Un abrazo recibe en Polonia a los que huyen de la guerra de Ucrania | Internacional



El abrazo de Tania Zubanko con su cuñado es largo y silencioso. Sin palabras ni lágrimas, en una pista enfangada por la lluvia. “Estamos muy cansados. Ahora solo pienso en proseguir el viaje y que mi pequeña duerma en una cama”, dice esta madre de tres hijos para excusar sus prisas. Dejó este viernes su casa en la provincia de Rivne, en Ucrania, a 200 kilómetros de Dorohusk, el punto fronterizo polaco donde fue recogida por el marido de su hermana. El cuñado y la hermana viven y trabajan en la ciudad polaca de Cracovia. Aún les quedan 300 kilómetros más de carretera. El marido de Tania no la acompañaba: los hombres hasta los 60 años tienen desde este viernes prohibido abandonar Ucrania. Su Gobierno los ha movilizado para defender al país de la invasión rusa.

Más de 30.000 ucranios cruzaron el jueves a Polonia por ocho puntos fronterizos, según el Gobierno de Varsovia. El número de personas que se acumulaban para cruzar el viernes era mayor, indicaban a este periódico oficiales de la policía polaca en la aduana de Zosin. La frontera norte entre Ucrania y Polonia la delimita el río Bug, por lo que es de difícil acceso si no es por carreteras habilitadas para ello. Las autoridades locales, pese a anunciar plena colaboración con los ucranios que quieran acceder a la Unión Europea, dejaban pasar en cuentagotas a los miles de personas que huían de la guerra.

Cientos de coches esperaban aparcados en los últimos kilómetros de las carreteras polacas que terminan en los límites con Ucrania. Podían identificarse matrículas de media Europa, aunque había predominio polaco. Serguéi Krupiva condujo el jueves desde Dinamarca, donde trabaja, a Zosin. Durmió en el coche, como su mujer y sus dos hijos de tres y cinco años, que pasaron la noche en la otra orilla del río Bug, a la espera de que la policía les diera el visto bueno para salir de Ucrania y reunirse con él. Krupiva lamentaba que los aduaneros polacos no distribuyeran agua y alimentos entre los que llevaban más de un día en el arcén en la carretera.

La frontera en Zosin es un páramo inhabitado y a 17 kilómetros de distancia de un núcleo urbano con tiendas de comestibles. Krupiva, entre lágrimas, aprovechó la presencia de un periodista de EL PAÍS para expresar su ira contra los líderes de la UE: “Se han tomado a la ligera a Vladímir Putin, y han cometido un grave error”. Krupiva, como otros ucranios, expresaba su convicción de que el presidente ruso no se detendría en Ucrania. Putin amenazó el viernes a Suecia y Finlandia con nuevas acciones militares si solicitaban ser miembros de la OTAN.

Jan Wojciech Chlopicki es polaco, de Gdansk, en la costa del mar Báltico próxima a Alemania. Esperaba en Zosin a una sobrina y a sus cinco hijos. Su familia, explica con orgullo, es de Volinia, designación histórica de las provincias del noroeste de Ucrania que se disputaron durante siglos polacos, lituanos, la Galitzia del imperio austrohúngaro, la Rusia zarista y hoy la Rusia putiniana. Los abuelos y la madre de Chlopicki emigraron a Polonia tras las hambrunas que provocó el estalinismo y luego la Segunda Guerra Mundial. Querían salir de la Unión Soviética. “No lo había pensado, pero parecemos condenados a que la guerra siempre esté presente en nuestra familia”. “Solo nos queda llorar”, añade desde su coche, resguardado de la humedad del río y del frío.

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No solo hay ucranios pendientes de la llegada de familiares en la frontera. Edam Reis es búlgaro y vive en Bremen, en Alemania, a 1.200 kilómetros del puesto fronterizo de Dorohusk. Condujo casi un día entero, turnándose con su hermano, hasta llegar a las puertas de Ucrania: su mujer tenía que llegar a última hora de la tarde desde el otro lado de la frontera. Ella trabajaba en Lutsk, el punto bombardeado por Rusia más cercano a la UE: “Media hora después de que abandonara la ciudad, volvían a caer mísiles rusos en los enclaves militares de Lutsk. El jueves decidió irse con las primeras bombas”.

