son aceptadas. Sin embargo, son inaceptables y el riesgo de un nuevo conflicto es real”.
Después de más de dos años sin celebrarse, el próximo miércoles se reunirá el consejo OTAN-Rusia. En el orden del día y de forma destacada está la tensión creciente en la frontera entre Rusia y Ucrania, donde el Kremlin ha enviado más de 100.000 soldados en los últimos meses. El movimiento ha desatado una presión creciente sobre Moscú desde diversos puntos que, por ahora, no se concreta. Se queda en el grandilocuente “enormes sanciones” que lanzó el Consejo Europeo a finales de diciembre y en las “sanciones económicas, financieras y políticas” que pronunció Stoltenberg tras la reunión mantenida este viernes con los ministros de Exteriores de los 30 países aliados que componen la OTAN y con los que preparó el encuentro del 12 de enero.
“Ucrania no es un aliado, pero es un socio valioso”, señaló el secretario general. Esta frase justifica hasta dónde están dispuestos a llegar los aliados y dónde están sus límites en la ayuda a Kiev. Al no ser miembro de La Alianza, si finalmente se produce la agresión bélica, no habrá respuesta militar por parte de los Estados miembros de la OTAN, ya que esta respuesta solidaria se reserva para los integrantes de la organización. No obstante, sí que habrá “apoyo político y práctico”, advirtió Stoltenberg, apuntando que esto se traduce en el envío de material y suministros, llegado el caso.
El conflicto entre Rusia y Ucrania explotó en 2014, cuando las protestas ciudadanas, que tienen como símbolo la plaza del Maidán en Kiev, forzaron al Gobierno prorruso de Víctor Yanukóvich a acercarse a la Unión Europea. Esto bastó y acabó con la caída de ese Ejecutivo. Putin reaccionó ordenando la invasión de Crimea y, además, estalló una guerra en las regiones más al este de Ucrania, donde hay una mayoría de población prorrusa. Desde entonces la región del Donbás vive en una tensa calma con continuas violaciones del alto el fuego. En los últimos meses, la tensión se ha disparado con los movimientos de tropas puestos en marcha por el Kremlin.
Que Rusia acuda a la convocatoria del Consejo tras todo este tiempo y en estas circunstancias es “un signo positivo”, admitió Stoltenberg. Aunque no es suficiente, al acabar la reunión telemática, la responsable del Foreign Office británico, Liz Truss se mostró exigente en Twitter: “El Gobierno ruso debe proceder a la desescalada, seguir por vías diplomáticas y respetar los compromisos adquiridos sobre transparencia en las maniobras militares”.
The UK 🇬🇧 and our @NATO allies discussed our united approach to counter Russia’s aggression and disinformation.
Read my statement following today’s NATO Foreign Ministers’ Meeting 👇 pic.twitter.com/0jlD9iMv16
— Liz Truss (@trussliz) January 7, 2022
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La reunión del miércoles no es la única cita importante sobre el conflicto que se cierne sobre el este de Europa. Dos días antes, el lunes, delegaciones de Estados Unidos y Rusia se verán las caras en Ginebra. En principio hablarán sobre el control de armas, pero también es probable que esté sobre la mesa este foco de conflicto. No obstante, esa conversación tiene en este punto en concreto un límite: el compromiso que habría asumido Washington con sus socios europeos de no negociar una solución a este problema sin contar con ellos.
“Una negociación sobre la seguridad en Europa no se mantendrá sin los europeos en la mesa”, remachó Stoltenberg, en línea con lo que han venido reclamando estos días otros mandatarios europeos como el alto representante para la Política Exterior de la Unión Europea, Josep Borrell, o el presidente francés, Emmanuel Macron. Con esta advertencia, Bruselas, también el resto de capitales europeas que no sean Moscú o los países que caen bajo su influencia, tratan de ahuyentar la pretensión de Putin de resucitar la política exterior que siguió a la Segunda Guerra Mundial, en la que dos grandes potencias se repartían sus respectivas esferas de influencia en Europa.
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