Artem Seredechni no sabe nada de su novia ni de sus amigos de Mariupol desde el 2 de marzo. En la ciudad, asediada por las tropas de Vladímir Putin, hay muchas zonas sin electricidad y sin acceso a las telecomunicaciones, y no ha logrado contactar con ellos. Ahora, con Mariupol sin calefacción, sin apenas agua potable, alimentos ni fármacos, Seredechni, de 20 años, teme por sus vidas. “Estoy tratando de localizar a personas que viven cerca de ellos para que al menos me digan si su casa está intacta. Incluso estaría dispuesto a pagar lo que sea”, dice el joven, que dejó la ciudad con un grupo de evacuación de su Universidad hacia el centro del país poco después de que Putin ordenase la invasión.
El cerco ruso a Mariupol, una importante localidad portuaria del mar de Azov, se intensifica. Los combates alrededor de la ciudad, rodeada por las fuerzas de Putin, se están volviendo cada vez más intensos mientras decenas de miles de personas están atrapadas sin poder escapar de los bombardeos y de una situación que las organizaciones internacionales médicas sobre el terreno consideran desastrosa.
El brutal ataque a un hospital materno-infantil el miércoles —en el que murieron tres personas, entre ellas una niña, y otras 17, entre pacientes y sanitarios, resultaron heridos— ha puesto el foco sobre una situación crítica. Pero ni siquiera esa catástrofe ha logrado desencallar la vía para establecer corredores humanitarios que permitan evacuar la ciudad. El fuego de artillería y mortero continúa hostigando la urbe, y este jueves no ha habido ninguna vía segura para salir de Mariupol, según ha denunciado la viceprimera ministra ucrania, Iryna Vereshchuk.
Mariupol, de 400.000 habitantes, en la región de Donetsk, es una pieza muy cotizada por el Kremlin desde hace años. El control de esa ciudad es una de las claves de la invasión emprendida el 24 de febrero por las fuerzas de Putin; su localización permitiría a Moscú una mejor logística de suministros y refuerzos al Ejército ruso más al oeste. También les facilitaría una operación para hacer una pinza con la que rodear a las fuerzas ucranias alrededor del Donbás.
Pero, sobre todo, allanaría el camino para completar un corredor, un puente terrestre desde la península ucrania de Crimea, que Moscú se anexionó ilegalmente en 2014, hasta los territorios de Donetsk y Lugansk controlados por el Kremlin a través de los separatistas prorrusos, a los que sustenta desde hace ocho años y que son la base del argumentario de lo que Putin ha llamado “operación militar especial” para “desnazificar” Ucrania y proteger a la población del Donbás, el área donde está también la asediada Mariupol. Allí, las autoridades locales han recogido más de 1.200 cadáveres de las calles en los últimos 15 días, según el teniente de alcalde, Sergi Orlov. La crisis y los bombardeos constantes ni siquiera han permitido que los cuerpos sean trasladados a los cementerios a las afueras de la ciudad y al menos 47 han tenido que ser sepultados en una fosa común; algunos “sin identificar” ha dicho Orlov.
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Ese corredor terrestre que ansía Rusia no es una idea nueva, sino una aspiración de larga data del Gobierno. Se remonta por lo menos a la anexión rusa de Crimea —no reconocida por la comunidad internacional—, cuando los separatistas prorrusos apoyados por Moscú declararon las autodenominadas “repúblicas populares” de Donetsk y Lugansk y empezó la guerra en el Donbás. La intención de trazar esa vía ha sido uno de los escenarios que apuntaban los analistas y observadores del Kremlin ya cuando Rusia empezó a acumular tropas a lo largo de las fronteras con Ucrania en noviembre.
Ahora que Moscú ha capturado y ocupado la ciudad de Berdyansk, —también en el mar de Azov— ese corredor terrestre aseguraría a la estratégica península de Crimea el suministro de agua dulce, algo que ha renqueado desde la anexión, ya que el Gobierno de Kiev aún controla el canal de la era soviética que la suministraba.
La captura de Mariupol, que vio grandes combates al inicio de la guerra del Donbás y estuvo bajo control de los secesionistas apoyados por el Kremlin durante un mes antes de que el Gobierno ucranio la recuperara, daría además el control al Kremlin del puerto más grande del mar de Azov, con embarcaderos profundos y adecuados para el transporte marítimo. Eso mejoraría la capacidad de Moscú y el rendimiento logístico entre Rusia, Donbás y Crimea.
Con la estratégica península convertida en una fortaleza militar desde hace años, las fuerzas de Putin la han estado empleando como lanzadera para la invasión y ha sido clave para hacerse con la ciudad portuaria de Jersón, en el flanco izquierdo de Crimea, en el mar Negro. Capturar Mariupol ayudaría, además, al Ejército de Putin a solidificar la ofensiva en el flanco sur, donde más avances están logrando. También les facilitaría lanzar una operación contra Odesa, la perla del mar Negro y una ciudad de importancia no solo estratégica para el Kremlin, sino también histórica y cultural, por su papel en el imaginario imperial de lo que fue ‘Novorossiya’, algo que los nacionalistas rusos quieren revivir. Que Rusia se haga con el control de las costas del mar de Azov sería una catástrofe para Ucrania, y daría a Putin una victoria que podría vender en casa. Pero perder el control de todas sus costas, también las del mar Negro —donde además tienen aguas tres países de la OTAN: Turquía, Bulgaria y Rumania— sería una hecatombe económica, logística y de seguridad para Kiev.
El durísimo asedio a Mariupol, con tácticas de bombardeos masivos, abrumadores e indiscriminados que Putin ya usó en las guerras de Siria y Chechenia es, además, un augurio terrible para otras ciudades ucranias como Járkov, Kiev o Chernihiv. Las tropas rusas ya están asediando duramente esta última localidad, en el norte de Ucrania y en el camino entre Bielorrusia y Kiev. Allí, los repetidos bombardeos contra la infraestructura crítica están llevando a sus 300.000 habitantes a una situación desastrosa, según el alcalde, Vladislav Atroshenko. La ciudad ya no está conectada a la red eléctrica, algunas zonas carecen agua potable y los suministros de gas pueden agotarse en 24 horas, según el alcalde.
En Mariupol, hace días que las tiendas están saqueadas, según ha relatado Sasha Volkov, empleado de la Cruz Roja Internacional. Cada vez hay más enfermos por el frío. Artem Seredechni sigue las noticias al minuto, temblando de impaciencia para que se acuerde un corredor humanitario para que los más de 200.000 civiles que, según las autoridades locales, están atrapados en una situación desesperada, puedan salir. “La gente usa la nieve para obtener agua y cocinan lo que pueden y como pueden en fogatas al aire libre. Esto es el siglo XXI, no están cubiertas las necesidades humanas más básicas: seguridad, tranquilidad y recursos que permiten llevar una vida normal”, se lamenta.
El ataque al hospital materno-infantil de Mariupol —que Rusia ha justificado alegando, sin pruebas, que se usaba como base para una milicia radical— ha desatado la condena internacional. El presidente ucranio, Volodímir Zelenski, ha acusado al Kremlin de nuevo de cometer “crímenes de guerra”. El jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, lo ha definido como un “crimen atroz”. El ataque aéreo al centro sanitario de la ciudad portuaria es el tercero a un hospital materno-infantil desde que empezó la invasión, según la ONU.
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