Rusia y Ucrania: La ciudad de Zelenski resiste al invasor ruso | Internacional


Latas de tomate y de pepinillos en conserva caseros, verdura en salazón, paquetes de pasta, pañales, productos sanitarios. Los sótanos de la sede municipal de Ingulets, en la ciudad Krivói Rog, parecen un mercadillo. Allí, entre los fardos de ropa donada, dos voluntarias se afanan por ordenar las provisiones. La urbe, de 630.000 habitantes, se prepara para enfrentar y resistir al invasor ruso. Las tropas enviadas por Vladímir Putin intensifican su campaña de bombardeos y avanzan por el flanco sur y por el este. Y Krivói Rog es un bocado apetitoso y disputado. La ciudad (en el centro-sur del país) es un cinturón siderúrgico clave para Ucrania. También es donde nació Volodímir Zelenski, hace 45 años, en un gran edificio de arquitectura brutalista conocido como El Hormiguero, y donde empezó su camino como actor con sus mejores amigos de la adolescencia, que le acompañan hasta hoy, cuando el foco mundial le observa como el líder de un país en guerra.

“Esta es la ciudad natal del presidente de Ucrania”, remarca Serguéi Zherebylo, jefe del distrito de Ingulets, el más meridional de Krivói Rog. “Si los rusos vienen les prometemos que este será su Stalingrado”, asegura con gesto serio en la sala de juntas de la sede municipal ante un gran mapa de la ciudad, de las más extensas (en longitud) de Europa, con 126 kilómetros de largo. La batalla de Stalingrado (hoy Volgogrado), la más sangrienta de la Segunda Guerra Mundial, que terminó con la derrota de las tropas de la Alemania nazi y sus aliados contra el Ejército rojo de la Unión Soviética, supuso un punto clave y de inflexión para las fuerzas invasoras nazis, que nunca se recuperaron.

Y como lo fue Stalingrado, Krivói Rog es un importante centro industrial —con plantas metalúrgicas y de minería de hierro y que acoge compañías como Arcelor Mittal— y de transporte, que proporciona a quien controle el área no solo acceso a esas industrias estratégicas, sino también un buen corredor de paso al río Dniéper. “Putin esperaba una guerra relámpago, un paseo rápido. Pero en todas partes encuentra una residencia feroz del ejército y de la población local”, remata Zherebylo.

La resistencia, sin embargo, no apaga el miedo, opina Galina Kivshek, que trabaja en los juzgados de la ciudad, y que explica que en los últimos días, las sirenas que alertan de posibles ataques aéreos se han multiplicado. La mujer cuenta que apenas duerme desde que hace ocho días el presidente ruso, Vladímir Putin, lanzó la invasión sobre Ucrania, que argumentó como necesaria para “desnazificar” el país y proteger a la población rusoparlante —sobre todo en la región del Donbás—. “No entiendo de qué nos tiene que proteger, no permitiremos que nos ocupe”, afirma.

A principios de semana, a medida que endurecían los ataques y avanzaban por el flanco meridional para controlar el acceso al mar Negro y el mar de Azov, las tropas del Kremlin lanzaron una misión de reconocimiento sobre Krivói Rog. Lo hicieron desde el sur, donde Rusia ha reforzado su asedio contra ciudades como Mikolaiv y Mariupol, y controla gran parte de la estratégica ciudad de Jersón, gracias a la lanzadera que le proporciona la península ucrania de Crimea, que Moscú se anexionó ilegalmente en 2014, y que hace años había convertido ya en una fortaleza militar.

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La columna de reconocimiento rusa fue repelida y eliminada por la guardia nacional ucrania a un centenar de kilómetros de la ciudad del presidente Zelenski, asegura Aleksei Burnos, miembro de las Fuerzas de Defensa Territorial. “Krivói Rog está preparada para ser una espina en el culo”, dice Burnos, de 45 años, que patrulla junto a su compañero Román por una de las plazas de la ciudad, casi desierta un día muy frío y gris. “Si vienen los rusos quedarán atrapados aquí. Esta ciudad, tan larga y con un área industrial complicada, es muy difícil para operaciones ofensivas”, explica.

Voluntarios de una universidad tejen una red para los militares en Krivói Rog, la ciudad del presidente Zelenski.
Voluntarios de una universidad tejen una red para los militares en Krivói Rog, la ciudad del presidente Zelenski. M. R. S.

Los servicios de inteligencia ucranios y estadounidenses creen, sin embargo, que en los asedios, Rusia se ayuda de grupos de saboteadores infiltrados. Y que aún tiene comandos dormidos de paramilitares listos para actuar si se les da la señal, con el objetivo de capturar a la cúpula de los Gobiernos locales. En Krivói Rog, explica el juez Oleksiy Nesterenko, no ha habido ningún arresto por delitos de este tipo, que pueden acarrear hasta cadena perpetua. El juez Nesterenko afirma que Ucrania avanza segura en su paso hacia una democracia más consolidada, con elecciones libres y con una justicia que se está reformando para mejorar, y que eso es algo que el Kremlin no puede tolerar.

Tras la andanada fallida de hace dos días contra Krivói Rog, algunos observadores temen que Putin aplique contra la ciudad de Zelenski la misma táctica que está utilizando contra el corazón de otras ciudades ucranias, desde Kiev a Járkov, donde ha bombardeado infraestructuras civiles y zonas residenciales para atemorizar a la población, forzarla a huir y obtener ese paseo rápido que facilitaría la ocupación. Un millón de personas han salido ya de Ucrania obligadas por la guerra de Putin. Y hay miles de desplazados internos.

Niños, familias, parejas. Y universidades, como la de Asuntos Internos de Donetsk, en la ciudad de Mariupol, bajo un duro asedio de las fuerzas de Putin, evacuada en su mayoría al Instituto de Investigación y Educación de Krivói Rog. Para la Universidad, como para Lubov Kniasekova, de 57 años, profesora de Derecho Constitucional, es la segunda evacuación. El centro educativo se instauró originalmente en la ciudad de Donetsk, en el este de Ucrania, desde 2014 bajo control de los separatistas prorrusos apoyados por el Kremlin. “Es muy duro tener que volver a empacar todas las cosas, a dejar mi casa, las aulas, a pensar en qué pasará mañana, pero resistiremos”, afirma Kniasekova.

La profesora llegó hace una semana acompañada por decenas de alumnos como Artem Serdechnyi, de 20 años, que se forma en la Academia de Policía. Ahora viven en las instalaciones del Instituto de Investigación de Krivói Rog, convertido en un albergue improvisado, lleno de literas, donde alumnos y profesores han paralizado las clases y ahora se dedican a tejer redes de camuflaje para el ejército ucranio, a colaborar en las redes de resistencia civil y a tratar de ayudar como pueden a sus personas queridas en Mariupol, en una situación ya crítica y para las que reclaman un corredor humanitario urgente. “Hablo en ruso, pienso en ruso, es mi lengua materna, y jamás me he sentido discriminado”, dice Serdechnyi, que nació en Donetsk, de donde tuvo que marcharse junto a su familia por la guerra.

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