Aunque tan insigne fecha ha pasado desapercibida por estos lares, el pasado 30 de diciembre se cumplieron 10 años de la llegada al poder de Kim Jong-un. En este tiempo, el tercer miembro de la dinastía Kim ha logrado despejar cualquier duda sobre su capacidad de liderazgo. Siguiendo con esmero el manual del dictador, pero añadiendo un estilo propio —aderezado de brutalidad y extravagancia— ha ofrecido a su pueblo una cierta sensación de progreso económico y ha desarrollado un potente programa nuclear.
Pese a todo el escepticismo que suscitaba, pese a las burlas, pese a las múltiples dudas sobre su equilibrio mental, la inteligencia estadounidense reconoce que Kim Jong-un es un “actor racional que obra en sintonía con la consecución de su único objetivo en la vida: mantenerse en el poder”. Así lo recoge Anna Fifield, autora de El gran sucesor, una interesante biografía del líder norcoreano que acaba de ser publicada en español.
Sería para celebrar la década, a modo de fuegos artificiales, o no, el caso es que en el último mes Pyongyang ha lanzado siete misiles balísticos; el último, hace apenas unos días, un Hwasong-12, el mismo tipo con el que antaño aseguró que podía llegar a Guam; su mayor demostración de fuerza desde 2017.
Es una clara llamada de atención a los Estados Unidos de Biden. Después de haber sido Corea del Norte uno de los protagonistas indiscutibles de la política exterior de Donald Trump, las conversaciones bilaterales —estancadas— y la pandemia han rebajado la intensidad de la relación. Ahora, cuando todas las miradas están puestas en Ucrania, Kim vuelve a reclamar su espacio, con la excusa, además, de responder a nuevas sanciones americanas.
Pero semejante despliegue sirve también para recordarnos varias realidades:
Que el programa nuclear norcoreano sigue su desarrollo a buen ritmo. Un compromiso del propio Kim, que ha puesto todos los recursos del Estado para conseguirlo, decidido a que su país pueda defenderse por sí mismo; un motivo de orgullo para su pueblo.
Que la capacidad nuclear sigue siendo crítica para definir el poder en un siglo XXI que asiste al regreso de formas que parecían haberse difuminado tras la Guerra Fría. La retórica bélica de estos días en el Este de Europa resuena también en el Pacífico.
Y que el juego geopolítico ya no depende de un solo poder hegemónico —Estados Unidos— ni siguiera de dos —China—. En el nuevo orden global hay varios países con capacidad para alterar las prioridades de las grandes potencias y de jugar con otras reglas. En este caso, además, Pekín podría ver con buenos ojos que Pyongyang tenga “ocupado” a Washington, mientras ellos se encargan de Taiwán.
Jugarretas del destino y carambolas de los turnos, le corresponde a Corea del Norte presidir la conferencia sobre desarme de Naciones Unidas que comenzará el 30 de mayo —lo del zorro a cargo del gallinero, vamos—.
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