El 27 de febrero, rodeado de los altos cargos de Defensa, el presidente ruso, Vladímir Putin, ordenó poner las fuerzas nucleares del país en régimen de alerta elevada y, de esa forma, añadió a la guerra contra Ucrania, ya catastrófica e indefendible, la peligrosa e innecesaria posibilidad de que se utilicen armas nucleares en un conflicto por primera vez desde 1945.
“No solo los países occidentales están tomando medidas económicas hostiles contra nuestro país, sino que los líderes de los principales países de la OTAN están haciendo declaraciones agresivas sobre nosotros”, dijo Putin. “Por consiguiente, ordeno situar las fuerzas de disuasión de Rusia en un régimen especial de servicio de combate”.
La decisión no fue totalmente sorpresa, dado que, tres días antes, Putin había amenazado a cualquiera que intentara “interponerse” en su camino “o, peor aún, crear amenazas contra” su país y pueblo con que habría unas consecuencias como jamás se han visto en toda la historia. Todavía no está clara del todo su intención exacta, pero es probable que, al menos en parte, quiera disuadir a Estados Unidos y a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) de cualquier injerencia militar en favor de Kiev.
Al ordenar elevar el nivel de alerta de las fuerzas nucleares rusas, Putin ha intensificado drásticamente su peligrosa guerra premeditada contra Ucrania —puesto que aumentan las posibilidades de cometer un error de cálculo y desencadenar de manera voluntaria o involuntaria una escalada que podría llegar a ser nuclear— y ha demostrado que las armas nucleares no impiden que los Estados que las poseen inicien guerras importantes.
En esencia, con su amenaza de utilizar armas nucleares, Putin ha querido rodear la invasión de Ucrania de un escudo que espera que le proteja contra cualquier entidad que se atreva a desafiarle.
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Además, el presidente ruso ha echado por tierra los avances logrados y posibles en materia de no proliferación y desarme nuclear, quizá para muchos años, al hacer caso omiso de las opciones diplomáticas disponibles y emprender un ataque militar mortífero contra millones de civiles inocentes en el Estado soberano de Ucrania.
En diciembre, Moscú envió a Estados Unidos y a la OTAN una propuesta sobre garantías de seguridad que incluía varias condiciones inaceptables, como la prohibición de que Ucrania entrara en la OTAN.
Aun así, la propuesta rusa y las contrapropuestas de EE UU y la OTAN, que se transmitieron a finales de enero, tenían algunas coincidencias, lo que demuestra que hay margen de negociación para resolver los problemas mutuos de seguridad. Las áreas más prometedoras son las relacionadas con la elaboración de un nuevo acuerdo similar al desaparecido Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, en sus siglas en inglés) de 1987, la negociación sobre un tratado para sustituir al Nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (New START) de 2010, que expira en febrero de 2026, un acuerdo para reducir las grandes maniobras militares y el establecimiento de medidas de reducción de riesgos y transparencia, como por ejemplo las líneas telefónicas directas.
Sin embargo, con la invasión de Ucrania, Putin ha hecho imposible cualquier otro avance en el control de armas y la reducción de riesgos, al menos por el momento.
Afortunadamente, Estados Unidos y la OTAN no han respondido al cambio de estatus de las fuerzas nucleares rusas con medidas similares. De ahora en adelante, los dirigentes de Moscú, Washington y Europa tienen que ser cautelosos y evitar nuevos despliegues militares desestabilizadores, enfrentamientos peligrosos entre fuerzas rusas y de la OTAN y la incorporación de nuevos tipos de armas convencionales o nucleares.
Además, aunque el régimen de Putin debe sufrir y sufrirá el aislamiento internacional impuesto de manera conjunta, firme y unida, los líderes de Estados Unidos y Rusia deberían, a su debido tiempo, tratar de reanudar las negociaciones sobre el control de armas mediante el Diálogo Bilateral de Estabilidad Estratégica ya iniciado, a fin de evitar tensiones aún mayores entre la OTAN y Rusia y garantizar que el último tratado que queda para contener a los dos mayores Estados con armas nucleares no decaiga dentro de cuatro años sin tener preparado un sustituto.
Al fin y al cabo, si los límites actuales a los arsenales nucleares estratégicos de Estados Unidos y Rusia desaparecen sin que se hayan preparado nuevos controles de armas y de reducción de riesgos, el próximo enfrentamiento en el que participen Estados con armas nucleares será todavía más peligroso.
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