Nerviosas y desorientadas, muchas familias no querían atender a los medios de comunicación que habían apostado sus cámaras frente a los controles policiales y los establecimientos de cambio de moneda, barracones prefabricados que utilizan estufas de carbón para combatir el frío. Junto a Tania Zubanko entraron en Polonia, en una furgoneta que compartieron con otros conciudadanos, una madre con dos hijos y un perro pekinés. Ni la madre ni la hija mayor pudieron contenerse las lágrimas cuando abrazaron al padre; la mascota ladraba y se subía a la pierna de él. Zubanko no sabía cuánto tiempo pasarían fuera de su hogar. La incertidumbre sobre el futuro era el nexo entre ellos, pero también lo eran sus hijos, cargando mochilas escolares: durante semanas, en el mejor de los casos, interrumpirían su educación.

A Vitali Tritjak, ucranio de 28 años, le temblaba la voz al pensar en la guerra. Él estuvo destinado en el Donbás en la intervención rusa de 2014. “Yo sé lo que es enfrentarse a los rusos, estoy preparado para volver a hacerlo, pero tengo miedo, ahora será peor”. A Tritjak y a su amigo Andrei Kowaljuk les sorprendió la invasión en Bélgica. La furgoneta que conducen lleva matrícula belga: se ganan la vida con la compraventa de vehículos de segunda mano. En el viaje de vuelta concluyeron que lo más adecuado era convencer a sus mujeres de que se instalaran con amigos que tienen en Polonia o en la República Checa. “Tenemos que pensar qué hacemos”, señalaba Kowaljuk. Intercalaba sus soliloquios fumando un cigarrillo tras otro. Cree que si Putin se sale con la suya, es decir, si depone al presidente ucranio, Volodímir Zelenski, y elige a un nuevo Gobierno sometido a su poder, en Ucrania volverá a producirse una revolución como la que depuso en 2014 al presidente prorruso Víktor Yanúkovich. Sus palabras son las de un patriota de la Ucrania Occidental, la más próxima a los valores de la UE. Son los que más traicionados se sienten por los Estados miembros del club europeo. “España nos envía a un periodista a hacernos preguntas. ¿Eso nos sirve?”, grita, desesperado, Krupiva: “¿Por qué no nos ayudan a defendernos?”.

Más de 50.000 ucranios huyen del país en dos días

ELENA G. SEVILLANO (Berlín)

Más de 50.000 ucranios han huido de su país desde que empezó la invasión rusa, es decir, en menos de 48 horas, según ha informado el jefe de la agencia de la ONU para los refugiados, Filippo Grandi. Los desplazados se han dirigido principalmente a Polonia y a Moldavia. Varsovia ha habilitado ocho centros de acogida a refugiados junto a la frontera de más de 500 kilómetros que comparte con Ucrania. En este país de la UE ya residen millón y medio de ucranios, muchos de ellos llegados en 2014, tras la anexión ilegal de Crimea por parte de Rusia.

El Gobierno polaco afirmó a principios de febrero que, de ser necesario, podría acoger hasta a un millón de refugiados. De momento, la agencia de la ONU calcula que han llegado unos 30.000. 

A Moldavia, con una frontera de más de 1.200 kilómetros con Ucrania, han cruzado alrededor de 16.000 personas. La antigua república soviética, de 2,6 millones de habitantes, también está construyendo centros de acogida. El Gobierno ha activado este viernes el Mecanismo de Protección Civil de la UE para solicitar el apoyo logístico de los países de la Unión. 

A la vecina Rumania, miembro de la UE como Polonia, también están llegando personas que huyen de las hostilidades. El Gobierno aseguró este viernes que han cruzado la frontera desde el inicio de la invasión 10.624 ucranios, pero que solo 11 de ellos han pedido asilo en el país. La mayoría quiere seguir viaje hacia Polonia y la República Checa. El país tiene seis centros de asilo, con unas 1.100 plazas disponibles y una ocupación del 50%.

La ministra de Exteriores alemana, Annalena Baerbock, aseguró este viernes que la Unión Europea aceptará “a todas las personas que huyen de la violencia provocada por la invasión rusa de Ucrania”. «Necesitamos hacer todo lo posible para aceptar sin demora a las personas que ahora están huyendo de las bombas y de los tanques», dijo a los periodistas a su llegada a reunión con sus homólogos de la UE en Bruselas. El Gobierno alemán se ha ofrecido a ayudar a los países fronterizos con Ucrania, especialmente Polonia, a acoger a los desplazados.

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